El mate es un arbusto
parecido al acebo que se daba desde siempre cerca de los ríos Paraná y Uruguay.
Los nativos lo usaban intuyendo sus beneficios y los jesuitas de Misiones
(Argentina) lo “domesticaron” y difundieron su uso teniendo presentes sus
efectos que se deben a la cafeína, los antioxidantes, el potasio, los
aminoácidos y las vitaminas, como dicen los entendidos. Regula el colesterol,
retrasa el envejecimiento y acelera el metabolismo de los hidratos de carbono.
Ya
en 1774 el jesuita José Sánchez Labrador, toledano y desterrado en Rávena
(Italia) como consecuencia de la disolución de la Compañía de Jesús, escribía:
"Dijeron en Europa, que su uso inducía en los rostros el desmayo de los
colores, y los teñía de palidez. Los que pretendían entablar el uso del The
oriental inventaron esta especie, para hacer que decayese el uso de la Hierba,
que empezaba a tomar vuelo."
Siempre ha habido competencia.
Y en todos los campos. También en el uso de hierbas. El te de la india dejaba mucho dinero a los importadores en Europa de
esa planta. Y era el dinero, que lo mueve todo y lo envenena casi todo, el
argumento para rechazar, “porque inducía en los rostros el desmayo de los
colores”, algo que hacía la competencia a la otra yerba del Asia.
Es un ejemplo. Pero bueno para tenerlo presente en la educación. Tal vez no nos damos cuenta. Pero nuestra conducta y la de nuestros hijos y educandos se mueven siempre en un juego social, familiar, político y cultural de comparación, rechazo y búsqueda. El ejercicio de escoger es constante. Diría que frenéticamente continuo. La educación, en cambio, en ese alto arte de elegir casi no existe. Y sin embargo es la clave para avanzar, crecer y triunfar. Naturalmente para avanzar, crecer y triunfar en la condición del ser inteligente del hombre que no es un acaparador de medios para gozar, presumir y mandar (y muchas veces envilecerse, manejar y sembrar amargura), sino un sabio navegante en busca de un vellocino de oro nunca alcanzado pero siempre embellecedor.
Es un ejemplo. Pero bueno para tenerlo presente en la educación. Tal vez no nos damos cuenta. Pero nuestra conducta y la de nuestros hijos y educandos se mueven siempre en un juego social, familiar, político y cultural de comparación, rechazo y búsqueda. El ejercicio de escoger es constante. Diría que frenéticamente continuo. La educación, en cambio, en ese alto arte de elegir casi no existe. Y sin embargo es la clave para avanzar, crecer y triunfar. Naturalmente para avanzar, crecer y triunfar en la condición del ser inteligente del hombre que no es un acaparador de medios para gozar, presumir y mandar (y muchas veces envilecerse, manejar y sembrar amargura), sino un sabio navegante en busca de un vellocino de oro nunca alcanzado pero siempre embellecedor.
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