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martes, 17 de enero de 2012

Fuera...!!

Odi profanum vulgus, et arceo, “decía” de sí mismo Horacio (Quinto Horacio Flaco) en sus Carmina, confesando el disgusto que le producía, seguramente, la insensibilidad del vulgo ante su poesía. Odio al vulgo profano y lo aparto de mí, podría ser una traducción más o menos correcta, pero que dice en castellano lo que decía Horacio. Este selecto poeta venusiano, que propone el carpe diem (toma, aprovecha cada día), la aurea mediocritas (la mediocridad de oro) y el retiro del beatus ille (feliz aquel…) para ser feliz, encuentra eco en otro poeta, el nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, con el nombre de combate artístico más conocido de Rubén Darío. Darío definía (creo haberlo leído en el prólogo de las obras poéticas de un buen amigo suyo) como público municipal y espeso al vulgo profano del otro poeta.
Y al leer estos calificativos nos quedamos pensando si eran seres engreídos por una hinchada autoestima o por la estima de los demás que los colocaban en baldaquinos de honor y selección.
Si pensamos y juzgamos así, somos injustos. No valemos para jueces. Porque en la médula de nuestra personalidad hay mucho más de lo que creemos de esa necesidad de apartar de nosotros a los que no son de los “nuestros”. Necesitamos la seguridad de pertenecer a una tribu (y sabemos lo que la tribu tiene de cerrazón en defensa de su identidad) para sentirnos arropados por ella, conocidos por los demás, aceptados como gente de su “raza”.
Basta repasar las filas del deporte, del arte, de la política, del tener o no tener y de las tantas esferas en las que nos movemos, para darnos cuenta que tendemos casi instintivamente a alejarnos o alejar a los que no nos son propios. ¡Cuánta torpeza hay en avanzar cuando rechazamos sistemáticamente lo que dice el que no es “nuestro” porque no es nuestro no porque no tenga razón! 
Es un instinto animal. Basta observar el comportamiento de animales salvajes o domesticados para afirmarlo. No es malo ese instinto: pertenece a nuestra naturaleza.
Lo malo es depender del instinto cuando somos algo más que animales movidos por esa fuerza. Advertirlo con nuestra capacidad de discernir, decidirse a no resignarse a ser esclavos depender de ella, y ejercitarse en la apertura, la aceptación y hasta el aprecio del que nos es distinto.     
Se da en la educación familiar un riesgo en este asunto. Se previene sin más al hijo, ya desde niño, hacia o, peor todavía, contra el que no es de “los nuestros”, sin darse cuenta de que están planteando una vida para el futuro en la que necesariamente debe haber amigos y enemigos.
Tal vez nos venga bien ensanchar el corazón y hacer de nuestra actitud de acogida un principio de conducta para nosotros y nuestros hijos.

domingo, 20 de noviembre de 2011

El Otro.

Si quisiésemos dar con el núcleo del mensaje de Jesús, llegaríamos a él recordando (¡y ojalá que viviendo!) su afirmación: No hay mayor amor que el del que da la vida por el amigo. Nos interesa “el otro” para poder ser nosotros mismos. Sin “otro” no soy nadie, más aún, no soy nada. Y no “el otro” para apoyarme en él, para sacarle lo más que me deje sacarle, para meterme con él, para pincharle, para despellejarle… Me interesa, necesito al “otro” para quererle. Si “el otro” fuesen “los otros”, “todos los otros”, ¡miel sobre hojuelas! Nos encandilan personas de las que decimos “¡Ese, esa, sí!”. No hace falta nombrar a nadie porque todos nosotros llevamos en algún pliegue del corazón (si no lo tenemos podrido) el nombre de alguna de esas personas que vivieron dándose desde que “el samaritano” nos enseñó a descubrir en “el otro” y en la necesidad de servirle la fuente de nuestra dignidad.
Llama la atención el clamor de personas como Emmanuel Lévinas (1906-1994), lituano francés, judío, que vivió y enseñó que la relación con el “otro” no es un simple “contrato” humano entre dos hombres, un hecho aislado en la historia, sino ir más allá de lo presente, de lo finito, de lo temporal. El ser humano no es nunca un ser para la muerte sino un ser para el “Otro”. En el “otro” está siempre la presencia ausente de la idea de infinito que preside mi vida y hace al “otro”, al “rostro del otro”, incapaz de ser dominado.
La voz más profunda, más auténtica, más humana de cualquiera de nosotros nos invita, más aún, nos obliga a rechazar toda violencia contra la vida. El deber del hombre hacia el “otro” es incondicional. Y eso es lo que constituye el fundamento de la humanidad del hombre. El hombre es “más que ser”. La relación moral que impone el rostro del “Otro” nos conduce, dice Lévinas, a Dios, porque su huella se puede leer en el rostro del “otro”. Lévinas (buen judío él y profundo creyente en las fronteras de la propuesta cristiana) condenaba el “consuelo de las religiones”, cuando son las prácticas rituales, las normas llamadas “religiosas” las que vertebran la vida de un creyente, porque quedan más acá de la muerte. En cambio, el servicio a los demás, la entrega de la vida para amarlos hasta el fin son nuestra escala para superar a la muerte.
¡Cuántas veces lo hemos oído de labios de la Verdad: “Venid, benditos de mi Padre… porque me disteis de comer”!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Buena Educación (6): El Amenti.

