Sofía ha escrito ya su carta
de Navidad. Por primera vez no la ha dirigido a Papá Noel, sino al Niño Jesús.
Y no es porque ya sea “mayor” (el pasado día 20 cumplió ocho años), sino porque
cree que lo que pide este año es difícil: “Querido Niño Jesús quiero que todos
estén bien y haz que haya mucho amor y a mi mamá que no le hagan daño y no la
despidan porque debemos ser generosos”.
La empresa en la que trabaja
su madre despedirá a un buen número de trabajadores el próximo día 31, a pesar
del esfuerzo de la empresa por salir adelante, de las manifestaciones de los
trabajadores y de la intervención del sindicato.
Sofía ha puesto la carta en
las manos de su mamá insistiendo en que la entregue a su destinatario. Y los
primeros en sorprenderse y emocionarse han sido los padres: "Yo evito hablar
de cuestiones de trabajo delante de las niñas”, comenta la madre que trabaja en
la oficina de la administración de la empresa. Pero Sofía debe haber captado la
preocupación de los padres y por eso ha escrito esta carta. "Sofía me ha preguntado
que si dejo el trabajo y me voy a dedicar a dar clases de matemáticas. No sé
cómo se le ha ocurrido. Seguramente es porque la ayudo a hacer las cuentas”.
Acaba la carta pidiendo ayuda
para los niños pobres; y la cierra escribiendo con bolígrafo rojo: "Viva
la paz y abajo la guerra".
Este precioso cuadro de
inocencia, cariño filial, serenidad, generosidad, sensatez y desinterés puede
servirnos como falsilla para cotejar
la madurez y grandeza de nuestros hijos, de nuestros educandos. Porque tal vez
la Navidad y los “Reyes”, año tras año, lo hemos convertido en una escuela
intensiva en el que se alimenta la ansiedad, el capricho, el egoísmo y el
despilfarro no solo de dinero sino de nobleza de alma.