domingo, 29 de julio de 2018

El pasado... para qué me vale?


Don Claudio Sánchez Albornoz hizo su entrada en la Real Academia de la Historia el 28 de febrero de 1926 con un discurso que tituló Estampas de la vida en León durante el siglo X. Ahora sigue estando a nuestro alcance con el título Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Lo leí con el placer especial de sumergirme en el pasado.
“Circulan por León –se empieza a leer en la página 50- monedas del pueblo hispano-musulmán, con que comercia el reino y a la par las viejas piezas galicanas o romanas que alza el arado de la tierra a cada paso. Mas no bastan los dirhemes de Córdoba, los sueldos de Galicia ni los viejos denarios, y aunque con frecuencia se acude al trueque directo de objetos por objetos, como no es éste siempre suficiente y los reyes leoneses no acuñan numerario, fuerza es admitir en los pagos todo trozo de plata y pesar la moneda, para igualar de algún modo los diversos instrumentos de cambio”.
Nos hace saber, por ejemplo, que un asno se vendía por cuatro sueldos, una yegua vieja por quince, un galnape (o cobertor) por cuatro, un modio de trigo por uno, una saya carmesí por treinta…  
Naturalmente lo que me cautivó no fue la cotización de la vida el año 1.000 en León, sino la vida misma en León en el año 1.000, mostrada a través de un instrumento tan vívido como son las costumbres y usos de aquello que ha pasado.
Me hace esto pensar que hoy el interés y el valor de ese pasado no ocupan lugar en nuestra mente, en nuestros sentimientos, entre los “instrumentos” de nuestra labor de formadores del futuro. Se me ocurre que del pasado, en general y casi solo, tomamos ciertos hechos que nos animan a criticarlos. Y, sin embargo, en nuestra curiosidad por acercarnos a tantas cosas, el mundo grandioso del pasado (grandioso por sus errores, por sus esfuerzos, por sus carencias, por sus victorias, por su crueldad algunas veces, por su ternura otras muchas) no nos sirve de apoyo para afinar la sensibilidad de los que van a construir el futuro pero que, al mismo tiempo, son inevitablemente producto del pasado.

martes, 24 de julio de 2018

Fortitudo Mea In Rota (Mi fortaleza está en la rueda).


La Insigne Colegiata Abadía Mitrada de San Andrés Apóstol es la catedral de Carrara. No es muy grande. Pero es bellísima. Se empezó a construir en el siglo XII y creció durante otros dos y ofrece a los que la visitan un intenso recorrido de fe, arte, historia y de adhesión a la propia identidad ciudadana.
Pero el nombre de Carrara suena más cuando se la relaciona con su bellísimo mármol. Parece que en la Edad del Bronce, además de utensilios de esa aleación, se hicieron de este mármol útiles domésticos y figuras votivas en algunos enterramientos.
Desde los años 40 anteriores a nuestra era, los romanos se encargaron de convertir la noble piedra de Massa en regalo para el arte y para la historia. Llamaron marmor lunensis a esta piedra de los “Alpes Apuanos”, por su coloración blanca sin vetas con una cierta tendencia a un leve azul, como el de la Luna. O tal vez porque la embarcaban en el cercano puerto de Luni. El Panteón y la Columna de Trajano, por ejemplo, deben a estas canteras, según los entendidos, parte de su brillante alcurnia.
Y en el arte y la construcción para el recuerdo, la fe y la nobleza espiritual de sus admiradores se volcaron los hombres del Renacimiento, como por ejemplo los hermanos Pisano. Y, con su obra inimaginable, Miguel Ángel Buonarroti. Este genio, con 24 años, recién llegado a Roma firmó (“Bonarotus” ¿buena rueda?) en agosto de 1498 con el Cardenal Bilhères, embajador del rey de Francia, una imagen de la Virgen con Jesús muerto en sus brazos, para la capilla de santa Petronila, que era la necrópolis de los franceses insignes que morían en Roma. 
Miguel Ángel dedicó casi un año en elegir y transportar el bloque que le habría de servir para convertirlo en piadosa maravilla.    
Pero en esta ocasión vaya el acento al lema de los “Carrarenses”. Carrara viene de carro. Y muchos “carreros” volcaron en el transporte de este oro blanco, días y sudores, parte de su vida. De ahí el precioso lema que se repite con las cuatro palabras que abren estas líneas: Mi fortaleza está en la rueda. Y hay muchas ruedas, grandes, medianas y pequeñas en la ornamentación de Carrara. La rueda, los sudores y el trabajo han dado fortaleza y grandeza a los hombres de estas tierras.              
Sus vidas y su ejemplo deben servir a quien sueña con ser alguien grande que solo el sudor, el trabajo, la constancia, el tesón,  el esfuerzo y la “rueda” lo hacen posible.

jueves, 19 de julio de 2018

Bonobos: la simpatía y el altruismo.