Veredicto de Osiris

El mal llamado “Libro de los Muertos” era un largo y pesado prontuario que todo egipcio llevaba consigo a la tumba. Algo así como una guía para el último viaje, el viaje hacia “Occidente”, el Amenti, uno de los nombres del infierno egipcio: «región escondida». Plutarco en el tratado de Isis y de Osiris, capítulo XXIX, dice: «El paraje subterráneo al cual se trasladan las almas después de la muerte se llama Amenthes.» El Libro de los muertos, en el capítulo XV, se expresa en conformidad con el texto de Plutarco en estas palabras: «A la tarde el sol vuelve su faz hacia el Amenti.» Las creencias egipcias habían asimilado la vida humana a la jornada solar, y por eso al declinar la existencia el alma, desprendida del cuerpo por la muerte, el alma descendía a la región inferior, hasta llegar al Amenti o sala del tribunal de Osiris, juez supremo que, asistido por 42 asesores, decidía la suerte futura de la misma. De aquí que el Amenti fuera llamado el “país de verdad de palabra”. El Amenti estaba personificado en el panteón egipcio por una diosa llamada Amen-t con la cabeza coronada por el grupo jeroglífico del Occidente, y por otra diosa de tocado isiaco llamada Merseker, es decir, «amante del silencio
Y para el momento en que se debía pasar por el juicio de Osiris, para el momento en que pesarían el corazón en una balanza infalible, sin mentira, el viajero al más allá debía repetir en su interior una y otra vez: “Corazón mío, corazón de mi madre, no te alces contra mí, no depongas en contra de mí”.
Vivimos ansiando la verdad (menos cuando la mentira nos sirve como instrumento de ventaja): la verdad en los otros y alguna vez también en nosotros mismos.
El que es la Verdad nos ha explicado bien dónde se encuentra la buena educación: la verdad que debemos ofrecer en el momento de la pesada de nuestro pobre corazón, en el juicio definitivo. Será un repaso a nuestra buena educación, es decir, a la grandeza o la pequeñez de nuestro corazón. Se nos llenará el corazón de la infinita ternura del Padre (“¡Benditos de mi Padre!”) si dimos un vaso de agua al sediento (¡por un vaso de agua un Reino!), un poco de pan al que se nos acercó con hambre, un saludo para el que se nos cruzó en el camino, una visita al solo y al enfermo, un silencio ante el silencio del que calla, una palabra al que sufre si nuestra palabra no le escuece en la herida, respeto y apoyo al que sigue mi mismo camino, una sonrisa al que vive buscando la aurora, una mirada al hermano que está junto a mí, mi tensión interior por saber que existen los demás, tenerlos en cuenta, atenderlos, servirles, convertir el agua sencilla de las cosas pequeñas en el vino nuevo que llena los odres nuevos del Reino, lavar los pies al que creo que es menos que yo, pero al que elevo en un trono de estima cuando me arrodillo ante él, dar la vida por los amigos, regalándonos sin que nos duela morir.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Discutir.

