No es broma escribir los siguientes nombres de los ayuntamientos de la
isla de Bohol, una de las mayores de Filipinas: Alburquerque, Alicia, Anda, Antequera,
Bien Unido, Buenavista, Carmen, Clarín, Corella, Cortés, Duero, García
Hernández, Getafe, Lila, Pilar, Presidente García, San Isidro, San Miguel,
Sevilla, Sierra Bullones, Trinidad, Valencia. No es de extrañar. A pesar de su
identidad más que plural (tagalos, cebuanos, ilocanos, bisayanos, hiligainones,
bícoles, samareños, moros, pampangos, pangasinenses, ibanag, ivatan, igorotes,
lumad, mangyen, negritos, aeta, ati…) mantienen una cierta nostalgia histórica
de la presencia española en aquel precioso archipiélago.
No es broma tampoco
escribir que en medio de la Isla de Bohol hay un lugar (Monumento Nacional)
llamado Chocolate Hills, es decir, Colinas de Chocolate. Son 1268 conos de
unos 120 metros de altura que ocupan una superficie de más de 50 kilómetros
cuadrados. Son el resultado (dicen, pero vaya usted a saber) del levantamiento
de depósito de piedra caliza. Es, pues, un intrigante paisaje kárstico, como
dicen expertos.
Pero en el lugar (¿y
quién va a estar más enterado que ellos?) no están muy convencidos y dicen que
hubo una vez un gigante, Arogo, que lloró sin pausa y que cada lágrima por la
muerte de su amada se convirtió en uno de esos conos.
¿Y por qué chocolate? Porque en los meses de
sequía, agostado el verde que los cubre, dan la impresión de ser descomunales
bombones, todos tan iguales, todos tan quietecitos.
Y como esto no es una página de propaganda turística, vamos al grano que
nos interesa. En el salmo 56 (55 según la diferente numeración desde el 11 al
147) se lee (versículo 9) una cosa tan sugestiva como ésta: De mi vida errante llevas tú la cuenta.
¡Recoge mis lágrimas en tu odre!
Moisés pedía a Dios si no perdonaba el pecado del pueblo: Bórrame del libro que has
escrito. El autor de este salmo, en cambio, está seguro,
recordando lo que hace un buen administrador con un tesoro o un beduino con el
agua en el desierto, que Dios acaricia en su corazón los pasos del fiel
desterrado y las lágrimas del perseguido por su causa. Aquí no hay conos de
chocolate en los que se han convertido las lágrimas del que sufre, sino el
seguro de que Dios será grandioso con sus amigos al final de la peregrinación.