Se ha hecho famosa la frase “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu país”. Se atribuye a Kennedy, pero, al parecer, la fuente viene de mucho más lejos: Aristóteles.
Los cristianos abusamos de pedir cosas a Dios. Quizás deberíamos preguntarnos con más frecuencia qué podríamos hacer nosotros para que se cumpla mejor en la Tierra la voluntad de Dios, ya que Él nos la encomendó a nosotros.
Contaba un misionero de un jovencito de los que formaban su familia cristiana que, al preguntarle “¿Tú qué le pides a Dios?”, recibió esta respuesta: “Yo le pregunto: «Señor, ¿qué puedo hacer por ti?».
Decimos: “Dios es bueno y todopoderoso. Que haga todo”. O, en negativo, “¿Por qué Dios, que es bueno y todopoderoso… permite que… y que…?”.
Vivimos clamando por la propia libertad y confiando a la Naturaleza nuestra espera y esperanza. “Dictadura” es palabra tabú. Y más tabú todavía su existencia. A lo mejor con toda razón. Pero nos portamos, más de lo que advertimos, como pequeños o grandes tiranuelos de la vida: del vecino, de la mujer, de los hijos, de los padres y, mucho más, de las instituciones, porque no hacen las cosas como nos gusta a nosotros. Y eso que brota tan espontáneamente en forma de protesta es el alma de la dictadura.
Si se desborda un río, como es su deber (¿qué va a hacer si no?) cuando las aguas que llegan a él superan la capacidad de su cauce y se desbaratan las casas que lo bordean, no nos preguntamos por el capricho de los que las construyeron o de la autoridad que las permitió, sino que nos metemos con el río como si se hubiese portado mal. Cuando dos placas tectónicas rozan entre sí, como hacen todas de vez en cuando, y conmueven lo que tienen encima, nos preguntamos por qué no se están quietecitas y no vienen a turbar nuestra tranquilidad y nuestras propiedades. Y seguimos contemplando los montes y nos valemos de ellos para nuestro recreo y vacaciones sin pensar que surgieron de un cataclismo tremebundo que nunca se nos ha ocurrido criticar.
En cambio, cuando un hijo se nos desvía del camino que nos parece el adecuado, bramamos contra la calle, la sociedad, los amigotes, los maestros… sin darnos cuenta de que fue nuestra libertad la que nos hizo dejarle crecer como a él le gustaba y de que de aquellos gustos nacieron estos desvíos.