Eso es discutir y lo demás es cuento. Duelo a garrotazos, como pintó Goya en la Quinta del Sordo que compró en 1819: los pies bien hundidos en la tierra para no ceder ni un centímetro de la propia postura, el garrote bien asido para no errar y con la intención bien clara de dar en la cabeza al otro dialogante para acabar con él.
Parece que lo de los pies enterrados no era así en el original, sino que fue un mal arreglo al pasar el óleo del revoco al lienzo. Pero lo dejamos para nuestra reflexión como hoy se ve, porque es un rasgo más del talante de los que discuten.
Discutir es golpear para separar, sacudir para que caiga lo que sea, la tierra adherida a la raíz, la fruta, el grano, el vecino, el que nos lleva la contraria…
«¡Vivir allí arriba unos días en el silencio y del silencio nosotros, los que de ordinario vivimos en el barullo y del barullo! Parecía que allí oíamos todo lo que la tierra calla mientras nosotros, sus hijos, damos voces para aturdirnos con ellas y no oír la voz del silencio divino.  Porque los hombres gritan para no oírse cada uno a sí mismo,  para no oírse los unos a los otros… Para descansar de las visiones de miseria de cualquier barranco humano, para digerir todo lo que es accidente en la vida, ¿qué mejor sino la cumbre de la Peña de Francia al abrigo del venerado Santuario?» - escribía Miguel de Unamuno después de pasar algunos días en aquel precioso monte.
¿Quién discute? El que no tiene razón, el que busca eliminar al que tiene enfrente o, al menos, hacerle callar. El que impone su palabra (o su grito) con la fuerza del garrote verbal. Discute el que va por la vida levantándose tronos de autoritarismo a fuerza de tronar y escupir fuegos. El que no ha aprendido a pensar, a compartir, a regalar. Se le pueden aplicar los conocidos versos: Cuando empieza su charla don Malvicho, qué va a decir no sabe el infelice; cuando sigue, no sabe lo que dice; cuando acaba, no sabe lo que ha dicho.
Pero lo ha dicho y ¡ay del que contradiga su veredicto! Porque, como dice el refrán castellano, palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Los suizos lo apadrinan mejor: Cuando la piedra ha salido de la mano, pertenece al diablo.
Conversar es el modo normal de comunicarse las personas capaces de saber que el otro, sea quien sea el otro, tiene derecho a existir, a hablar, a tener una opinión, a expresarla. Conversa el que escucha, el inteligente que sabe que oyendo se aprende, que oyendo se afina la capacidad de juzgar, que no se habla para quedarse por encima, sino para verter en común (ese es el significado exacto de “conversar”) el propio corazón y tomar del regalo de los otros lo que puede servir para enriquecer el propio.

jueves, 30 de junio de 2011

¿Amigos?

Una de las riquezas de las que solemos hablar con más ligereza es la amistad. Por eso choca con el contraste de esa ligereza lo que algunos varones sesudos dijeron de ella. He aquí una corta muestra.
Por ejemplo, Cicerón, hablando en su reflexión sobre la amistad afirmaba: “Parece que arrancan del mundo el sol los que suprimen de la vida la amistad, porque de los dioses inmortales no tenemos nada mejor, ni más gozoso”. Y enfrente de él, Lucio Sergio Catilina, en el discurso a los que quiso atar consigo en su conjuración, según Salustio, afirmó: “En querer lo mismo y odiar lo mismo está la amistad indeleble”.
Cerca de nosotros Gregorio Marañón lo expresaba de un modo casi místico que despierta asombro por su estima de la amistad:
Yo me pregunto: Señor,
¿es que hay alguna verdad
por encima del amor?
Y oí una voz interior
que me dijo: la amistad

