El galeón español Andalucía lo recorría hace dos años.
En septiembre del año 66 viajó Lucio Domicio Enobarbo (el Nerón de siempre) a Grecia. Y allí estuvo hasta diciembre del 67. Es verdad que en ese viaje decidió que se excavase un canal en el istmo de Corinto (y hasta el 68 se abrió su quinta parte), pero su interés se centró en conciertos (tocaba muy bien algunos instrumentos) y asistió a los juegos Olímpicos, a los Nemeos, Istmicos y Píticos, siendo al final aclamado como periodonix, es decir, fan de los cuatro, según cuenta el historiador Suetonio. Volvió a Roma como triunfador del arte y las competiciones.
Roma se había levantado poco a poco, casi desde la nada, sobre las sólidas columnas de la austeridad (parsimonia), la sensatez (gravitas), la dignidad (pudicitia), el orden estricto (lucidus ordo) y la emulación en servir a la república (certamen). A Nerón, que había aprendido mucho en Grecia (tenía 30 años) y que el olvido de su maestro Lucio Anneo Séneca le había hecho sentir que su maestro ahora era él mismo, estableció un nuevo orden de cosas: el agón y el luxus. Sobre esas dos columnas se puede ofrecer al pueblo romano lo que pide y necesita: el estado de bienestar. La pietas y la fides son antiguallas.
Nerón propone: agón y luxus en vez de pietas y fides y sus hijas ya nombradas. El Agón era el certamen, pero no entendido como se había intentado hacer vivir hasta entonces, servicio a la patria, sino la lucha en los estadios, en el circo, en las naumaquias. Nerón era verde. Había cuatro grandes y fuertes equipos o escuadras para todo ello: roja, blanca, azul y verde. Cuando ya en el 59 habían tenido lugar los Juegos Juvenales, Tácito, otro historiador, los definió como certamina vitiorum, competición de vicios. Y al luxus, fasto y esplendor, los calificó como vitiorum dulcedo, caricia de vicios.
Cuando presenciaba Nerón los preparativos para su cremación (decidido a suicidarse porque el acoso de muerte que le rodeada no le permitía otra salida) exclamó orgulloso: Muero como un artista. Lo natural es que lo dijese en latín, como asegura Suetonio. Pero Dión Casio asegura que lo dijo en griego. Era el 11 de Junio del año 68.
El preámbulo ha sido tan largo que no cabe añadir una moraleja. Pero si se tiene la paciencia de buscarlo en lo escrito arriba, se puede sacar con mucha, muchísima facilidad, la lección.