Gino Bartali, nacido en 1914 en Florencia, murió el 5 de mayo del
año 2000. Le llamaban el Ginettaccio
en sus años jóvenes por la formidable
entrega a la práctica del ciclismo desde que el dueño del taller de arreglos de
bicicletas le regaló una. Su vida profesional empezó a partir de 1935. Hasta
1954 había obtenido 91 victorias. Aunque durante la 2ª Guerra Mundial había
tenido que interrumpir su “carrera”. Pero en 1948 ganó su segundo Tour con
siete etapas ganadas. Subía como nadie. Fue ganador del gran premio de la
montaña del Giro siete veces. Y dos del Tour. Durante años los nombres de Gino
Bartali y Fausto Coppi, bastante más joven que él, lo gritaron los muchachos y los menos
muchachos italianos animando o ensalzando a su ídolo. Pero ellos siempre fueron
muy buenos amigos.
Hace
unos días se supo que se había reconocido a nuestro corredor como Justo entre las Naciones, un tratamiento
concedido por la Comunidad Hebrea a los que, durante la persecución de los
judíos en los oscuros años anteriores a la Guerra y en ella, habían contribuido
a salvarlos. De él se dice: «…un católico
devoto, durante la ocupación alemana en Italia formó parte de una red de
salvamento cuyos jefes eran el rabino de Florencia Nathan Cassuto y el
Arzobispo de la ciudad, el cardenal Elia Angelo Dalla Costa... Esta red
hebreo-cristiana… salvó a centenares de hebreos locales” (se dice que
ochocientos)… Bartali actuó «como correo de la red escondiendo falsos
documentos y papeles en su bicicleta y llevándolos a través de la ciudad con la
excusa de que se estaba entrenando. Aun conociendo que su vida corría peligro
por ayudar a los hebreos, Bartali entregaba documentación falsa a diferentes
contactos, entre ellos el rabino Cassuto».
Giorgio Nissim,
miembro activo de la red, y autor de gran parte de la documentación entregada
por Bartali, dejó un diario que sus hijos no descubrieron hasta 2003. En él se
describía el funcionamiento de la red clandestina. Y allí aparecía Bartali con
los recorridos que hacía, los documentos que llevaba y la abnegación por
aquella causa justa.
Bartali fue un héroe
público en su carrera ciclista durante algunos años. Pero “su carrera” secreta,
de la que no se supo nada mientras vivió, se coronó con el premio que un
creyente cristiano estima más: ofrecer su vida para salvar las de los demás.