domingo, 10 de junio de 2012

¿Somos virutas?


Teófanes el Recluso (1815-1894), también conocido como Teófanes el Eremita, es un santo de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Su nombre era Gueórgui Vasílievich Góvorov. Y, como su padre, fue también sacerdote. Había sido antes hieromonje en el monasterio de Petcherky con el nombre de Teófanes. Fue obispo durante doce años, pero sintió nostalgia de su tiempo de monje y se retiró hasta su muerte al eremitorio de Vysha. Nos puede hacer bien meditar esta dura afirmación que hizo sobre el hombre: La mayor parte de los hombres son como virutas enroscadas alrededor del propio vacío.
Como es una reflexión de hondo calado a lo mejor nos resbala por la funda de nuestra honorable mente. Pero si la tomamos y la aplicamos con una pizca de valentía y sinceridad a nuestro enhiesto yo, puede que nos ayude a descubrir su verdad.     
¿No nos hemos sorprendido alguna vez mirándonos al espejo de lo que dicen de nosotros para aparecer como nos gusta que nos vean, aunque nos parezcamos muy poco a esa imagen del espejo de la fama? ¿No nos echamos a cuestas el ropón de la importancia porque nos cuesta descubrirnos sin importancia delante de los que nos miran a fondo?
Los cristianos tenemos en el misterio de la Eucaristía el antídoto contra ese raquitismo de virutas vacías. La fiesta del Corpus, a punto de celebrarse, no es una reliquia del pasado o un ejercicio devoto de fe. Es el fruto del amor de Quien vivió entre nosotros y ahora vive en nosotros para liberarnos de la corteza del propio yo y llenarnos de la grandeza de la entrega.
El mundo está enfermo de egoísmo. Se alimenta de egoísmos. Construye egoísmos. Hubo un grandioso dibujante, Giovanni Battista Piranesi, en el corazón del siglo XVIII, que tomaba el esquema de un viejo y suntuoso palacio clásico y lo convertía en un instrumento de tortura para sus imposibles habitantes.
Estamos haciendo la locura de que el ejemplo de la entrega total que realizó Jesús de Galilea nos parezca que es algo ajeno a ese instinto de encerrarnos en nosotros mismos, como la viruta de Teófanes y de asfixiarnos en nuestras propias y atormentadoras salas vacías y dominadas por el narcisismo. Está Cristo aquí, a nuestro lado, para convencernos de que vale la pena ser hombres capaces de amar y de que el engaño de querer proteger nuestra pobre existencia nos lleva a vivir abrazados a la nada.

viernes, 8 de junio de 2012

El último beso.


Desde que vino a mis manos El hombre que fue jueves, de Gilbert Chesterton, quedé atraído por él. No por Gabriel Syme, el policía-terrorista, sino por el autor. Por su frescura, su imaginación, su profundidad en algo que parecería una diversión surrealista. De modo que al seguir las marejadas del tenso océano de su vida, me emocionaron algunos rasgos de su rica personalidad. Y me refiero a un hecho, aparentemente ligero, pero que reflejó, sin duda, la ternura de su corazón de esposo y padre.  
Escribió su biógrafo Joseph Pearce que Frances Blogg, su esposa desde hacía 35 años, estuvo continuamente junto a su lecho durante la gravedad. Y en el último despertar, que duró unos segundos, al descubrirla Chesterton sentada a su lado, le dijo: «Hola, cariño». Y que luego, dándose cuenta de que Dorothy, la hija adoptiva de ambos, también estaba en el cuarto, añadió: «Hola, querida».
La actitud más constante en la cercanía de la muerte suele ser, como es natural, el egoísmo volcado sobre el propio dolor o la sensación de impotencia a pesar de querer superarla. Descubrir a alguien que acompaña porque ama y decirle con un piropo que se la quiere es un gesto de ternura, de auténtico amor que denota una práctica anterior de interés y entrega a los demás que no se improvisa.
La fe cristiana de este gran hombre estuvo jalonada por la indiferencia infantil y juvenil heredada de la familia; por la inquietud ante la falta de sentido que descubría en su vida al faltarle la fe; por la devoción a su esposa, sólida creyente anglicana en quien encontró las razones y la fuerza para creer; y por la búsqueda de la seguridad en el catolicismo en el que veía un mapa con el cual era imposible perder el camino de la vida. Pero junto a la fe descubrió la esencia del cristianismo que está en el amor y el acto supremo de la vida de un cristiano en darla por los demás. 
Por eso me emociona que la última atención, el último acto de su vida fuese la sencilla muestra de cariño a las personas que más quiso en su vida.

martes, 5 de junio de 2012

Distributismo.


