Den Grimme ælling es el título original danés del precioso cuento El patito feo que Hans Christian Andersen escribió en 1844.
Andersen (1805-1875) nació en una familia muy pobre y un poco desquiciada, y
vivió sus primeros años en la pobreza. La publicación de sus primeros cuentos
(escribió 168) le permitió entrar muy merecidamente en la estima social, aunque
sus obras “mayores” no tuvieron el mismo eco. Viajó mucho (le encantaron -
¿cómo no? - Málaga, Granada, Alicante y Toledo) y dejó memoria en sus libros de
viajes de los que El Bazar de un poeta
(1842) es su mejor escrito según algunos críticos:
Intentó ser cantante y danzarín de
ópera, dramaturgo, ser estimado por sus escritos más que por sus cuentos, pero
en nada de esto encontró éxito. Y sobre todo sufrió mucho en amor a lo largo de
su vida.
Alguno ha creído verlo en algunos de los personajes que creó. Y puede que
El patito feo encierre algo de eso:
ese “pollito” raro, grandote y extraño que sale de un huevo de cisne perdido
entre unos cuantos de pato; que sufre porque se burlan de él; que deja su
“hogar” equivocado y que, por fin, se une con miedo a otros cisnes que lo
acogen y aprecian.
Todo niño (y aun algún adolescente) es, un poco o mucho, un pato inseguro de su propia valía, de la estima de sus padres y educadores, del amor de su familia, de su capacidad de salir de esa negrura que le entristece, del acierto en sus sueños y proyectos. Cuando un padre, una madre, un educador… percibe ese aire de despiste de su hijo o de su educando, debe desplegar el precioso velo de la amistad. El niño o muchacho que se siente amigo, es decir, aceptado, querido, estimado empieza a ser lo que se desea que sea.
Todo niño (y aun algún adolescente) es, un poco o mucho, un pato inseguro de su propia valía, de la estima de sus padres y educadores, del amor de su familia, de su capacidad de salir de esa negrura que le entristece, del acierto en sus sueños y proyectos. Cuando un padre, una madre, un educador… percibe ese aire de despiste de su hijo o de su educando, debe desplegar el precioso velo de la amistad. El niño o muchacho que se siente amigo, es decir, aceptado, querido, estimado empieza a ser lo que se desea que sea.