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domingo, 20 de noviembre de 2011

El Otro.

Si quisiésemos dar con el núcleo del mensaje de Jesús, llegaríamos a él recordando (¡y ojalá que viviendo!) su afirmación: No hay mayor amor que el del que da la vida por el amigo. Nos interesa “el otro” para poder ser nosotros mismos. Sin “otro” no soy nadie, más aún, no soy nada. Y no “el otro” para apoyarme en él, para sacarle lo más que me deje sacarle, para meterme con él, para pincharle, para despellejarle… Me interesa, necesito al “otro” para quererle. Si “el otro” fuesen “los otros”, “todos los otros”, ¡miel sobre hojuelas! Nos encandilan personas de las que decimos “¡Ese, esa, sí!”. No hace falta nombrar a nadie porque todos nosotros llevamos en algún pliegue del corazón (si no lo tenemos podrido) el nombre de alguna de esas personas que vivieron dándose desde que “el samaritano” nos enseñó a descubrir en “el otro” y en la necesidad de servirle la fuente de nuestra dignidad.
Llama la atención el clamor de personas como Emmanuel Lévinas (1906-1994), lituano francés, judío, que vivió y enseñó que la relación con el “otro” no es un simple “contrato” humano entre dos hombres, un hecho aislado en la historia, sino ir más allá de lo presente, de lo finito, de lo temporal. El ser humano no es nunca un ser para la muerte sino un ser para el “Otro”. En el “otro” está siempre la presencia ausente de la idea de infinito que preside mi vida y hace al “otro”, al “rostro del otro”, incapaz de ser dominado.
La voz más profunda, más auténtica, más humana de cualquiera de nosotros nos invita, más aún, nos obliga a rechazar toda violencia contra la vida. El deber del hombre hacia el “otro” es incondicional. Y eso es lo que constituye el fundamento de la humanidad del hombre. El hombre es “más que ser”. La relación moral que impone el rostro del “Otro” nos conduce, dice Lévinas, a Dios, porque su huella se puede leer en el rostro del “otro”. Lévinas (buen judío él y profundo creyente en las fronteras de la propuesta cristiana) condenaba el “consuelo de las religiones”, cuando son las prácticas rituales, las normas llamadas “religiosas” las que vertebran la vida de un creyente, porque quedan más acá de la muerte. En cambio, el servicio a los demás, la entrega de la vida para amarlos hasta el fin son nuestra escala para superar a la muerte.
¡Cuántas veces lo hemos oído de labios de la Verdad: “Venid, benditos de mi Padre… porque me disteis de comer”!

sábado, 15 de octubre de 2011

Gratuidad.


Es bueno que reflexionemos sobre diversas facetas de “Caminos de servicio”, como la atención al mundo social, la educación, la salud, la cultura., etc. Y es que la vida sin servir a alguien o algo, no es vida, es una imitación de la vida. En realidad vale quien sirve.
Entre estos caminos de servicio hay uno muy especial que lo recorren algunos, no muchos; es el de la gratuidad. Servir gratis es ponerse a disposición de quien lo necesita, de balde, sin coste monetario alguno, sin cobrar por ello y sin pretensión de obtener otra cosa a cambio; es servir libre de condiciones y sin interés de beneficiarse de alguna manera.
En una sociedad en la que casi todo se cobra y que casi nadie hace algo por lo demás sino se lo pagan, resulta casi extraño que uno preste un servicio gratis, que lo haga sólo por hacer el bien al otro.
Pero existen personas que así lo hacen. Son aquellos que forman parte de un ejército casi invisible y que se llama el “voluntariado”. Podemos no tener en cuenta a misioneros que lo dejan todo para regalar cultura y formación, para cuidar enfermos, leprosos, abandonados, los consumidos por el sida, los tirados en las calles inmundas de algunos barrios, los que se están muriendo en una cuneta ante la impasible mirada de los demás, pero que unas religiosas anónimas los recogen y están cerca del lecho donde se mueren. No, no quiero señalar tan alto y lejanos a nosotros.
¿Se dan entre nosotros casos de voluntariado? Sin duda alguna. Una franja de nuestra sociedad, los ancianos, están a veces en situación de soledad que los convierte en destinatarios cercanos de nuestro voluntariado. Hay universitarios, que en los fines de semana se van a atender a ancianos solitarios, a cuidarlos, a charlar con ellos, simplemente a estar a su lado y escucharles, sin cobrar nada. Y así muchos que lo hacen sin meter ruido. Hay un grupo de valientes servidores que, además de visitarlos,  han ideado una cadena de comunicación con ellos por webcam para preguntar, interesarse cada día si han dormido bien, si necesitan algo, si se encuentran sanos.
¡Cuántas cosas se hacen gratuitamente! Si se os ofrece la ocasión, haced algo gratuitamente. Estaréis en el buen camino de servir a los demás. No os pesará. Os sentiréis más felices.

