Desde hacía casi tres
años arrastraba Don Bosco su cuerpo ya totalmente entregado. Su infancia pobre,
su juventud desprovista de miramientos, su vida de trabajos por sus muchachos,
de contrastes con los que no entendían (o criticaban) el porqué de muchas de la
cosas que hacía, sus visitas a los despachos de los que podían corregir la
injusticia en que se cocía el futuro de aquella sociedad, sus peregrinaciones
por los bolsillos de los que creían haber amasado su propia seguridad, la falta
de higiene en los modos de los pobres, la casi inoperante medicina que empezaba
a sacudirse el letargo de los siglos, la escasez de sueño prolongada durante
toda su vida… habían hecho de su cuerpo a los sesenta y nueve años “un traje
inservible” (como le definía su médico y amigo Giuseppe Alber-totti), un
instrumento de desecho.
Veinte días antes de
su muerte, vencido ya en el lecho en el que, por fin, iba a descansar, le dijo
una mañana de lucidez a su secretario Carlos Viglietti: «Gasté hasta el último
céntimo antes de la enfermedad y ahora todavía estoy sin medios, mientras que
nuestros jovencitos siguen pidiendo pan. ¿Cómo haremos? Hay que hacer saber que
el que quiera hacer la caridad a Don Bosco y a sus huerfanitos la haga sin más
porque Don Bosco no podrá ya ni ir ni volver».
No hay duda de que Don Bosco ha sido siempre
un personaje inesperado, difícil de medir, de catalogar… una persona
sorprendente. A Víctor Hugo se le atribuye el epíteto de Hombre leyenda con que le definió después de conocerle en París en
1883. Y unos años más tarde Joris-Karl Huysmans, que venía del decadentismo y
el satanismo a la conversión en la bondad, la sencillez y la belleza, decía de
él: «… una vez que
obtenía lo que pedía era capaz de administrarla con la sagacidad de un hombre
de negocios y la sabiduría de un santo. Es aquí donde se revela su
singularidad. Era un hombre del Medioevo; su confianza en Dios era tal que
logró realizar los prodigios más increíbles, parecía que su vida transcurriese
en el siglo XIII, y, sin embargo, ninguno era más moderno que él.
Increíblemente fue socio en los negocios del buen Dios».
Don Bosco sigue pidiendo hoy (¡y dándose!)
por los caminos de todo el mundo. ¿Un ejemplo? La India. Allí lleva Don Bosco
poco más de un siglo. Dos mil quinientos setenta y tres salesianos atienden en
299 obras a una multitud de niños y jóvenes ansiosos de aprender y madurar para
ser honrados ciudadanos y, muchos de ellos, también buenos cristianos.
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