domingo, 12 de junio de 2011

Catones.


Hubo y hay muchos Catones. Yo diría que todos buenos. Vamos con algunos y empezamos por Marco Porcio Catón, “el censor”, de familia humilde (234-149 aC). Fue casi un “humanista” dieciocho siglos antes del Humanismo. Fue político notable (por ejemplo, siendo procónsul en España, sometió a los hispanos siempre rebeldes: ¡y ya es mérito!), militar eficaz (tomó parte, por ejemplo, en la batalla de Metauro, donde el sol cartaginés empezó su declive), fecundo escritor y agricultor. Fue sucesivamente tribuno, pretor, cónsul y censor. Como tal, se distinguió por la enérgica defensa de las tradiciones romanas de los mayores, frente a las corrientes que empezaban a llegar de Grecia con el lujo como bandera.
Vamos con otro Catón. Es la firma de un gran catedrático mexicano actual, abogado y prolífico periodista, Armando Fuentes Aguirre. Y para que se vea su enorme valía como pensador de fresca profundidad y la razón, sin duda, del seudónimo apuntado, se ofrece a la lectura una demanda en favor de la limpieza, la belleza y la riqueza de la vida sencilla.  
Me propongo demandar a la revista "Fortune", pues me hizo víctima de una omisión inexplicable. Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta, y en esta lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el sultán de Brunei, aparecen también los herederos de Sam Walton y Takichiro Mori. Figuran ahí también personalidades como la Reina Isabel de Inglaterra, Stavros  Niarkos, y los mexicanos Carlos Slim y Emilio Azcárraga. Sin embargo a mí no me menciona la revista.
Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes: Tengo vida, que recibí no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia, esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad. Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos.
Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy gracias porque leen bien lo que yo escribo mal.
Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso. Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra.
Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca.
Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para hermanarme a los que sufren. Y tengo fe en Dios que guarda para mí infinito amor.
¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¿Por qué, entonces, no me puso la revista "Fortune" en la lista de los hombres más ricos del planeta?"
¿Y tú como te consideras? ¿Rico o Pobre?

viernes, 10 de junio de 2011

Procariotas.


Theodor von Escherich

Como este mensaje no es ni médico ni griego (el que lo escribe no sabe ni medicina ni griego) basta decir ramplonamente que microorganismos procariotas son los que no tienen núcleo. Hace un siglo exacto que murió Theodor von Escherich, un pediatra germano-austriaco que, veintiséis años antes, había dado el nombre de bacterium coli a una bacteria procariota, huésped no sólo inocua, sino necesaria para el buen funcionamiento de nuestro intestino. Más adelante los colegas de Theodor quisieron que el nombre de ese parásito llevase el apellido de su descubridor.  
Anda ahora esa bacteria encabritada por una Europa más encabritada que ella, sin que se sepa por qué se ha puesto así de agresora, ni quién la ha elevado al grado de asesina, ni si han sido pepinos llegados del Oeste o pimientos del Este o berenjenas del Sur o aguas turbias y soja del lugar. Pero ese es el triste caso.  
Si intentásemos hacer una lista de enfermedades producidas por contagio, como la tripanosomiasis, el dengue, la leishmaniasis, la malaria, la esquistosomiasis, la ceguera de los ríos, la filariasis linfática, la encefalitis vírica, la fiebre amarilla, el cólera, la neumonía, la difteria, el antrax, el tétanos, la tuberculosis… no podríamos dormir tranquilos. Por dos razones unidas y suficientes para provocarnos insomnio: porque llegaríamos a la conclusión de que la lista no se acaba nunca y porque acabaríamos poniéndonos enfermos de antipatía hacia esa oscura y procariota realidad.
¿Dormimos tranquilos a pesar de que el aire que respiramos está plagado de gérmenes? ¿De dónde nos vienen esos aires de contagio personal y colectivo que envenenan tan rápidamente, tan solapadamente?
Nuestros hijos nacen y crecen en el descanso. Apenas llegan a casa se dejan caer sobre el sofá como un peso muerto (¡y tanto!) con un bote de algo líquido en una mano y un bocado de otro algo sólido en la otra. No hacen esfuerzos. Ni estudian ni juegan. De deporte, no se hable: “Pueden lesionarse, hay gente muy bruta, no vale para nada…”. De estudio, poquito. Y si algo sale mal, la culpa la tiene el profesor que es injusto, que se ha vengado porque un día me permití hacerle notar que…, que no sabe enseñar, que no se interesa lo más mínimo por sus alumnos, que para lo único que va allí es para cobrar.
Y cuando han espabilado, se vuelcan sobre el ordenador. Forman con él un solo ser. Abren la asombrosa ventana que les permite llegar a lo más recóndito del mundo. Del mundo que cada uno se selecciona y en el que pierde vista, alegría, creatividad, circulación sanguínea por las extremidades inferiores tan necesitadas de brega, admiración por la belleza… Y se alimenta de fantasía, de engaño, de invitación a lo de siempre, de impulso hacia la queja y la protesta, de veneno sutil que no mata sino que hace algo peor: produce la degeneración de la persona.
“¡Exagerado!” ¿Exagerado? A que hay muchos padres que dicen que sí y a los que todo eso les parece insignificante porque así están tranquilos, porque así gastan menos, porque de ese modo se hacen viejos más aprisa y nos dejan en paz. ¡Y podemos dormir tranquilos!

