domingo, 9 de octubre de 2011

¿Ser feliz? (3)

Il Vate (1920)

Realmente la vida de Gabriele D’Annunzio (1863-1938) fue una carrera de obstáculos con todo. Fue político, militar, novelista, dramaturgo, poeta... sufrió e hizo sufrir en el amor, fue diputado y renunció, deudor y tuvo que huir, encendió el ambiente en favor de los aliados en la primera Guerra mundial. Fue piloto en ella, quedó tuerto, llevó a Viena nueve aviones que lanzaron propaganda de rendición, se resistió a la entrega de la ciudad de Fiume al final de la guerra, la ocupó echando a los americanos, ingleses y franceses que la ocupaban, exigió que volviese a Italia y, en vista de su fracaso, la declaró Estado libre del que se autoproclamó Duce; enredó en la Sociedad de Naciones a favor de las ciudades enajenadas, como la suya, quiso organizar un movimiento con núcleos separatistas de los Balcanes, declaró la guerra a Italia y se rindió bajo el bombardeo sufrido. Al final de su vida fue nombrado miembro de la Real Academia Italiana y tuvo un funeral de Estado decidido por Mussolini. 
Pues este Gabriele D’Annunzio, zarandeado por la vida y zarandeador de la historia,  tenía a la entrada de su casa una placa de cerámica con el tallo de un rosal, una rosa y esta leyenda: Toma la rosa, evita la espina (Cogli la rosa, fuggi la spina). Y poco antes de morir declaraba: “Soy viejo e infeliz. No encuentro haber vivido en mi existencia ni un instante de alegría”.
Si su estrategia para ser feliz fue tomar la rosa, su estrategia estaba equivocada. Una rosa separada del rosal es ya un cadáver. No sé si Francisco de Rojas se dirigía a una rosa cortada cuando lloraba su ocaso: “… si sabes que la edad que te da el cielo es apenas un breve y veloz vuelo”. Para que la rosa viva necesita al rosal. De él absorbe vida. Y la espina, las espinas defienden su integridad.
¿Por qué hay tanta gente infeliz? ¿Su mente no les llega para comprender que la vida no puede conservar su lozanía si no se construye sobre el tallo feraz de la exigencia? Que, indudablemente, supone dependencia del rosal y solidaridad con las espinas. Hay jóvenes que no salen de este proyecto: Ser libre para pasarlo bien. Es el proyecto del instinto, es decir, del ímpetu animal. Un proyecto así encierra un doble engaño: ni se es libre ni se pasa bien.
La esclavitud más engañosa, más dolorosa, es la del egoísmo. El ser humano que se cultiva abonando su vida de ese modo, choca, sin entenderlo, con la imposibilidad de crecer. Una persona es sólo persona si “es para los demás”. Así la definen los filósofos. ¡Y los psiquiatras! Y no “lo pasa bien” la flor que se pasa la vida ante el espejo, no lo pasa bien el que se complace, sino el que ha buscado y ha encontrado un jardín en el que pueda regar las flores.

jueves, 6 de octubre de 2011

¿Ser feliz? (2)


El galeón español Andalucía lo recorría hace dos años.

En septiembre del año 66 viajó Lucio Domicio Enobarbo (el Nerón de siempre) a Grecia. Y allí estuvo hasta diciembre del 67. Es verdad que en ese viaje decidió que se excavase un canal en el istmo de Corinto (y hasta el 68 se abrió su quinta parte), pero su interés se centró en conciertos (tocaba muy bien algunos instrumentos) y asistió a los juegos Olímpicos, a los Nemeos, Istmicos y Píticos, siendo al final aclamado como periodonix, es decir, fan de los cuatro, según cuenta el historiador Suetonio. Volvió a Roma como triunfador del arte y las competiciones.
Roma se había levantado poco a poco, casi desde la nada, sobre las sólidas columnas de la austeridad (parsimonia), la sensatez (gravitas), la dignidad (pudicitia), el orden estricto (lucidus ordo) y la emulación en servir a la república (certamen). A Nerón, que había aprendido mucho en Grecia  (tenía 30 años) y que el olvido de su maestro Lucio Anneo Séneca le había hecho sentir que su maestro ahora era él mismo, estableció un nuevo orden de cosas: el agón y el luxus. Sobre esas dos columnas se puede ofrecer al pueblo romano lo que pide y necesita: el estado de bienestar. La pietas y la fides son antiguallas.
Nerón propone: agón y luxus en vez de pietas y fides y sus hijas ya nombradas. El Agón era el certamen, pero no entendido como se había intentado hacer vivir hasta entonces, servicio a la patria, sino la lucha en los estadios, en el circo, en las naumaquias. Nerón era verde. Había cuatro grandes y fuertes equipos o escuadras para todo ello: roja, blanca, azul y verde. Cuando ya en el 59 habían tenido lugar los Juegos Juvenales, Tácito, otro historiador, los definió como certamina vitiorum, competición de vicios. Y al luxus, fasto y esplendor, los calificó como vitiorum dulcedo, caricia de vicios.
Cuando presenciaba Nerón los preparativos para su cremación (decidido a suicidarse porque el acoso de muerte que le rodeada no le permitía otra salida) exclamó orgulloso: Muero como un artista. Lo natural es que lo dijese en latín, como asegura Suetonio. Pero Dión Casio asegura que lo dijo en griego. Era el 11 de Junio del año 68.
El preámbulo ha sido tan largo que no cabe añadir una moraleja. Pero si se tiene la paciencia de buscarlo en lo escrito arriba, se puede sacar con mucha, muchísima facilidad, la lección.

