Monseñor Francis Xavier Osamu Mizobe había
sido inspector provincial de los salesianos de Japón hasta el 2000. Desde ese
año y hasta 2011, obispo de la diócesis de Sendai (2000-2004) y Takamatusu
(2004-2011). Y desde que cumplió 75 años se dedica a la orientación espiritual
de jóvenes adultos de Kyoto, en la parroquia de Nishijin en el centro de espiritualidad
juvenil Boyoan.
“Soy feliz
– dice - de dedicar el otoño de mi vida a los jóvenes... muchos jóvenes vienen
aquí para profundizar en su experiencia de fe con retiros, estudio de la
Biblia, guía espiritual… Hay ocho jóvenes que están emprendiendo un camino de
discernimiento vocacional bajo una guía espiritual regular y con la oración en
común. La mayor parte de ellos son estudiantes de la Universidad de Kyoto. Hay
también algunos no cristianos que se están preparando para el Bautismo…
Los jóvenes
desean asumir la responsabilidad de servir a otros jóvenes... Podemos y debemos
ser animadores y formadores de colaboradores laicos… Me llena de alegría el
camino que la Congregación está haciendo y confío en un futuro luminoso…”
Don
Bosco, en la persona de los salesianos a cuyo frente estaba el casi legendario
don Vincenzo Cimatti, llegaron a Japón hace casi noventa años. Hoy son 103, de
los que no japoneses son solo 14; acogen y sirven a miles de jóvenes en las 15
casas extendidas en las dos islas mayores, Honshū y Kyushū.
En la
primera está Tokio donde hay 7 obras de atención educativa y pastoral con
parroquias, jardines de infancia, centros juveniles, atención a emigrantes,
bachillerato, scouts, muchachos con dificultades de conducta (2), seminarios,
formación profesional, editorial y campamentos de verano.
La vida
en Japón está presidida por un sumo respeto a la persona, un exacto
cumplimiento del deber, un cuidado sumo de la Tierra y su belleza, un honrado
sentido de colaboración, una generosa actitud de atención a los demás y una
fidelidad extrema a la propia fe. Son rasgos peculiares que ayudan a educar y
que bien podrían servir a los que vivimos en este otro hemisferio en el que una
cierta alegría empapa, no siempre beneficiosamente, el proceso de formación de
la persona, para proponernos metas más altas, modos más exactos, esfuerzos más
nobles.
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