miércoles, 8 de junio de 2011

Calígulas y Nerones.


Calígulas somos todos, al menos un poco. Como él pretendemos tener un asiento más ancho, aunque sea a costa de cargarnos a nuestro asociado en la vida, como hizo él con Tiberio Gemelo. Como él caemos de vez en cuando en crisis y, como él, salimos de ellas a veces un poco nublados. A los 25, y después de una grave enfermedad, ya sabía que era dios. Y nosotros estamos convencidos de que somos los reyes de nuestro hogar (mientras esperamos que llegue “lo otro”) desde que entendemos que ser rey significa poder hacer lo que nos da la real gana. Y nos ponemos hechos unos diablos, como Calígula (¡Cayo Julio César Augusto Germánico nada menos!) cuando alguien, como J. de Alejandría, se opuso a aceptar su divinidad. O intentamos erigir la estatua de nuestra indiscutible personalidad en lo más sagrado de las personas como intentó Calígula, por medio del procurador Herennio Capitón en el Templo de Jerusalén.
En enero del año 41 (tenía 29 años) un navajazo de los conspiradores dirigidos por Casio Querea acabó con su divinidad.
Y Nerones.
Suetonio, halagador, escribió unos veinte años más tarde que "Nerón nació exactamente cuando el sol salía, de modo que le tocaron sus rayos antes que la tierra". Y tal vez eso, o su infancia en casa de su tía Domicia Lépida, carente de afecto, torcida por sus “educadores”, un danzante y un barbero, sus ayas Eglogue y Alexandra, los mangoneadores griegos Aniceto y Berillo y el sacerdote egipcio Kerémone; llena de mentiras por miedo a su madre Agripina Julia Menor, le hacen modelarse como un adolescente adulado, violento, vicioso, dado a placeres, artista caprichoso, experto en música que tocaba la flauta, la gaita y otros instrumentos, al que le gustaba pintar, esculpir, cabalgar y, sobre todo, el circo, en el que era fan de los Verdes contra los Azules, Rojos y Blancos; que impone el culto al lujo y a los juegos como el sumo estilo de “su” Roma y que elimina a todos los que veía como opositores o embrollones contra su gusto o su poder, hasta a su propia madre.
Parece demasiado para los 31 años que vivió hasta su suicidio en el año 68. Mientras preparaban su incineración pudo exclamar: “Muero como un artista”. Pero es el retrato, en el desmán, de los muchos niños y adolescentes que crecen inexplicablemente en un engreimiento sin más razón que la de creerse dioses. Y que lo deben, nada menos, que a la “educación” que han recibido de sus padres.
Esta desviación de la conducta se da en las personas y en las instituciones y en las ideologías. Todos los que tratan de imponerse o eliminan al otro en nombre de la democracia que dicen encarnar, son personas con una mente escasa de luces, con un corazón sobrado de inquinas, dictadores que hacen de su propio juicio la regla a la que deben someterse todos y que, si no la aceptan, caen bajo la zarpa del “demócrata” dictador que los ha condenado a la exclusión o al exterminio.

lunes, 6 de junio de 2011

Salomón.