Los Bonobos no vienen aquí para que aprendas sobre ellos, sino para que, si es oportuno, aprendamos de ellos. Pero, de paso, recordemos que son chimpancés y que su nombre científico, que te sonará mucho, es Pan Paniscus Chimpancé pigmeo y Chimpancé enano o grácil. Porque existe otro género Pan que es el Pan troglodytes, nombre mucho más elemental, que es el chimpancé común.
Los que los han estudiado, por ejemplo Frans De Wall o Jingzhi Tan, dicen cosas como estas: son altruistas, ayudan a desconocidos aunque no se les pida, aunque no se les agradezca o pague de algún modo, y parecen felices de poder hacerlo. Desde luego que, cuando comparten la comida, la comparten de verdad. Es más, se ha hecho una prueba: se ha hecho pasar uno por uno a dieciséis por un recinto aislado de otro contiguo. Podían alcanzar media manzana que pendía sobre ellos; y después de alcanzarla la tiraban al recinto contiguo si en ella había otro bonobo.
En pruebas de simpatía o empatía por medio de videos con bonobos de la familia o desconocidos que bostezaban, los bonobos espectadores lo hacían también. Y los estudiosos lo atribuían a un “contagio emotivo” o a un deseo de identificarse con otros de los que sabían que pertenecían a su misma condición.
El comportamiento humano es fruto de muchos factores que nos hacen mucho más complejos que los bonobos. Si su comportamiento, como hemos podido observar, es instintivo, deberíamos reflexionar lo que hay o no hay de “instintivo” es decir, de  natural de los “tesoros” que podemos pulir con nuestra persona y advertir si el noble instinto de altruismo ha quedado empañado en ellos y a qué factor se puede atribuir.
Tal vez estamos a tiempo de intervenir prudentemente y, sin eliminar las riendas que la prudencia deben orientar sus actitudes y actos, sugerir que la ”simpatía”, en su sentido más genuino, no es sino la aportación mutua y natural que nos ayuda a ser mejores.

sábado, 14 de julio de 2018

El CF Chievo: un ejemplo de superación.


Los aficionados al fútbol, se juegue donde se juegue, conocen al equipo italiano Chievo, Al menos de nombre. El Chievo viene a esta página, no como un dato deportivo, sino como un ejemplo de estímulo, entusiasmo, entrega, fe, constancia (que es mucho más que entusiasmo) y amor.   
Nació en 1929 como parte de la Opera Nazionale Dopolavoro fascista en un apartado barrio de Verona. Tenemos ante nosotros la nobleza de la ciudad de Verona en la que Shakespeare llevó el amor de Romeo y Julieta, aunque nacidos en Siena.
En 1936 sus problemas económicos parecían acabar con su existencia. 
Acabada la Segunda Guerra Mundial renace y entra en Segunda División. Y poco a poco se afianza, impulsada por el entusiasmo de su gente de modo que en 1959 logra la categoría superior italiana.
Empresarios y entusiastas la aúpan y en 2001 recobra su honroso puesto en la serie A, es decir, la Primera División. Tener en cuenta que representa a un barrio de Verona que no tiene muchos más de 2.500 habitantes es pensar que su historia es fruto de generosidad, constancia, entusiasmo, personas que creen, que se entregan… Sigue en Primera, aunque su permanencia es cada temporada un milagro de fe en su fútbol.
Las metas que proponemos en nuestro arduo trabajo de educadores no pueden ser puntos de llegada, sino triunfos sobre la tendencia innata a no esforzarse, a contentarse con lo que parece que basta. “¡Ya está bien!” no puede ser ni nuestro raquítico ideal ni el deseo final de quienes tienen capacidad, necesidad y fuerzas para llegar todo lo arriba que se pueda.
Hubo una agrupación alpinista que se exigió vivir un lema –y un camino de acuerdo con el lema– encerrado en la palabra latina SPEM que expresa con valentía el programa de su existencia: SEMPER PLUS ET MELIUS (para los que olvidaron el Latín: SIEMPRE MÁS Y MEJOR) que no puede quedar en una bocanada de optimismo, sino que debe convertirse en un programa de vida.

lunes, 9 de julio de 2018

Quejicas? Educar en la Verdad.