Suena poco y hasta parece que suena mal. Pero fue el nombre que Gilbert Keith Chesterton, su hermano Cecil e Hilaire Belloc dieron a una propuesta de justicia social que superase el racionalismo sin corazón, el cientificismo sin horizontes, el socialismo en todas sus formas de tijeras para la libertad, el liberalismo industrial sin alma y el capitalismo sin hígado. Hundían sus raíces, tal vez un poco ingenuamente, en la doctrina que el Papa León XIII había desplegado sabiamente en su encíclica Rerum Novarum.
E idearon una asociación a la que dieron el nombre de Liga Distribucionista en la que recibieron el eficaz apoyo del irlandés padre dominico Vincent McNabb, conocido ya por los lectores de estas Buenas Noches. Quedó elegido presidente – y lo fue hasta su muerte - el mismo Gilbert que puso al rojo su semanario G.K. Weekly (El semanario de G.K.) para difundir la iniciativa. En la primera reunión de la liga Gilbert fue nombrado presidente, cargo que ejerció hasta su muerte. Y se crearon delegaciones en Bath, Birmingham, Croydon,  Londres y Worthing.
El francés Peter Maurin, fundador del movimiento del trabajador católico y aliado con la sierva de Dios Dorothy Day, batalladora periodista norteamericana, continuaron  la obra.
Maurin proclamaba que era necesario que todo hombre tuviera su casa, cristianos, católicos o no: “Quienes ya tuvieran una, tenían que tener otra “Habitación para Cristo”, el hermano sin casa. Y Chesterton escribía sobre la “limosna” o, mejor, la ayuda al necesitado, afirmando que la diferencia entre un Católico y un Altruista es que el Altruista le da dinero a las personas que se lo merecen y el Católico le da dinero a quien no se lo merece, porque sabe que en un principio él no merece tampoco el dinero que tiene (¡Ojalá!).
Un hombre, trabajador y entusiasta como Chesterton, que murió a las 62 años después de haber escrito 80 libros, cientos de poemas, más de 200 cuentos, artículos y ensayos; que sufría, como otros miembros de su familia, temporadas de depresión; que fue atacado por su conversión al catolicismo y que defendió su decisión con el fervor de un misionero, bien vale como ejemplo para nuestra vida, muchas veces encerrada en nuestros mezquinos intereses y en proceso de ahorro para capitalizar con vistas a la vida eterna.

sábado, 2 de junio de 2012

Don Bosco llegó a Zamora.