Si aterriza usted en el aeropuerto de Henderson, de la isla de Guadalcanal, en el atractivo e inmenso Océano Pacífico y mira hacia la derecha cuando el avión esté casi tocando tierra salomónica (¡estamos en las islas Salomón, de las que ésta es la mayor!), verá usted (y casi lo toca con su mano) el Instituto Técnico Don Bosco. 
En aquella isla estuvo en 1568 Pedro de Ortega Valencia entre los hombres mandados por Álvaro de Mendaña que la dio por descubierta. Pedro no pudo reprimir su deseo de dejar prestado en ella el nombre de su pueblo sevillano. Y a pesar de que allí estuvieron después, al menos, franceses, ingleses y alemanes, el nombre de Guadalcanal siguió sonando hasta en los dolorosos hechos de guerra entre japoneses y norteamericanos en noviembre de 1942.
Los salesianos son más recientes en la isla. Llegaron en 1996. Llevando paz. Y como estas son “buenas noches de Don Bosco” puede ser agradable que nos agrade conocer algo de la vida salesiana actual en aquella tierra remota para nosotros. Pero es que, además, puede servirnos de lección y estímulo. De ahí el interés que puede tener esta leve noticia.  
Los días 20 y 21 del Mayo recién pasado, 22 educadores, profesores e instructores de taller participaron en un retiro en la casa Don Bosco de Kola Ridge. Estudiaron los puntos débiles de su acción educativa y reflexionaron sobre su compromiso como educadores y sobre el modo de encontrar soluciones para ayudar a los jóvenes.
 “Enseñar es una vocación que exige compromiso total y entrega a mi profesión” decía Philippa Riimanu, Instructora de habilidades. Y añadía: “No se trata sólo de completar el currículo, sino de hacer posible a cada estudiante que alcance su meta, el objetivo de su vida”.
Conocer a Don Bosco, comprender su Espíritu y vivirlo es necesario porque trabajamos con jóvenes que tienen dificultad para encontrar significado a su vida” decía don Ambrose Pereira, salesiano, Director de la obra de Henderson.
La Jefa de estudios, la señora Camari Bainivalu, por medio de una intervención muy interactiva y participada acompañó a los profesores en el razonamiento sobre el binomio “¿Quién eres? ¿Qué haces?”. El dominico Padre Tom Cassidy, en la Misa de agradecimiento al final del retiro recordó que “todos somos parte del Cuerpo de Cristo, y debemos testimoniar siempre a Cristo en nuestra vida”.
Los participantes quedaron muy satisfechos del retiro: obtuvieron muchas indicaciones sobre el modo de relacionarse con los jóvenes y experimentaron un grato clima de espiritualidad y amistad.

sábado, 4 de junio de 2011

Alergias.


