Corona, espada y mundo (San Esteban: año 1000)
Toda
persona que viaja o quiere viajar sabe que Budapest es la capital de Hungría. Y
aunque parezca que una ciudad puede decirnos poco para alentar nuestro intento
de mejorar el mundo (este pequeño mundo que se nos ha confiado), vamos a ello.
Hasta 1873 Budapest
no era Budapest. Había una ciudad llamada Buda en la orilla derecha del gran
Danubio. Que todas las mañanas saludaba desde lejos y por encima de las aguas
del río azul a otra ciudad de la margen izquierda que se llamaba Pest. Y se gustaban tanto que aquel año decidieron
convertirse en una sola y preciosa ciudad, la “perla del Danubio”.
Esa es la primera
lección. No es la única ciudad que la da: por ejemplo, Nueva York con el
Hudson, se hizo una cuando, en 1898, Brooklyn se unió a Manhattan… Y desde
mucho antes (¡en 330!) Constantinopla, a pesar del Cuerno de Oro y del Bósforo,
es una sola ciudad. Y nosotros, ¡a la gresca de la división!, ¡a la pesca de mi
parcelita!
Parece que el nombre
de Buda, en antiquísima lengua local, significa (con mucha razón: basta
asomarse al Danubio)”agua”. Y Pest, en eslavo, es “horno”. ¡Qué buen consorcio:
agua y fuego!
Y esa es la segunda
buena lección: la vecindad de los extremos no es necesariamente un mal. La
cercanía de la Fuerza y la Ternura engendra amor. Basta ver de qué modo el Sol
y el Mar provocan juntos el choque y la quietud vitales de la playa.
La tercera puede
tomarse en la contemplación de su historia. Budapest (Óbuda) fue primero celta,
después romana (Aquincum), deshecha por los vándalos, ocupada por los mongoles,
convertida por algún tiempo en suya por los otomanos, siguió siendo magyar en
su corazón. San Esteban, su primer rey, le dio un alma que pudo volar por
encima de los avatares de casi mil años para que sea hoy un modelo de libertad,
laboriosidad, arte, cultura, equilibrio
y sensatez.
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