Cuando san Agustín recuerda los últimos días de la vida de su madre Mónica, en Ostia, a la espera del barco que los llevase a África (pero se adelantó la muerte), escribe:
"... Recorríamos paso a paso todo el mundo, considerando internamente tus obras y admirándonos. De esta manera alcanzábamos nuestro espíritu, pero también lo sobrepasábamos para llegar al reino de la fecundidad inagotable. Y al hablar de este modo y anhelar la verdad, llegamos a tocarla un momento con toda la fuerza del corazón… Mi alma fue herida profundamente y mi vida quedó desgarrada, pues su vida y la mía habían llegado a formar una sola".
Sólo siendo una misma realidad (¡y qué difícil es serlo!) se llega a tocar la verdad que se encuentra en el reino de la fecundidad inagotable. Lo que nosotros llamamos frecuentemente amistad (“Tengo un amigo”, “Mi amigo y yo…”) suele quedar en un acuerdo tácito para aguantarse, para apoyarse, para no estar solos, para cohonestar lo que de otro modo, sin el “visto bueno” del “amigo”, habría quedado en una mala intención.

lunes, 20 de junio de 2011

El tamarino.


El respetable Saguinus mystax (FOTO DE CARNET)

¡De verdad que no me gusta hablar mal de nadie! Ni siquiera decir lo que voy a decir, que no es sino lo que los observadores del tamarino bigotudo saben de este platirrino cuya foto les ofrezco. Le pueden llamar también, sin miedo a equivocarse, pichico barba blanca, bebeleche, tití de mostacho o, con más propiedad - ¡y dignidad! - Saguinus mystax, como lo llaman los zoólogos. No voy a decir todo lo que sé, que es muy poco,  ni mucho menos todo lo que saben sus estudiosos.
Se mueve en el Amazonas común a Perú, Brasil y Bolivia. Y se mueve en las alturas, es decir, que se anda por las ramas. Porque no les gusta bajarse de su alta esfera, situada en los árboles, entre los 9 y 17 metros – y en algún caso mucho más - de altura sobre el nivel de la  vida vulgar. Son una especie de primates muy selecta que no se roza con la gleba. Cada grupo defiende su territorio natural que llega hasta las 50 hectáreas (¡aéreas, claro!).       
Su vida social, pues, es muy aristocrática. Basta decir que forman grupos reducidos (no más de 16 ejemplares), constituidos por pocas familias. Un ejemplar adulto mide unos 25 centímetros sin contar la cola, de otros 15; y pesa alrededor de 400 gramos. Tal vez por la insignificancia de su arqueo intenta presumir o meter miedo con su descomunal bigote blanco.
Una de las últimas cosas que se han observado en su comportamiento (¡increíble para  tan solemne mostacho!) es que alguna vez, probablemente en un ataque de ira, de envidia o de revancha, matan a la cría de la vecina. 
Los chinos, capaces de meter en pocas palabras mucha sabiduría, dicen que la violencia es el refugio de las mentes pequeñas. ¿Será el caso del bebeleche? Porque eso de cargarse al hijo del vecino sin otra razón que la de que le cae mal daría la razón a los chinos. Es verdad que la columna dorsal que aguanta nuestro caminar por esta tierra de encuentros es el egoísmo. Pero su ataque gratuito, la agresión sistemática, el clamor de protesta, la queja como nana infantil, la descalificación de todo lo que no gusta o parece contrario a los propios planteamientos o que no coincide con los criterios que habitan la mente, aparte de ser una forma de dictadura fascista, es una demostración de la angostura, de la pequeñez de la mente, como dice el chino.    
Tal vez el progreso se ha confundido de destinatarios y ha ido a parar a humanos, platirrinos o catirrinos, que confunden ir adelante con arremeter contra el que camina al lado.

sábado, 21 de mayo de 2011

Comer flores.


