¿Os acordáis de
Metrópolis, aquella película expresionista alemana, muda, de
1927, de Fritz Lanzg y su esposa Thea von Harbou? De ella se pueden decir
muchas cosas, verdaderas o inventadas dada la complejidad de la hisoria. He
aquí algunas, sencillas y breves.
Una breve
síntesis del punto de partida para recordar o situar: En el año 2026 (¡!) la
ciudad está formada por los propietarios (que viven en una suntuosa, fría,
atormentada y complicada superficie) y los trabajadores (pobladores perpetuos
de un sórdido mundo subterráneo, anónimo y maquinizado). Un robot incita a
éstos a la rebelión y a la destrucción de la ciudad bajo la que viven y para la
que trabajan. Pero Freder, hijo de Joh
Fredersen, el dueño de todo el complejo, se enamora de María, defensora de los
trabajdores y cuidadora de sus hijos.
Mi primer
subrayado es este de María. María,
como suena en alemán, latín, español, italiano, portugués… No es sólo una
figura simbólica. Es la fusión de la belleza, de la bondad, de la sencillez, de
la generosidad, de la fe en los hombres, de la entrega, del amor. Es la
personificación de la Madre de todos, de
María, Madre de Jesús, el Mediador, el Amor.
Juntos (y
este es el segundo rayo de luz bajo cuyo ardor me parece oportuno
acogerme) Freder y María tratan de hacer
sentir el amor a los sublevados, que nunca han sentido el amor aunque siempre
han suspirado por él. Freder se convierte (gracias a la invitación de María y
al amor hacia ella) en el Mediador entre el cerebro y la mano, es
decir, el corazón de la ciudad que parecía no tenerlo, ni arriba ni abajo.
No arriba por estar embrutecidos por el egoísmo. Ni abajo porque sin horizonte
de libertad es imposible amar.
Y por
último, los niños. Se preguntan los sublevados por ellos en un momento de
lucidez: “¡Nuestros hijos!”. Es el instante de la verdad. María los ha amado,
los ha guardado, los ha conservado como seres humanos y los presenta como la
realidad de una promesa de vida frente a los inventos de destrucción del
científico Rotwang que fabrica venganza y odio. Vale la pena ver de qué lado
estamos nosotros hoy.
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