Usurbanipal, suponen los
historiadores, no iba para rey, aunque lo fue. Porque su formación juvenil le
llevó poderosamente hacia el saber. Y dedicó todo su entusiasmo en enriquecer
la biblioteca que su predecesor Sargón II (rey desde 722 hasta 705) había
comenzado en Nínive. Ni Sargón ni Usurbanipal o, como le llama Esdras, Asnapar,
o se le conoce en otros escritos de la historia como Sardanápalo, fueron meros
coleccionistas de “libros” o, propiamente, tablillas de arcilla cocida. Dejó
escrito Sardanápalo para nuestro aleccionamiento: “…estudié el saber
secreto de todo arte del escriba... “.
Otro joven, Austen Henry
Layard, inglés,
viajero, estudioso, inquieto, con ganas de ser arqueólogo, descubrió en 1847, como
sin duda sabes, debajo de un montículo cercano a la ciudad perdida de Nínive y
las ruinas del palacio de Senaquerib, ¡la biblioteca de Asurbanipal! Buena
parte de ellas se conservan en el Museo Británico.
Eran casi 22.000 tablillas, contra las que el babilonio Nabopolasar, en el 626 y sin ninguna
consideración hacia la ciencia, el arte y la Historia, volcó toda la fuerza de
la destrucción.
¡El pasado! Basta
decir a alguna persona algo del pasado para que tuerza la cabeza como queriendo
decir “¡No me vengas con historias!”.
Y, sin embargo, somos todos y en todo producto del
pasado. Y debemos cultivar la memoria del pasado y educar en esa actitud para
no resbalar en un presente sin futuro. Querer ignorar hechos, personas,
conflictos, choques, desastres, cataclismos humanos (los de la Naturaleza
debemos respetarlos aunque nos amarguen) es creernos autores de la Historia. Y
es verdad que cada ser humano construye su propia historia, pero cuando
tratamos de referirla nos encontramos muchas veces con un vacío profundo de
esfuerzo, servicio, sentido altruista de la vida, como si a nadie debiésemos
nada o como si nuestra vida se cerrase con nuestro raquítico recorrido.
Se me vienen estas sencillas pero exigentes reflexiones
como motor de nuestro empeño en hacer sentir a los que acompañamos en su
admirable ascenso para que adquieran conciencia de que nada de lo que ellos
viven quede sin eco después de su memoria.