lunes, 3 de octubre de 2011

Pelo a pelo.

A los que recuerdan la historia de España de hace algo más de veinte siglos les suena el nombre de aquel “general” victorioso en muchas batallas que se llamó Quinto Sertorio. Y que fundó en Huesca una especie de universidad para los hijos de sus oficiales hispanos, por ejemplo. Se estaba en la “guerra social” entre los sostenedores de Sila y los que seguían a Cayo Mario. Y Sertorio estaba por éste. Cuando Cneo Pompeyo, enviado por Sila, llegó a Hispania y Sertorio constató la inferioridad de sus fuerzas, convocó en Castra Aelia, según cuentra Tito Livio, a sus capitanes, romanos e hispanos. Se trataba de defender una causa común. Y echó mano de un ejemplo de cómo habían de plantear su lucha contra los senatoriales.
Puso delante de ellos dos caballos y encargó a dos hombres, uno fuerte y robusto y el otro más bien flacucho, que pelasen la cola de los caballos. Por mucho que el primero lo intentó tirando con fuerza de la cola no llegó a nada más que a bañarse en su sudor. El débil fue arrancando pelo a pelo los del caballo y acabó dejándole sin crines en su cola.
Era el modo de enseñarnos (porque si Sertorio puso una “universidad” en Huesca, bien puede seguir siendo un buen maestro hoy) que el logro de un empeño no viene casi nunca de un golpe de ímpetu, sino de la constancia en plantear modos, de la tenacidad en ir madurándolos, de la paciencia en descubrir que cuando se da un paso con seguridad es más fácil que se puedan dar otros mil que si se lanza uno a la carrera sin método, sin reservas, sin reflexión.
Y lo que es buen camino para nuestra propia formación debe serlo también para los que educamos o pretendemos educar. Porque si no, corremos el riesgo de una patada de quien queremos que deje de darlas, o de cansarnos de remar inútilmente sin llegar a ningún puerto.

viernes, 30 de septiembre de 2011

¿Ser feliz? (1)


