Cuando
al primer día del año 1502 el hispano-portugués Gaspar de Lemos, de la escuadra
de Pedro Álvares Cabral, entró en la bahía de Guanabara, dio al lugar el nombre
de San Sebastián de Río de Janeiro, el mes del descubrimiento. Buscaba plata.
Aunque prefería oro, como todos los grandes navegantes, descubridores y
colonizadores… no podía dejar de sentir el honor de haber llegado a aquel
santuario acogedor y sorprendente. ¿Podía imaginar que quinientos años más
tarde aquella inmensa y bellísima bahía sería un paraíso del turismo y del
ocio, del placer y de la diversión y de muchas cosas más, no todas luminosas,
justas y pacíficas? Invocó y le dio el nombre de San Sebastián, el joven
asaeteado por preferir a Cristo en vez de la fidelidad al emperador.
Más
de seis millones y medio de pobladores actuales (un poco más de la mitad,
blancos; la tercera parte, “pardos” o mestizos; y el resto, negros) han podido
escuchar al Papa de los católicos (en Río un poco más de tres millones y medio)
entre sus primeras palabras al llegar el día 22: “No he venido a traer ni oro
ni plata, sino lo más valioso, Jesucristo". La misión que el Papa lleva es
la de invitar a optar por Cristo. Es la propuesta que hace a los jóvenes que
han llevado la Cruz como signo de su opción.
El mundo está lleno de la sabiduría de
los que dominan el arte para convencer a los jóvenes de que mientras se es
joven no se puede renunciar a nada que sea placentero. Es muy fácil distraer de
la contemplación de Jesús (que es Amor,
entrega a los otros) demostrando que vender todo por seguirle no es muy
halagüeño.
Por eso el Papa llama la atención a
los que, embobados por el brillo del oro y de la plata, no pueden ver en Jesús
la grandeza, la bondad, la belleza, la valentía, la generosidad de renunciar a
una piedra para apoyar la cabeza con objeto de ser capaz de dar la vida por un
amigo.