Sin duda has
disfrutado viendo un inteligente chiste gráfico en el que un más que espigado
ciudadano, con un bastón en la mano como el clásico y exigente Diógenes el
cínico, nos decía: “Busco una muchedumbre
humana”.
Si en la sabia
Atenas del siglo V nacían personas como Diógenes, discípulo del exigente
Antístenes, resultaba difícil encontrar un hombre (“¡Busco un hombre!” decía
con una lámpara encendida en pleno día), no nos debe extrañar que haya quien en
el XXI necesite buscar y buscar para encontrar una muchedumbre de hombres, una muchedumbre humana.
Muchedumbres de
forofos sí hay. Y de osos. Y de lobos. Y de cerdos… Basta con darse una vuelta
por los andurriales de las distintas ocupaciones, aficiones, asociaciones…,
donde el número de los que la forman es inmenso, para encontrarla. Pero si la multitud que buscan los “Diógenes” de
hoy es humana, es decir, está ennoblecida por hombres, mejor
que llorar como el Diógenes de entonces,
debemos dar la vida y colaborar con algunos de los posibles hombres de mañana
para que su futuro no embrutezca ese mañana.
Es verdad que
cada hombre se hace a sí mismo. Pero es verdad también que la necesidad de un
acompañamiento en el camino de la maduración nos pide a nosotros, los responsables
(al menos en parte) de esos frutos maduros
una generosidad incondicional.
Tal vez, debamos
también advertir que en ese camino que nos ocupa (¡que nos inquieta!) hay Igualmente
escollos humanos que no debemos ni ignorar ni temer. Cada hombre se consolida a
sí mismo siempre que no haya a su lado el riesgo de una mina, de una corriente
turbia, de un aire viciado que lo malogre.