“Marija Zlatic tiene 86
años y vive en una casa de adobes en la zona montañosa de Boljevac, en Serbia.
Recientemente ha heredado seiscientos mil euros tras la muerte de su exmarido
hace cinco años. El hombre había ido con ella a Australia en 1956, pero después
de dos años Marija volvió a su casa para atender a su madre enferma. Al conocer
la muerte de su exmarido un vecino la ayudó para ponerse en contacto con la
embajada australiana y ha tenido acceso a la herencia hace pocas semanas. «No
necesito dinero - explicó en una entrevista -
a mí me basta con tener pan, agua y leña para el invierno». Marija ha
decidido dar la herencia para los necesitados de la comunidad. Ella sigue
manteniéndose con su pensión de 65 euros al mes”. Hasta aquí la nota de prensa.
Y desde aquí algunas
preguntas: ¿Me acostumbro a tener y no puedo prescindir de lo que tengo? ¿Sueño
con un pariente de América que me deje un pellizquito de dinero para mis
desahogos más perentorios? ¿Lo compartiría con alguien de mi cercanía? ¿Daría
la mitad para los más necesitados de mi entorno o lo entregaría a la autoridad competente para su
distribución a instituciones de asistencia social?
¿Soy de los que se
quejan de la insuficiencia de lo que ganan, de lo que gastan, de lo que queman?
¿Deseo un milagro para poder concederme un caprichito? ¿Vivo quejándome,
envidiando, rabiando…? ¿Me gustaría no tener ya que trabajar porque he reunido
todo lo que me hace feliz sin temor a quedarme en blanco?
Desde mi postura vital
y crediticia hasta la situación de Marija hay dos distancias que son el tener y
el desear. Marija no tiene ni retiene ni desea. Es feliz con su agua, su pan y
su leña.
Y
desde la postura de Marija hasta la que ha quedado descrita hay otra que es la
de gozar con la propia realidad sin perder de vista que hay otros que tal vez
necesitan de mi recuerdo.
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