Para los que ya hace
mucho tiempo que aprendieron cómo se porta el río Okavango y para los que no
han caído en ello, me permito decirlo aquí.
Es un río grande, muy
largo, como casi todo en África, de casi mil seiscientos kilómetros, que nace
en Angola con el nombre de Cubango y que en la época de las grandes lluvias se
crece, crece y se convierte en un milagro. Porque yo creo que el Okavango, como
todo en África, tiene alma. Alma de río, claro, pero alma y grande. Cuando ya
es adolescente atraviesa Namibia, como Kavango, regándola, y llega adulto a
Botsuana, donde, ya Okavango, se entrega para formar lo que dice su nombre: ríos con grandes peces. Los
racionalistas dicen que el río mantiene ese curso porque no tiene más remedio,
porque lo aprisionan dos fallas geológicas que no le dejan hacer lo que hacen
todos los ríos: echar su vida al mar. Pero yo creo que lo hace porque no quiere
perderse en el infinito de los océanos, sino convertirse en fuente de vida, en
forma de un inmenso delta lleno de vida en el más inmenso desierto de Kalahari
(gran sed) de 700.000 km2.
Llega a bañar este impresionante río algún año, en su crecida, hasta 22.000 km2.
Y allí se consumen sus aguas hasta la nueva crecida.
Acuden, además de
miles de aves, elefantes, búfalos, hipopótamos, jirafas, cebras, leopardos,
cocodrilos, rinocerontes y… leones nadadores. Nadadores porque, si no, los
antílopes y los impalas se les escaparían por el agua.
¿Moraleja? Muy simple, pero puede valer. ¿Ser distinto es malo? ¿No ser
como los demás demuestra soberbia? ¿Es necesario seguir la moda para
sobrevivir? ¿Investigan y descubren los que caminan en pelotón o los que se
adentran en solitario tierra adentro? ¿Acudir con las manos llenas y abiertas
donde hay necesidad nos empobrece?
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