viernes, 26 de agosto de 2011

Cruces.


La Kryžių kalnas (Colina de las cruces) se encuentra a unos siete kilómetros al norte de la ciudad industrial de Šiauliai, en Lituania. Uno no va a esa colina a contar sus cruces. Nadie lo sabe, aunque se supone que son más de cien mil.
Parece que las primeras se plantaron después de la batalla de Grünwald en 1410, contra la Orden Teutónica. Lituania era libre y defendía su independencia con la fuerza de la cruz, signo de libertad y sacrificio de la vida por defenderla
Pero no todo fue fácil. Quedó anexionada a la Rusia de Catalina II de Rusia en 1795 y reprimida en 1836 y 1863. Aumentaron entonces las cruces y el intento de eliminarlas. Estuvo sometida a los alemanes en la segunda guerra mundial hasta que la ocuparon los rusos en 1944. Y las cruces crecieron. Se niveló la colina y entre 1961 y 1975 y en distintas ocasiones se destruyeron las cruces que volvían a florecer.
En 1985 llegó la paz a la colina y después de la caída del muro de la división, la cruz volvió a ser la fuerza de la unión, de la hermandad, de la libertad y del amor. Las ideologías (¿existen?; ¿qué son?) no tienen nada que temer de las cruces, de la Cruz. Al contrario, deben acudir a ella si quieren ser algo para beber autenticidad. Porque, aparte de la referencia que tiene para la fe de los cristianos, que en ella depositan su amor a la bondad y grandeza de Cristo, es para cualquier hombre con sentido común que conozca su historia y su naturaleza, el instrumento con el que se saben capaces de defender la dignidad de las personas, la libertad de su grandeza, la capacidad de crecer en amor y entrega, el camino para levantar una sociedad en el respeto y la paz, la solidaridad mutua y la estima por los valores que la hacen merecedora de poder existir.

sábado, 20 de agosto de 2011

Pandora.


