Lago de Atecina Turibrigense Proserpina
Como todos sabéis a Proserpina, romana, la habían llamado antes y la seguían llamando en Grecia Perséfone o (para ir más de acuerdo con la carga del acento griego) Persefón. Era hija de Zeus y de Deméter. Aunque gentes más cercanas al mar decían, por si acaso, que de Poseidón, dios del mar, y de Deméter. Y aún otros que de Zeus y Stix, que dio nombre al río en el que sumergieron a Aquiles (menos el talón) para hacerlo invulnerable. A falta de su DNI, los habitantes de nuestras tierras de adentro, embebidos de lengua y cultura celta, la llamaban también Atecina, según consta en inscripciones romanas de hace veinte siglos más o menos.
De modo que un paisano de los campos que muchos años más tarde se llamaron de Badajoz (también de estirpe romana), recurrió a ella en busca de justicia. Veamos: No hace mucho tiempo se descubrió cerca del lago que daba agua a la entonces capital veterana, Mérida, a través del airoso acueducto que hoy llaman ”puente de los milagros”, una lápida que sigue clamando con estas palabras en una muy fiel traducción a nuestra lengua:
Diosa Ataecina Turibrigense Proserpina, por tu majestad te ruego, te suplico que
vengues el robo que me ha hecho quienquiera que sea que me hurtó, afanó o me sisó
estas cosas que escribo aquí abajo:
seis túnicas, dos capas de lino, una camisa, de la que....... ignoro.......
Seguramente nos hace sonreír la ingenuidad del autor desconocido de ese ruego y súplica a la majestad poderosa de Atecina. Pero ¿se nos ha ocurrido que con más frecuencia de la que confesamos y con más intensidad de lo que los casos justificarían, también nosotros caemos en la misma hueca, casi infantil esperanza de que la señora de las aguas (era hija de Poseidón) nos resuelva los problemas que en la vida se nos plantean? ¡Cuántas veces echamos la culpa a ”otro”, no sabemos quién, de las consecuencias de nuestra vagancia, de nuestras distracciones tal vez mayúsculas, de nuestro suponer que no sucediese, pero sucedió, lo que no quisimos prevenir ni eliminar!
Y si esto tiene importancia en la propia vida es mucho más trascendente cuando se trata de la vida, del crecimiento, de la maduración de los que se nos confía, en primer lugar de los hijos. No podemos acudir a quien no va a respondernos cuando los hemos dejado perderse, los hemos abandonado a su exclusiva propia iniciativa cuando todavía no tenían edad para trazar una iniciativa acertada. Si han perdido el rumbo debemos pensar que lo mismo nos ha sucedido antes a nosotros, porque no hemos sabido ser para nosotros primero y para ellos también buenos pilotos. ¡Que Proserpina no nos contemple braceando infructuosamente en medio de las olas porque hemos perdido el barco o porque nos lanzamos a navegar sin más defensa que el traje de baño!