Parecería que una persona tan seria como Emmanuel Kant (¿has visto algún retrato suyo?) no iba a preocuparse de la felicidad y menos de la felicidad concreta de cada ser humano. Lo lógico es que dedicase su atención el empirismo, a la estética  trascendental y al mundo de los fenómenos. Pues no señor. Un amigo, conocedor de su pensamiento, me dice que propuso esta fórmula para ser feliz: Algo en que creer. Un ideal que vivir. Una persona a quien amar. ¿Nos lo puso fácil?
Lo de creer se entiende bien y parece que está al alcance de la mano. Pero hay que acertar con ese algo. Y basta repasar la lista de los muchos algos en los que creímos (cosas, acciones, iniciativas, personas, amigos, instituciones…) para darnos cuenta de que hoy vivimos apoyados, es decir, creyendo, en algo que, ni siquiera por costumbre, nos hace de verdad felices. ¿Qué hacer entonces para empezar por el principio en el camino de felicidad que me propone Kant? Analizar sabiamente (¡eres sabio, no te arredres!) cada uno (o, al menos, alguno) de los algos que todavía no son apoyo de mi vida, no son fuente de mi felicidad, programar cómo acercarme a él y abrazarlo con fuerza.    
Un ideal que vivir es un flujo de vida que dé respuesta cabal al proyecto de mi existencia. Nadie acepta como ámbito de vida un programa que convierta las tardes en siestas. Ni tampoco un proceso de ganancias, honradas y crecientes si se quiere, pero que de ideal tiene tan poco como el de nadar en el césped que rodea la piscina.
Ideal debe significar la plenitud de un deseo. Y no es fácil aceptar que la plenitud quede en algo que no sea el infinito. Porque es posible idear, pero cuando se desea lo imposible, es lógico que el resultado sea la decepción. 
Oscar Wilde escribía: Cuando se desea algo se es infeliz, pero el que lo consigue lo es más. ¿Por qué? Tal vez porque nos echamos en cara no haber deseado más. O porque el algo deseado y alcanzado es tan vulgar como yo. O porque lo que vimos como ideal era algo que no podía saciar mi infinita necesidad de ser.     
Tener una persona a quien amar es más fácil. ¡Hay tantas! León Tolstoi decía: No hay más que una manera de felicidad: vivir para los demás. Sus obras El reino de Dios está en vosotros,  Anna Karénina, Guerra y paz, Últimas palabras han sido modelos de serenidad e inteligencia. En la última citada nos deja la fórmula: “que vivamos según la ley de Cristo: amándonos los unos a los otros, siendo vegetarianos y trabajando la tierra con nuestras propias manos”.

martes, 27 de septiembre de 2011

Saimiati Aishan.


Casi todos los que leen estas Buenas noches conocen sobradamente a Saimiati Aishan. Permítame esa privilegiada mayoría dedicar un momento a presentarlo a los que no lo conocen. Es un artista en el arte del Dawa Zi, muy cultivado en la provincia china de Hunan, en la nacionalidad Uygur, desde hace siete generaciones.
Consiste, sencillamente, en caminar sobre la cuerda floja. Claro que los que avanzan en el dominio de ese difícil equilibrio lo hacen añadiéndole redaños, por ejemplo marchar hacia atrás, hacerlo sobre una “cuerda” en gran inclinación….
Nuestro valiente Saimiati logró hace dos meses su cuarto Guinness (me refiero, claro está, al Guinnes Worl Records): caminó, con ayuda de su pértiga y de sus botas especiales, por los largos 15 metros de un cable de acero suspendido entre dos globos a 200 metros de altura. Ahí lo tienen, por si le quieren felicitar, en su inimitable proeza. Soplaba el viento, pero como si nada...     
¡Ya, ya! “¡Se ha sentado sobre la cuerda!”. Exclamó, con miedo unos y con indignación otros, la multitud que lo contemplaba, como si fuesen a contemplar un desastre o como si aquello fuese una traición a su sagrado deber. Pero… mantener el equilibrio debe de ser más bien difícil cuando el viento se hace presente. Y se sentó. Después de un breve rato de reflexión o descanso o de espera, se enderezó de nuevo y aun sintiendo que la pértiga, esclava del viento, se le resitía, completó triunfante el recorrido.
En una de las tomas de las cámaras me fijé en algo interesante: Saimiati llevaba un anclaje de seguridad. Un cable unía su cintura con la cuerda floja en la que lentamente se paseaba.    
Cuando un jovencito cumple trece años en la comunidad judía celebra su Bar Mitzvá (las niñas el Bat Mitzvá). Significa que es Hijo del precepto. Y le trae esa celebración no sólo la alegría de una bella fiesta familiar y social, sino también y sobre todo el placer de saberse adulto para la Ley, ciudadano en plenitud de su fe. Los padres tienen, como es natural, un protagonismo especial. Y en un momento solemne le aseguran: ‘Hijo, suceda lo que suceda en tu vida, tanto si triunfas como si no, tanto si eres importante como si no, tengas salud o no, recuerda siempre cuánto te queremos tu madre y yo’.
¿Sienten tus hijos la seguridad de ese anclaje familiar? ¿Se suben a la cuerda floja de la vida, de los cofrades de la calle, de los camaradas de estudio, de los colegas de celebraciones y juergas con la seguridad que ha puesto en ellos la reciedumbre de una familia sólida, amasada en el amor, bien nutrida de convicciones, de fidelidad a valores serios, de responsabilidad y cultivo de sus deberes?
Porque el viento de la altura de libertad que inauguran, la inseguridad y las oscilaciones de los globos de los que suelen fiarse, la admiración de los que los contemplan… no valen para nada si no son adultos como personas y miembros acérrimamente unidos a una familia que no les falla.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Dolorosa.


