domingo, 17 de febrero de 2013

Anelosimus.



Anelosimus es un género de araña identificado como tal por Eugène Simon desde 1891 en Venezuela. Llaman la atención estas arañas por su capacidad social. Viven en zonas tropicales. Algunas especies que viven por encima de ese cinturón parecen solitarias. La mayor parte, en cambio (las analyticus, andasibe, arizona, baeza, biglebowski, chickeringi, chonganicus, crassipes, decaryi, dialeucon, domingo, dubiosus, dubius, tipo, elegans,  ethicus, exiguus, eximius, fraternus, guacamayos, inhandava,  iwawakiensis, jabaquara, jucundus, kohi, linda, lorenzo, puede, misiones, pantanal, puravida, tungurahua, vondrona… ¡qué nombres!), que pululan en el aire de México, Perú, Brasil, China, Japón, Islas Ryukyu, Panamá, Ecuador, Argentina, Corea, Japón, Malasia, Madagascar, Kenia, Costa Rica, Jamaica, Brasil… forman una red (¡auténtica tela de araña!) que mide muchos metros y que sostiene a miles de estos animalitos en el aire. Sin duda las habéis visto en algún documental de ciencias. 
Pero a nosotros pueden interesarnos para nuestra reflexión, además del recuerdo de estos animales, estas dos referencias. Simon (1848-1924), nacido en París, dedicó su vida al estudio de los arácnidos y los crustáceos. A los dieciséis años escribió el primero de sus 328 estudios, Historia natural de los arácnidos. Y legó al Museo de Historia Natural de París la clasificación de 26.000 arácnidos. Había viajado apasionadamente por todo el mundo. No fue precisamente un vago.
Y esa es la primera reflexión de estímulo para nuestros vagos y “mareantes”, los muchos jóvenes que marean a sus padres estudiando, si acaso, para aprobar, quejosos de la exigencia de sus desesperados maestros, soñando con un viernes por la tarde que no acabe nunca.
Y la segunda es la que nos ofrecen los muchos anelosymus que se alían para compartir la vida, que se unen para construir una misma casa, que se sostienen porque para ellos “el grupo” (tan grande a veces) no es un puro refugio para mecerse y descansar, sino la realización conjunta de un proyecto de existencia.

martes, 12 de febrero de 2013

¡Pues no señor!



Acabo de escuchar en una emisora parte de la declaración de un personaje de nuestra historia actual: “Afirmó «... no sólo… sino también…»”. Para la reflexión que me permito hacer, basta eso. Porque el que comentaba en el mismo medio la declaración referida la reproducía así: «... no…  sino…». Lo cual es muy distinto. Veamos.
Si oigo a mi médico decirme: «No basta con que cuide su alimentación, sino que es preciso que haga ejercicio» entiendo que debo comer menos y andar más. No lo uno sin lo otro.
Tengo un amigo que cuando oye decir, por ejemplo: «La letra A suele ser la primera de todos los alfabetos», lo traduce así en sus comunicaciones e interpretaciones: «Hay quien se atreve a estas alturas a condenar a la Z a que sea siempre la última».
Lo más importante no es, por desgracia en muchos casos de la llamada comunicación social, lo que se dice, sino la descripción del personaje al que se envuelve en la baba de la propia animadversión, para defender, aunque sea indefendible, la propia doctrina, para eliminar de la tribuna pública al que no hable como yo.  Es decir: «Mi ideología cosiste en no permitir que ese señor hable, que diga lo que dice. Y si dice lo que dice y lo que dice lleva toda la razón, yo se la quito porque mutilo su discurso y lo convierto en un cuerpo de delito que manipulo como un arma».
Se puede decir de otro modo: «Para defender lo que defiendo recurro a la mentira». Y a lo mejor el comunicador al que me estoy refiriendo ataca a la víctima de su mentira motejándolo de ignorante, fascista, deleznable… sin darse cuenta de que está ejerciendo de dictador y de que, al no poder cortarle la cabeza materialmente, le condena al ostracismo de los foros de opinión.
Es notable nuestra indomable tendencia a responder con un rotundo «¡Pues no, señor!» a lo que no nos gusta o no coincide con lo que nosotros pensamos o va en contra de nuestros intereses.
Pues ese lenguaje, que es una postura vital y casi constante, se da con mucha frecuencia en la educación de nuestros hijos. No los acompañamos en la subida a la cima de un criterio ecuánime y justo. Nuestras intervenciones suelen ser tajantes y definitivas. Y enseñamos con ello a ser punzantes y autoritarios. No enseñamos a conversar, sino a discutir; no a escuchar (para aprovechar con equilibrio lo bueno y razonable que hay en la palabra de nuestro interlocutor), sino a preparar nuestra respuesta que empieza muchas veces con un torpe y contundente «¡Pues no, señor!».  

jueves, 7 de febrero de 2013

Ciccio.



Ciccio, como sabéis por los medios de comunicación, tiene ya 14 años. Son bastantes para un pastor alemán. Y no le quedarán muchos para seguir esperando en la iglesia de Santa María Asunta de San Donaci, en la provincia de Brindisi, Sur de Italia, como hace desde noviembre, cuando su anciana amiga María falleció de repente. De momento, y parece que mientras haga falta, don Donato Panna, el compresivo párroco, lo acoge en su casa una vez que acaba la Misa de cada día.

Y los feligreses comentan este caso, no raro, pero sí peculiar, y la fidelidad de los perros, que tanto asombra.

Recuerdo, leyendo lo anterior, haber leído la anécdota de una familia que encomendó al veterinario la suerte de su can enfermo. «Tiene cáncer. Lo mejor es hacerlo ‘dormir’».

