La habitación que me asignaron estaba en
un segundo piso. Y me acosté pronto. De modo que cuando, a medianoche, me
despertó un alboroto de la calle, creí que ya era hora de levantarme. No lo
era. Pero me levanté. Porque el alboroto se mantenía en todo su vigor, pero de
un modo alternado entre voces de protesta y silencios casi absolutos. Voces de
mujeres. Y como eran ya las doce y media, me levantó la curiosidad. Y me asomé
medio dormido a la ventana.
Lo que vi me resultó extraño: un coro de
unas ocho mujeres rodeaba el cuerpo de un hombre que yacía, inmóvil, en el
suelo, junto a un furgón de la policía municipal. Dos policías estaban en el
centro del cuadro junto al varón doliente. Y me preguntaba por qué no lo
recogían para llevarlo a la Casa de Socorro o a una Urgencia de alguna clínica.
Les debí de transmitir el pensamiento, porque se agacharon como para levantarlo
o incorporarlo y llevarlo a seguro. Pero apenas iniciaron aquel lógico y
compasivo intento, el hombre empezó a agitarse como de epilepsia y las mujeres
volvieron a su protesta alborotada. Y así por tres veces en poco tiempo, de
modo que me retiré de mi punto de observación e intenté volver al sueño.
A día siguiente leí en un diario: “Un
experto del tirón salió corriendo con el bolso que había arrancado de las manos
a una señora en la calle…”. Se añadía
que, “identificado, había sido detenido por la Policía…”. Mi reflexión se clavó
en el hecho de que un grupo de mujeres estaba defendiendo de la Justicia a un
delincuente.
Es instintiva la tendencia a compadecerse
del débil. Y es admirable. Pero no siempre caemos en que ciertas compasiones
pueden ir contra la justicia, la conveniencia, el deber, la exigencia, el
orden, la equidad, el reparto justo, la solidaridad... Podéis poner ejemplos
vosotros. Serán sin duda más numerosos y más acertados que los míos. Pero ahí
van. ¿Por qué se ha de dar una beca para estudios universitarios a un muchacho
que no da golpe, que es un vago, que no tiene cabeza ni ganas ni voluntad para
someterse a la seriedad y exigencia de estudios superiores? ¿Por qué tengo que
ayudar a un primo mío a que triunfe en el arte si no es artista ni va a dejar
nunca de ser un caradura? ¿Por qué tengo que apoyar con eso que llaman “dinero
público” a una jarca de cantamañanas que lo único que han hecho en la vida y en
la historia es chupar del bote y armar jaleo? ¿Por qué tengo que confiar la
salud y la existencia de los ciudadanos de tal ciudad que acuden a los
servicios de un mal llamado médico que hizo su carrera a trancas y barrancas y
está ahí porque le colocó su tío, el eminente político? ¿Por qué me hacen votar
a un candidato que ha hecho de la política su pesebre porque no ha valido para
otra cosa que ser “importante” de pacotilla? ¿Por qué apoyo al que se ha
convertido en repartidor de prebendas a costa de comprar con ellas la
benevolencia de los dictadorzuelos de la “lista”? ¿Por qué tengo que aguantar a
instituciones, sociedades, grupos y foros que se sostienen sólo porque han
logrado hacer bien su “teatro”? ¿Qué sentido tiene subvencionar a entidades que
no retribuyen absolutamente nada al conjunto social, de cuyos bolsillos sale
esa ayuda?