Hesíodo nos regala, desde hace más de dos mil setecientos años, las aguas corrientes de los mitos que él bebía en el pasado. Entre ellos narra la extraña historia de Pandora, la primera mujer. Prometeo (cuyo nombre significa “previsión”) había robado el fuego de los dioses sin prever lo que le pasaría después. Zeus, airado, encargó a Hefesto, maestro de la forja, que hiciese una mujer encantadora, ¡Pandora ("¿regalo de todos?”, “¿regalo para todos?”), de tierra, blanda, atractiva, fecunda!, y se la entregase a Epimeteo, hermano de Prometeo, el ladrón del fuego. A Epimeteo (nombre que significa “que se da cuenta después”) le había advertido su hermano que no aceptase regalos de los dioses. Pero quedó tan prendado de un regalo como aquel (Afrodita la había hecho luminosa, Atenas le había enseñado a tejer, Hermes  la había dotado de astucia y falsedad, que no se notaban, y el mismo Hefesto la había adornado con una diadema cuajada de pequeñas y delicadas figuritas de animales) que no pudo resistirse. Pero es que, además, venía con una graciosa caja que, procediendo de los dioses, no podía ser sino una prueba más de su amistad. ¡Ya, ya!
No andaban los cantores de acuerdo en decir si la caja guardaba todas las malandanzas, que se escaparon por toda la tierra cuando Pandora abrió la caja (¡menos la Esperanza que, por esperar, quedó dentro!) o si lo que traía la caja eran todas las bienandanzas que se disiparon en la nada dejando la caja vacía.
Nos vale como imagen (realmente los mitos son la reconstrucción de la realidad humana aupada al escenario de nuestras expectativas) si aceptamos que el mundo está lleno de egoísmo, del Egoísmo, el único mal y el conjunto de todos los males.   
No hace falta ser un experto y honrado analista para comprobar que, en efecto, no hay mal que no sea padre, abuelo, sobrino o hijo del egoísmo. Decimos “honrado” porque vivimos gritando (creyendo que por decirlo más fuerte lo hacemos más verdadero),  que tal cosa no es egoísmo (es decir, que es amor) cuando sabemos de sobra en cada caso que eso que llamamos, gritando, amor no es sino autoerotismo, es decir, autocomplacencia o complacencia que nos seduce a nosotros cuando se la ofrecemos al vecino.      
Sólo el Amor sacia el hambre y la sed de felicidad del ser humano. Sólo el Amor hace desaparecer la peste del egocentrismo que nos encanija y nos autodestruye. Sólo el Amor se convierte en el dique que contiene el mar de las desgracias. ¡Ay si sólo hubiese Amor: no habría desgracias que contener!.

sábado, 13 de agosto de 2011

Un gigante.

Desde hace tres meses miramos al que fue Papa Juan Pablo II como beato. El Papa actual, Benedicto XVI, añadió del pasado 1º de mayo ese título con el que la Iglesia católica reconoce su santidad, a los que ya tenía en vida, conocidos por todos. Uno de ellos fue el de Grande, Magno. No hace falta recordar su vida ni sus actos para aceptar ese calificativo como sumamente adecuado a su persona, a su servicio a Cristo y a su historia.
Cuando en el primer aniversario de su muerte, el 2 de abril de 2006, el Papa Benedicto XVI se preguntaba: “¿Cuál es el legado de este gran Papa…? Su herencia es inmensa, pero el mensaje de su larguísimo pontificado se puede muy bien resumir en las palabras con que quiso inaugurarlo aquí, en la Plaza de San Pedro, el 22 de octubre de 1978: «Abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo»”.
La cercanía de tantas personas a él en sus últimos días, en sus últimas horas, estuvo llena de pena y de cariño. Se iba. Era irremediable. Su alta torre de pregonero de Cristo se abatía. Y sus últimas palabras, en polaco, fueron: «Dejadme que me vaya a la casa del Padre». Es decir, las mismas de la inauguración de su pontificado: «Dejad que se abran las puertas, dejad que Cristo, la Puerta, el Buen Pastor y el Camino hacia el Padre, me tome en sus manos».    
Cuando una personalidad que preside una institución decae notablemente por su debilidad física, aparecen siempre agoreros con alma de buitre que esperan, desean, invocan a la muerte para que vengan otros a quien poder seguir mordiendo.
También se dio (lo sabes por los medios de comunicación) con nuestro Beato: “Que pongan a otro!” “¿A qué espera para renunciar?” “¡Vacío de poder!”… Es verdad que hay “gobiernos” que requieren toda la entereza de la vida. Pero hay otros que consisten precisamente en gobernar muriendo, amando. Uno de ellos es el de la paternidad.
Si Juan Pablo II invitó a abrir las puertas de par en par a Cristo, es justo creer que él lo hizo así. Y que cuando Cristo le llegó clavado en la cruz, se apresuró a ofrecerse para ser cirineo suyo, llevar su propia cruz, aceptar morir clavado como Él, con Él. Ese fue el supremo gesto de gobierno, el único cristianamente eficaz, porque el seguimiento hasta el final de Jesús no podía hacerse sin acabar, como Él, ofreciendo su vida en el dolor.