martes, 10 de julio de 2012

Bohol


No es broma escribir los siguientes nombres de los ayuntamientos de la isla de Bohol, una de las mayores de Filipinas: Alburquerque, Alicia, Anda, Antequera, Bien Unido, Buenavista, Carmen, Clarín, Corella, Cortés, Duero, García Hernández, Getafe, Lila, Pilar, Presidente García, San Isidro, San Miguel, Sevilla, Sierra Bullones, Trinidad, Valencia. No es de extrañar. A pesar de su identidad más que plural (tagalos, cebuanos, ilocanos, bisayanos, hiligainones, bícoles, samareños, moros, pampangos, pangasinenses, ibanag, ivatan, igorotes, lumad, mangyen, negritos, aeta, ati…) mantienen una cierta nostalgia histórica de la presencia española en aquel precioso archipiélago.
No es broma tampoco escribir que en medio de la Isla de Bohol hay un lugar (Monumento Nacional) llamado Chocolate Hills, es decir, Colinas de Chocolate. Son 1268 conos de unos 120 metros de altura que ocupan una superficie de más de 50 kilómetros cuadrados. Son el resultado (dicen, pero vaya usted a saber) del levantamiento de depósito de piedra caliza. Es, pues, un intrigante paisaje kárstico, como dicen expertos.
Pero en el lugar (¿y quién va a estar más enterado que ellos?) no están muy convencidos y dicen que hubo una vez un gigante, Arogo, que lloró sin pausa y que cada lágrima por la muerte de su amada se convirtió en uno de esos conos.
¿Y por qué chocolate? Porque en los meses de sequía, agostado el verde que los cubre, dan la impresión de ser descomunales bombones, todos tan iguales, todos tan quietecitos.
Y como esto no es una página de propaganda turística, vamos al grano que nos interesa. En el salmo 56 (55 según la diferente numeración desde el 11 al 147) se lee (versículo 9) una cosa tan sugestiva como ésta: De mi vida errante llevas tú la cuenta. ¡Recoge mis lágrimas en tu odre! 
Moisés pedía a Dios si no perdonaba el pecado del pueblo: Bórrame del libro que has escrito. El autor de este salmo, en cambio, está seguro, recordando lo que hace un buen administrador con un tesoro o un beduino con el agua en el desierto, que Dios acaricia en su corazón los pasos del fiel desterrado y las lágrimas del perseguido por su causa. Aquí no hay conos de chocolate en los que se han convertido las lágrimas del que sufre, sino el seguro de que Dios será grandioso con sus amigos al final de la  peregrinación.

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