Marco Gavio Apicio  fue un gastrónomo romano del siglo I durante los reinados de Augusto y Tiberio. Se le atribuye un libro, De re coquinaria, con 500 fórmulas de cocina. Sin duda el libro a comienzos del siglo V ya no era todo suyo y hay quien duda de que tuviese algo de él. Se imprimió por primera vez en Milán en 1498.
Era un hombre excéntrico y muy rico, pero su excentricidad le llevó a perder toda su fortuna. Fue el inventor del ahora llamado foie-gras a partir del hígado de gansos ahítos de higos. De ahí el nombre que se le da a esa víscera.
Tiene recetas con pétalos de rosa o flores de mejorana, salsa de flores de cártamo.  Más tarde Carlomagno bebía vino con flores de clavel y sor Virginia de Arcetri, hija de Galileo Galilei, hacía mermelada con flores de romero y a Isabel I de Inglaterra le gustaba la macedonia con prímulas.
En Japón, actualmente, se sirven ensaladas de pétalos de crisantemos enanos o  de magnolias. Y entre nosotros gustan los caramelos de violetas confitadas y las mermeladas y gelatinas de rosas.
Con flores de saúco mezcladas con huevos y queso se hacen gustosísimas tortillas. Y si se añaden requesón y huevos salen muy ricas filloas. Las flores comestibles son muchas: mimosa, saúco, clavel, glicinias, jazmín, malva y margaritas. A las que se añaden los aromas de las hierbas de olor y las flores de la mostaza, de la salvia, del romero, del tomate, de los guisantes, del perejil, de la berenjena, del pimiento, de las judías… Las flores de los crisantemos enanos, como se ha dicho, enriquecen el sabor del puré de patatas y los pétalos de rosas en el postre o con el pescado y el espliego en los sorbetes les dan un toque de frescura especial.
Pero es más importante el segundo paso: comer o cenar poniendo en la mesa una flor. Basta una, que no hace falta comer, naturalmente. Porque en ese momento de convivium o symposion o banquete (que es siempre la comida que se hace sin prisas, sentados, con otros a los que se ama y aprecia) las flores, aunque sean muy sencillas, aunque no sean muchas o sea una sola, son la firma de la acogida, de la amistad, del amor. Convierten el acto puramente fisiológico de cada día en un acto de entrega de aprecios. Y nada mejor que una flor para autenticar su nobleza.
Y el tercero, el tercer paso en el empeño de embellecer la comida es que en ella no se viertan condimentos que retuerzan o envenenen el aire amable que mantiene a los comensales en convivencia: miradas torcidas o ajenas, palabras sutiles de crítica o suspicacia, preguntas que rocen el velo invisible del respeto o el aprecio, conversaciones sobre personas, temas y problemas forasteros al dulce espacio de querer y dejarse querer. Una comida o una cena familiar nunca pueden ser una comida o una cena “de trabajo”. No hay en la acogida lugar para el trabajo. Sólo la paz educada y el sosiego hecho de casa pueden ser el premio de la llegada a puerto.

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Serán las hormigas nuestras maestras?


Jean-Henri Casimir Fabre (1823 -1915) fue un entomólogo francés. La pobreza de su familia no le impidió entregarse al estudio de los insectos hasta el punto de que se le considera “padre” de la entomología. Hasta Charles Darwin se inspiró en él para redactar sus últimos escritos. Fabre, audidacta, estudió paciente y apasionadamente  el comportamiento de los insectos. ¡Cuánto habría dado por conocer a la linepithema humile, una hormiga argentina, emigrante, llegada a Europa precisamente cuando él completaba su investigación y su vida!
Mide esa hormiga de 1,6 a 3,2 mm. De ahí su nombre: humilde. Y hoy forma la mayor colonia del mundo con millones de hormigueros a lo largo de 6.000 km que bordean las costas mediterráneas desde Génova hasta Galicia. ¡El poder de la inmigración en un siglo!
En su patria de origen las obreras de un hormiguero son muy agresivas con las de otros. Se tiran al cuello y llegan a acabar con la vecina casi siempre. Lo que Fabre no pudo hacer lo logró Laurent Keller, ecólogo suizo, hacia el año 2002 y encontró que entre las hormigas europeas por adopción no hay rechazo. Probó a “provocarlas” de dos en dos, tomadas de las costas italianas, francesas, españolas y portuguesas y nada. Se comportaban como hermanas o, al menos, como primas que se llevan bien. 

No van a ser las hormigas maestras nuestras. Pero algo pueden decirnos a nosotros que somos inteligentes, hombres de paz, demócratas (¿qué será eso?), tolerantes, maduros, comprensivos, acogedores, condescendientes… hasta que un “quítame allá esas pajas”  enciende en forma de tea ardiente el hervor de nuestra indignación.