Sin duda conoces este
castillo del que se dice que es el más bonito de todos los tiempos. Como sabes,
está en Fussën (Baviera) cerca de la frontera de Austria. Es obra del rey Luis
II de Baviera, mal llamado “el loco” y entusiasta del mundo y de la música de
Richard Wagner. A Walt Disney le encantó hasta el punto de que quiso que La Bella Durmiente viviese en un
castillo como ese. Y para ella lo plasmó en su película y después en
Disneylandia. Este de Neuschwanstein
era sin duda el más impresionante de los tres que construyó. Los otros son el
de Linderhof y el de Herrenchiemsee. Y en él puso todo su cuidado y en el pasó
los últimos días de su vida.
Luis II fue un rey que
superaba la frontera de la normalidad y por eso su gobierno obtuvo un dictamen
médico que lo declaró incapacitado para gobernar. ¿Era verdad? Su muerte y la
de su médico, el doctor Gudden tuvieron lugar poco tiempo después el 13 de
junio de 1886 en el lago Starnberg, a los pies del castillo.
Nos referimos aquí a este célebre castillo porque en el patio interior
quiso Luis II que figurasen dos grandes pinturas, la del Arcángel San Miguel y
la de María Auxiliadora. Su sólida fe católica le pedía tener las imágenes de
los defensores de esa fe y de su vida a la entrada de su morada.
Este último deseo de Luis II puede servirnos de suave y valiosa sugerencia. ¿Mantengo a la Madre de Jesús como defensora de mi casa, de mi puerta, de lo más hondo de mí? ¿Tengo hacia Ella, sea yo creyente o no, la admiración y el afecto que despiertan las pocas y leves pero profundas y determinantes referencias a su persona que nos presentan los evangelios de su Hijo? ¿Sabes que era diáfana y pronta en descubrir la verdad de la Palabra divina, diligente en servir (te lo dirán su prima Isabel y los novios que no previeron que los invitados a su boda iban a beber tanto), fuerte en creer, grande en ver a su Hijo enfermo (o eso creyó cuando le vio decir y hacer cosas inusitadas), decidido en sanar el mal, más decidido aún en combatir la ceguera y, sobre todo, decidido a dar la vida para rescatar a todos, después de habernos dicho “Esa es tu Madre”?
Este último deseo de Luis II puede servirnos de suave y valiosa sugerencia. ¿Mantengo a la Madre de Jesús como defensora de mi casa, de mi puerta, de lo más hondo de mí? ¿Tengo hacia Ella, sea yo creyente o no, la admiración y el afecto que despiertan las pocas y leves pero profundas y determinantes referencias a su persona que nos presentan los evangelios de su Hijo? ¿Sabes que era diáfana y pronta en descubrir la verdad de la Palabra divina, diligente en servir (te lo dirán su prima Isabel y los novios que no previeron que los invitados a su boda iban a beber tanto), fuerte en creer, grande en ver a su Hijo enfermo (o eso creyó cuando le vio decir y hacer cosas inusitadas), decidido en sanar el mal, más decidido aún en combatir la ceguera y, sobre todo, decidido a dar la vida para rescatar a todos, después de habernos dicho “Esa es tu Madre”?