Margaret Patrick y Ruth Eisenberg coincidieron en la
primavera de 1993 en el mismo Centro Geriátrico de Nueva Jersey casi con la
misma edad y con el mismo mal, un derrame cerebral con inmovilidad de una mano,
una de la derecha y la otra de la izquierda. Una era blanca y la otra negra y ambas
habían sido concertistas de piano.
Millie McHugh era mucho
más que un trabajador en aquel Centro. Era una mente privilegiada y un corazón
ardiente. Y con aquella mente y aquel corazón se convirtió para Ruth y Margaret
en un ángel bienhechor: Y les propuso tocar juntas. Las dos manos sanas, una
blanca y otra negra, iban a deslizarse sobre el ébano y el marfil del teclado
en una conjunción perfecta.
Ruth preguntó a
Margaret: ¿Sabes el Vals en re bemol de Chopin? Y ellas mismas, Ébano y Marfil, como el teclado, fundieron su arte como
melodía y acompañamiento en un concierto musical en televisión, iglesias,
escuelas, centros de rehabilitación y residencias geriátricas. Pero los que
admiraban aquella sinergia musical admiraron igualmente el precioso enlace de
almas en un mismo acto de amor al arte, a la belleza y a la fusión de personas.
¿Nos vale? Debe valernos. Cuántas veces la
defensa de nuestra independencia en juicios, resoluciones y ejecuciones ha dado
al traste con proyectos mejores que los que individualmente hemos sido capaces
de llevar adelante. Cuántas veces eso que llamamos orgullo, amor propio,
libertad nos ha atado y hecho más pequeños y producido menos luz porque nuestra
cabezonería infantil nos ha detenido a la mitad de un camino gozoso.