Es frecuente que curioseemos o indaguemos o estudiemos o lloremos sobre las  estadísticas que nos hablan de la marcha del mundo. Y es más frecuente – y todos lo sabemos - que recurrir a la estadística es el instrumento más eficaz para despertar sensibilidades y hasta obtener un apoyo mejor a alguna causa que coreamos.
Me permito recurrir, como ejemplo, a algunos datos que han estado o pueden estar al alcance de tu mano.
Según los datos del Pacto de Toledo el año pasado, de 2007 a 2017 las pensiones habían aumentado un 16,53% (el IPC tuvo un crecimiento del 16,50%).
En el ámbito universal, de 1960 a 2016, la población mundial había aumentado un 145% y el PIB per cápita  un 183%. La tasa de pobreza extrema había sido en 1980 en un 44,3% mientras que en 2015 había bajado al 9,6%.
La tasa de mortalidad entre los recién nacidos era en 1990 de 64,8 por cada 1.000. En 2016 había descendido a 30,5. En los menores de cinco años la mortalidad pasó en 26 años de 93,4 fallecidos por 1.000 a 40,8.
En 1970, el 74% de los alumnos finalizaban la escuela primaria, mientras que en 2015 la cifra alcanzó el 90%...
La emisión de los seis gases contaminantes más comunes en los países occidentales un 67% desde 1980...
Nuestro papel es formar a jóvenes sinceros en una sociedad que intenta, día a día, mejorar. Pero ese papel nuestro tan delicado debe estar empapado, todo y siempre, por la veracidad; y nuestras conciencias y las de nuestros formandos por la Verdad.
Vivimos en un mundo inundado de noticias. Y no es bueno dejarse ahogar, o deformar o arrastrar. Por lo que nuestro deber de orientar hacia la exactitud de lo que se pregona debe oponerse a la tentación que tantas veces se sufre de querer llamar la atención, acusar, convertirnos en adalides de la verdad o, simplemente, de llevar el agua a nuestro molino como con triste frecuencia acaece.

miércoles, 4 de julio de 2018

La biblioteca de Asurbanipal.


Usurbanipal, suponen los historiadores, no iba para rey, aunque lo fue. Porque su formación juvenil le llevó poderosamente hacia el saber. Y dedicó todo su entusiasmo en enriquecer la biblioteca que su predecesor Sargón II (rey desde 722 hasta 705) había comenzado en Nínive. Ni Sargón ni Usurbanipal o, como le llama Esdras, Asnapar, o se le conoce en otros escritos de la historia como Sardanápalo, fueron meros coleccionistas de “libros” o, propiamente, tablillas de arcilla cocida. Dejó escrito Sardanápalo para nuestro aleccionamiento: “…estudié el saber secreto de todo arte del escriba... “.
Otro joven, Austen Henry Layard, inglés, viajero, estudioso, inquieto, con ganas de ser arqueólogo, descubrió en 1847, como sin duda sabes, debajo de un montículo cercano a la ciudad perdida de Nínive y las ruinas del palacio de Senaquerib, ¡la biblioteca de Asurbanipal! Buena parte de ellas se conservan en el Museo Británico.
Eran casi 22.000 tablillas, contra las que el babilonio Nabopolasar, en el 626 y sin ninguna consideración hacia la ciencia, el arte y la Historia, volcó toda la fuerza de la destrucción.
¡El pasado!  Basta decir a alguna persona algo del pasado para que tuerza la cabeza como queriendo decir “¡No me vengas con historias!”.
Y, sin embargo, somos todos y en todo producto del pasado. Y debemos cultivar la memoria del pasado y educar en esa actitud para no resbalar en un presente sin futuro. Querer ignorar hechos, personas, conflictos, choques, desastres, cataclismos humanos (los de la Naturaleza debemos respetarlos aunque nos amarguen) es creernos autores de la Historia. Y es verdad que cada ser humano construye su propia historia, pero cuando tratamos de referirla nos encontramos muchas veces con un vacío profundo de esfuerzo, servicio, sentido altruista de la vida, como si a nadie debiésemos nada o como si nuestra vida se cerrase con nuestro raquítico recorrido.
Se me vienen estas sencillas pero exigentes reflexiones como motor de nuestro empeño en hacer sentir a los que acompañamos en su admirable ascenso para que adquieran conciencia de que nada de lo que ellos viven quede sin eco después de su memoria.