Y la familia esperaba el resultado de la inyección que le puso el técnico. Se preguntaban mientras tanto sobre la brevedad de la vida de un amigo tan fiel. El más joven, de nueve años, aseguró: «Yo sé por qué viven tan poco: necesitan poco tiempo para aprender a ser dóciles, obdientes, cariñosos…»

¿Cuánto tiempo necesita un hombre para ser dócil, obediente, cariñoso, generoso, fiel…? ¿O creemos que esas cualidades y otras muchas son sólo propias de los perros? Para algunos la docilidad (que significa actitud para aprender), la obediencia (que significa capacidad para salir al encuentro), el cariño (que significa que nos importa de verdad la persona con la que tratamos), la generosidad es la convicción de que uno vale (al menos algo) y vale la pena darse (al menos un poco) a los demás, la fidelidad (que es igual que honradez, grandeza de ánimo, confianza, entrega incondicional)… son signos de debilidad. Cuando, por el contrario, la indocilidad es aferrarse al instinto, la desobediencia es incapacidad para colaborar, la agresividad es la excrecencia de la cerrazón, la reserva de sí es muestra de una ahincada autodesestima, la infidelidad es la negación de sí mismo.

A lo mejor es que hace falta empezar por saber usar el diccionario. Y después ofrecerse en el mercado público de las especias morales para dar sabor, sazón, luz y entusiasmo a las vidas de los demás. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Por vosotros...



De Don Bosco dijo alguno de sus muchachos que se vaciaba por ellos. Y era verdad. Don Miguel Rua, que fue uno esos muchachos y fue después su sucedor y primer Rector Mayor de los salesianos después de Don Bosco, afirmaba de nuestro santo que no dio un paso, no hizo un esfuerzo, no tuvo aliento más que para amar a sus queridos acogidos y darles un hogar y una familia.
Había incorporado a su vida de servidor (recordad la afirmación de Jesús: “He venido a servir no a que me sirvan”) el principio de que lo que da sentido a la perfección de la persona es la contemplación, la admiración y el servicio al “otro”. Jesús lo hizo hasta dar la vida del modo que todos nosotros sabemos y sentimos hasta quedar anonadados. Y Don Bosco, por su parte, de un modo acomodado a lo que comprendió que era atender el vacío de la vida de sus jóvenes amigos.
En el fondo era el corazón la diana de sus esfuerzos a la que llegaba con el propio corazón. Si afirmaba que tenía como misión educar, quería decir que pretendía construir una plataforma para elevar a ella a quien no había tenido antes caminos para tender y alcanzar su completa maduración. Pero añadía que la educación es cosa del corazón. Y que no basta amar, sino que hay que demostrar que quien educa (madre, padre, formador, maestro..) debe hacer saber y hacer notar que ama.      
La palabra que completaba en esta dimensión que estamos considerando ahora el trípode de su modo de educar (sistema preventivo) era amorevolezza. Es un término que no tiene cabida hoy en el lenguaje italiano del día a día, pero que todavía se sostiene en los diccionarios. Y no se puede traducir sin más por amabilidad, que encierra mucha virtud, pero no expresa el tinte especial que exige una traducción más fiel.
Para mí es, sin duda, cariño la traducción vivencial más exacta. Basta con que nos sintamos envueltos como con un manto y nos sepamos empapados como de un baño interior de cariño, para que nos descubramos como instrumentos nuevos y definitivamente eficaces para educar.
Dicho de otro modo: el que vive su relación, con quien tiene que educar, con cariño, educa. El que no, quedará frustrado de algún modo.

jueves, 31 de enero de 2013

Paraíso.



Cuando alguien se acercaba a Don Bosco y le preguntaba (después de haber oído que en adelante lo quería como uno de sus amigos) cuál era la contraprestación en el pacto de quedarse con él y entregarse como él a sus muchachos, respondía: Pan, trabajo y paraíso. La mirada de Don Bosco estuvo siempre iluminada por un rayo de lo alto.
Cuando el 12 de Septiembre de 1884 el Ecónomo general de la Congregación salesiana presentó al Capítulo general el proyecto de escudo propio, se aprobó sin más diferencias que las del lema. Campea en lo alto del escudo una estrella que deja caer su luz acariciadora sobre el mundo. Es el símbolo de nuestra actitud humana: trabajar en medio del bosque de nuestras preocupaciones diarias, pero con la seguridad de desde el encumbrado “Paraíso” de nuestra esperanza y en lo más hondo del “Paraíso” de nuestro ser de Dios, una luz increada pone seguridad en nuestro camino, calor en nuestro entrega y aliento en nuestro trabajo.
También el lema que quedó (porque Don Bosco recordó que se había tenido y vivido desde el principio: DA MIHI ANIMAS CETERA TOLLE) afirmaba la preeminencia del hombre sobre las cosas. Hay en la sociedad contagiosa, más que en cada hombre, una acentuada tendencia a preocuparse por tener: más dinero, más comodidades, más cosas… Y el hombre que se muere con todo eso se muere sin nada, porque se muere igual que el que no lo ha tenido.
Por eso Don Bosco ve que Dios que nos ve, mira a Dios que nos mira, busca a Dios que nos busca y ama a Dios que se derrama sobre nosotros como Amor y nos invita a responderle del mismo modo. Es el segundo apoyo de nuestro sistema preventivo: la Fe, el sentido de que nuestra vida no es la de un animal que perece, sino la de un hijo al que espera siempre un Padre que le hace entrar en su plenitud.