Me imagino el Diccionario de la RAE como un altísimo y atento mirador desde el que se pueden descubrir las palabras que se nos han metido en pocos años en el almacén de nuestro glosario. Una de ellas, escrita y, desde luego, usada y abusada, es alergia. Antiguamente (y el antiguo del que hablo no es tan antiguo) no había alergias. Quiero decir que nadie se enteraba de que padecía una alergia. Uno tenía un catarro primaveral; otro, un constipado otoñal; otro, unos granitos en el brazo que producían un rebelde y fastidioso picor; otro, molestias digestivas que atribuía a la acidez y otro, una gastroenteritis (por no usar otro vocablo más… sonoro que se encuentra, naturalmente, en el Diccionario de la RAE).     
Ahora nos alertan: “¡Cuidado, urbanitas: que se nos vienen encima como un alud el eccema atípico; que dentro de una década serán pocos los niños que se liberen de la rinitis alérgica y del asma alérgico; que nuestros niños están respirando en  un mundo “estéril” en el que el organismo no aprende a defenderse; que el sistema inmunitario se está volviendo loco; que la flora bacteriana intestinal ha cambiado y se ha empobrecido; que vivimos una vida de calidad presuntamente mejor, pero que es un gimnasio blando que vale cada día menos ante el karate o el jujutsu de los depredadores!”.  
Y las mamás, alarmadas porque ven por todas partes alergenos, ocupadas en acudir con el pequeño luchador a las pruebas específicas, obsesionadas en sus sueños con una anafilaxia, en busca de antihistamínicos, corticoideos, leucotrienos, anticongestionantes… saben más en la materia, de palabra, claro, que el más versado en el tema de su denominación y origen.
¿Les preocupa igualmente el futuro de su niño en aspectos más profundos? Tal vez la obsesión en este caso es que no sufran, que no conozcan el dolor, que no se asomen a la desgracia, que no sepan de la muerte. O que, ante una vida que empieza y que se promete feliz, traten de mantenerla así concediendo, dando, “que no le falte nada”, dejando que se acostumbre a un sí indefinido que, al principio es regalo; después, otorgamiento; más tarde, concesión; a cierta edad, transigencia; más adelante, aguante resignado; a continuación y por siempre, una cruz.
La ausencia de educación o su escasez nacen de que los padres no han pensado que su primer deber era que, además de ser modelos que tener en cuenta, tenían que robustecer su inmunización ante lo que en el aire exterior que necesariamente deben respirar, deben ser ellos mismo y no víctimas del contagio de la inmersión. El hijo es una copia del padre en sus rasgos físicos y en sus gestos psíquicos. Pero es natural que también lo sea en la asunción o la deserción del esfuerzo, en la rectitud o el retorcimiento de las intenciones, en la transparencia o la falsía de las palabras, en la adhesión o la deslealtad de los compromisos, en la exactitud o la chapucería en el trabajo, en la serenidad o la tensión de la vida familiar, en la presencia o la ausencia entre los que ama, en la fidelidad o la infidelidad a los suyos. 
Y cuando no se ha tenido en cuenta que era posible prevenir y robustecer ante las alergias que rondan en la historia, después todo se va en lamentar: ”¡Este hijo mío!”, “¡Parece mentira!”, “¿A quién sale este bestia?”.

jueves, 2 de junio de 2011

Un móvil de madera.

Así es: el teléfono móvil TOUCH WOOD SH-08C es de madera. Por fuera. Por dentro tiene un alma como la de cualquier otro teléfono móvil. Pero hay algo más: la operadora NTT Docomo ideó un atractivo método para su propaganda. En un bosque de la isla sureña de Kyushu, una de las cuatro islas grandes de Japón (tiene otras tres mil de pequeño calibre) ha levantado un monumento musical. Es una marimba gigante, es decir, un xilófono formado por tantas cajitas de resonancia como notas tiene el décimo movimiento de la bellísima Cantata BWV 147 de Juan Sebastián Bach, Jesús alegría de los hombres, que empieza con las palabras “Jesús, acepta mi alegría”. Una bolita va rodando de caja en caja y al caer en cada una de ellas produce la nota correspondiente. Hay al final algunas, me parece, un poco desafinadas, pero es tan poco y son tan pocas en el conjunto que se puede dar por correcto en su intención.     
Alguno ha protestado por el sacrificio de tantos árboles como han hecho falta para la confección de tan singular órgano. Tal vez sea una acusación exagerada. No es difícil contar en el video que gira por la red el número de cajas y, sin duda, no es como para temer la deforestación de los bosques de Kama.   
Kenjiro Matsuo ha hecho un bonito trabajo. Aparte del tino en cortar maderas, unir piezas, probar tonos, medir distancias, calcular desniveles e introducir silencios, es el producto de una mente inventiva, original y valiente; paciente y exigente. Puede despertar la duda y el temor de que la intemperie dañe un trabajo tan arduo. Pero siempre cabe adaptarlo a las medidas de un museo.       
Sin embargo el aspecto más notable de su valor, más allá del arte, la técnica y la habilidad, es que ha colocado en medio del bosque un canto a la alegría usando para ello a la creación, es decir, el mismo bosque, que ha aprendido a cantar esta otra creación, la música  del hombre. Si en las invenciones y en el extrañamente llamado progreso contasen siempre esos valores, probablemente el sonido del mundo sería fuente de serenidad y de paz.