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martes, 27 de septiembre de 2011

Saimiati Aishan.


Casi todos los que leen estas Buenas noches conocen sobradamente a Saimiati Aishan. Permítame esa privilegiada mayoría dedicar un momento a presentarlo a los que no lo conocen. Es un artista en el arte del Dawa Zi, muy cultivado en la provincia china de Hunan, en la nacionalidad Uygur, desde hace siete generaciones.
Consiste, sencillamente, en caminar sobre la cuerda floja. Claro que los que avanzan en el dominio de ese difícil equilibrio lo hacen añadiéndole redaños, por ejemplo marchar hacia atrás, hacerlo sobre una “cuerda” en gran inclinación….
Nuestro valiente Saimiati logró hace dos meses su cuarto Guinness (me refiero, claro está, al Guinnes Worl Records): caminó, con ayuda de su pértiga y de sus botas especiales, por los largos 15 metros de un cable de acero suspendido entre dos globos a 200 metros de altura. Ahí lo tienen, por si le quieren felicitar, en su inimitable proeza. Soplaba el viento, pero como si nada...     
¡Ya, ya! “¡Se ha sentado sobre la cuerda!”. Exclamó, con miedo unos y con indignación otros, la multitud que lo contemplaba, como si fuesen a contemplar un desastre o como si aquello fuese una traición a su sagrado deber. Pero… mantener el equilibrio debe de ser más bien difícil cuando el viento se hace presente. Y se sentó. Después de un breve rato de reflexión o descanso o de espera, se enderezó de nuevo y aun sintiendo que la pértiga, esclava del viento, se le resitía, completó triunfante el recorrido.
En una de las tomas de las cámaras me fijé en algo interesante: Saimiati llevaba un anclaje de seguridad. Un cable unía su cintura con la cuerda floja en la que lentamente se paseaba.    
Cuando un jovencito cumple trece años en la comunidad judía celebra su Bar Mitzvá (las niñas el Bat Mitzvá). Significa que es Hijo del precepto. Y le trae esa celebración no sólo la alegría de una bella fiesta familiar y social, sino también y sobre todo el placer de saberse adulto para la Ley, ciudadano en plenitud de su fe. Los padres tienen, como es natural, un protagonismo especial. Y en un momento solemne le aseguran: ‘Hijo, suceda lo que suceda en tu vida, tanto si triunfas como si no, tanto si eres importante como si no, tengas salud o no, recuerda siempre cuánto te queremos tu madre y yo’.
¿Sienten tus hijos la seguridad de ese anclaje familiar? ¿Se suben a la cuerda floja de la vida, de los cofrades de la calle, de los camaradas de estudio, de los colegas de celebraciones y juergas con la seguridad que ha puesto en ellos la reciedumbre de una familia sólida, amasada en el amor, bien nutrida de convicciones, de fidelidad a valores serios, de responsabilidad y cultivo de sus deberes?
Porque el viento de la altura de libertad que inauguran, la inseguridad y las oscilaciones de los globos de los que suelen fiarse, la admiración de los que los contemplan… no valen para nada si no son adultos como personas y miembros acérrimamente unidos a una familia que no les falla.