Los que
conocen la vida de Don Bosco saben que, a los nueve años, tuvo un sueño que
marcó su existencia: “A los nueve años – escribió varias décadas después - tuve
un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida”: Un Hombre
venerable le llamó por su nombre y le ordenó que se pusiese al frente de un
grupo de muchachos que reían, jugaban, blasfemaban… «Ponte… inmediatamente a
darles una instrucción sobre la fealdad del pecado y la preciosidad de la
virtud». “Confuso y amedrentado, respondí que yo era un niño pobre e ignorante,
incapaz de hablar de las cosas de Dios a aquellos jovencitos”. Y entonces aquel
Personaje le aseguró que sí podría hacer lo que le mandaba: «Yo te daré la
Maestra bajo cuya enseñanza puedes hacerte sabio, y sin la que toda sabiduría
se convierte en necedad».
Después de
casi doscientos años de aquel sueño, Don Bosco sigue hablando a los jóvenes por
todo el mundo de la belleza de la vida, de la preciosidad de la virtud, de la
rectitud de la conducta, de las cosas de Dios.
Y sigue
enseñando a los jóvenes que se dejan enseñar que María es para todos los
creyentes, de cualquier credo, edad y condición, la Maestra de Vida que conduce
hacia la Verdad por el único Camino que lleva al Bien verdadero: el camino de
la Escuela del Amor, de las cosas de Dios.
El primer
título que rodea y caracteriza a la Madre de todos los hombres es, en varias
expresiones, el de Guía, Maestra y Educadora. En aquel sueño hay un gesto de
esta Maestra que Don Bosco recordaba con detalle y que la vida no nos puede enturbiar
a nosotros: “Al verme confuso con mis preguntas y respuestas, me indicó que me
acercase a ella, me tomó con bondad la mano y «¡Mira!», me dijo…
Don Bosco
sintió toda su vida que su mano estaba apoyada en la de una Maestra segura, de
modo que en 1887, unos meses antes de su muerte, afirmaba: "Hasta ahora
hemos caminado sobre seguro. No podemos errar; es María la que nos guía".
Nos viene
bien un examen del camino que hemos hecho y del que nos queda por cerrar. ¿Hemos
pensado alguna vez que tal vez no fue casualidad que mi vida se encauzase
durante algún tiempo en una casa de Don Bosco? ¿He clasificado las luces que me
han iluminado mis pasos apartando las que me llegan de los ojos luminosos de la
misma Maestra que tuvo Don Bosco? ¿He dejado de sentir en mis manos el cariño,
la firmeza, la seguridad que con sus manos desea comunicarme?