Don Bosco llegó a Zamora hace sesenta años. Su rostro aparecía transparentado en los de grandes salesianos: don Fila, don Arturo, don Ignacio, don Gregorio, don Valentín, José Luis, Tulio, Basil, Bronis, Orestes… a los que se fueron sustituyendo o sumándose otros que quedan en el corazón de muchos zamoranos.
Y esos muchos zamoranos pudieron ver y gozar el pasado 30 de Mayo con la efigie de su amado Padre en su fugaz estancia (¡apenas 24 horas!) del rápido viaje que está haciendo por las obras salesianas de todo el mundo.
Llegó a las 11.30 y descendió ante le expectación, cariño y curiosidad de muchos que se habían reunido en la amplia explanada delante de la Parroquia de María Auxiliadora a los pies de la preciosa estatua del mismo Don Bosco que la bendice desde hace cuatro años.
Además de dos técnicos italianos que realizan el traslado, Ivan y Pierangelo, viene don Tadeo Martín Montes que los acompaña y el señor Inspector don José Rodríguez Pacheco y el Ecónomo inspectorial don José Manuel González.
Después del recibimiento por un gran grupo de personas en la lonja de nuestra Parroquia, se coloca paralela al altar y a la altura de las personas que pasan a contemplar la efigie de Don Bosco y a manifestar su adhesión filial. 
Durante el día lo hacen también en grupo los jóvenes, miembros de la ADMA, Salesianos Cooperadores, Antiguos Alumnos, Oración, Catequesis, Centro Juvenil y Voluntarias de Don Bosco.
A las 19.30 preside la Eucaristía nuestro Obispo don Gregorio Martínez Sacristán que invitó a los salesianos a vivir entre los jóvenes el amor de Don Bosco, como fuente de vocaciones consagradas. Concelebraron varios sacerdotes diocesanos y religiosos. La parte musical la llevó con mucho gusto y acierto el Coro de la Parroquia de Cristo Rey.
A continuación oraron los miembros de las congregaciones e instituciones religiosas.
Y a las 22,15 se hace un acto final de oración de las VDB y Salesianos en el que intervienen también otras personas.
A las 8.00 del día siguiente se rezaron las Laudes de la fiesta de la Visitación y a las 10.15 se tuvo el acto de despedida, entre aplausos y agradecimiento, después de la cual la Reliquia de Don Bosco viajó hacia la Obra salesiana de Villamuriel (Palencia).
La impresión general ha sido de una afluencia muy grande, que manifestó una actitud de respeto, cariño, agradecimiento y admiración hacia Don Bosco.

miércoles, 30 de mayo de 2012

De viaje.


A Don Bosco no le gustaba viajar. Lo que a él le gustaba era estar con sus muchachos del Oratorio de Valdocco, que eran sus hijos, en las afueras de Turín. Pero viajó mucho. Y en todos los medios: calesas, diligencias, galeras, tren (y aprovechaba el tiempo para corregir pruebas de imprenta, barco (¡y cómo se mareaba!)…
De muchacho había montado con mucho dominio en el caballo de algún conocido que se lo confiaba para que lo cuidase. Y de joven le encantaba caminar. Y hacía a veces viajes a pie de muchos kilómetros en un día.
Lo que más le gustaba de sus viajes era el regreso a “su casa” y la alegría que veía pintada en la cara de sus hijos. Basta recordar la conversación que un día tenía con un grupo de ellos en el patio. Les preguntó:«¿Qué es lo más bonito que habéis visto en este mundo?». Sólo pudo responder uno, porque lo hizo con tanta rapidez, que si los demás estaban buscando una respuesta, se dieron cuenta de que la del amigo veloz era también la suya: «¡Don Bosco!».
Don Bosco viaja hasta nosotros. No se ha cansado de recorrer más de medio mundo y de tener que recorrer el otro medio en el tiempo que queda hasta 2015 cuando celebre con todos nosotros sus jóvenes 200 años. Y no se ha cansado porque cada día de este viaje lo acaba siempre en “su casa”. Y en “su casa” tiene la acogida de amigos que lo tienen cerca. No miran ni la Urna en la que le han puesto al pobre para que se parezca a la que lo contiene en la Basílica de María Auxiliadora de Turín. Ni miran la fisonomía del rostro postizo que le han puesto. Ni miran a través de las ataduras que le han puesto a su afecto y que la separan un poco de quienes lo sienten en sus vidas y lo llevan en su corazón.
Con este bonito signo (¡no más que un signo!) que se nos regala en su viaje a nuestros corazones, le regalamos el nuestro. Y se lo regalamos, porque necesitamos (para respirar aire puramente cristiano) hacerlo con muchos, con todos. Pero siempre encontramos pegas: “No me mira”, “No le interesa mi afecto”, “No le agrada que yo le quiera”, ”Le tengo sin cuidado”, “No tiene tiempo para mí”, “No me conoce”, “Me resulta antipático”, “Es un ‘distribuidor’ de reproches”…
Don Bosco está siempre amando y dispuesto a dejarse amar, porque entendió la alegre noticia de Jesús y se lanzó al ancho mar del amor amando y sirviendo con amor y por amor… hasta dar la vida por sus “hijos”. Comprendió que la Eucaristía lo dice y lo hace todo, porque es hacer lo que vino Jesús a enseñarnos a hacer: Dar la vida.