Celebramos el 15 de septiembre una fiesta entrañable: la de una Madre, la Jesús, la nuestra, la de todos los hombres: la  Dolorosa”.
Ha habido más de ochenta sugerencias etimológicas para la etimología de su nombre. Todas son muy bonitas. Pero el mejor nombre que tiene es el que le puso el ángel: Llena de gracia. Y el más cercano a nosotros, el que le puso Simeón en la presentación de su Hijito en el templo: Madre con el alma atravesada por una espada.
La Virgen es la Madre común que vive silenciosamente en nuestra vida. No tenemos que recurrir a Ella para hacerla depositaria de nuestros dolores. Sino para alegrarnos junto a Ella de la luminosa victoria de su Hijo (¡e Hijo de Dios!) sobre el pecado, la enfermedad, las cruces y la muerte. Son su ternura y su cercanía lo que nos debe hacer gozar de su presencia silenciosa.
El sufrimiento en cualquiera de sus formas es consustancial con nuestra naturaleza. Dios nos ha querido humanos, no ángeles. Y (no sabemos por qué) siendo humanos como somos, es decir, animales, nos ha amado, nos ama. Ha puesto en nosotros la capacidad de amar, de sufrir, de ir desmoronándonos para que aprendamos a volar sobre la caduco, de dar la vida, de morir.
El Hijo del Padre común, Jesús, ha venido a cumplir el programa de su Padre; extraño, pero indudablemente necesario. Ha venido a decirnos y enseñarnos con su vida que no seamos tan animales, pero que aceptemos ser animales, incapaces de comprender a Dios, de entender lo que él programa, sus procedimientos, el dolor de lo que nos parece abandono, oscuridad, casi crueldad: “¡Que pase de mí este cáliz!”. “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
El dolor, propio de nuestra condición, está también en el programa del Padre sobre su Hijo y sobre todos sus hijos. En la cultura hebrea el sacrificio de un cordero era central: recordaba y representaba la liberación de Egipto y todas las liberaciones. Jesús muere sacrificado, como Cordero de Dios que libera a todos los hombres, si quieren, de todo lo que no nos deja vivir y sentirnos como hijos del Padre.   
Fe no es entender (¡por fin!) algo de Dios. Sino dejarse descansar en las manos de un Dios que no podemos conocer, pero que ha demostrado en nuestra historia (la de todos los hombres y la de cada hombre) que está en nosotros en silenciosa presencia: la de Jesús en medio de gentes que no le aceptan, que no creen en él, que les estorba, que lo matan.
Jesús preguntó una vez a sus discípulos: “¿También vosotros queréis dejarme?”. Sigue preguntándolo en silencio en este mundo en el que estorba la cruz,  estorba Cristo, estorba Dios.   
Nos toca a nosotros aceptar que aceptar a Jesús es aceptar el misterio, lo incomprensible para nosotros, pero herencia de un Jesús que vivió amando y murió amando dándose en su muerte como comida de vida eterna. Y diciéndonos (¿quién lo entiende?): “El que quiera seguirme que tome su cruz y me siga”.
No tenemos por qué amar la cruz. Pero sí que miremos que en ella, pero más allá de ella, contemplemos y gocemos la  grandeza de la historia de Jesús, muerto en la cruz, pero ¡que vive resucitado!. Y nuestra propia grandeza, no por nuestra historia, sino porque estamos llenos del amor de Dios, es decir, de Dios mismo. Es a Cristo a quien amamos.  

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Buena Educación (6): El Amenti.

Veredicto de Osiris

El mal llamado “Libro de los Muertos” era un largo y pesado prontuario que todo egipcio llevaba consigo a la tumba. Algo así como una guía para el último viaje, el viaje hacia “Occidente”, el Amenti, uno de los nombres del infierno egipcio: «región escondida». Plutarco en el tratado de Isis y de Osiris, capítulo XXIX, dice: «El paraje subterráneo al cual se trasladan las almas después de la muerte se llama Amenthes.» El Libro de los muertos, en el capítulo XV, se expresa en conformidad con el texto de Plutarco en estas palabras: «A la tarde el sol vuelve su faz hacia el Amenti.» Las creencias egipcias habían asimilado la vida humana a la jornada solar, y por eso al declinar la existencia el alma, desprendida del cuerpo por la muerte, el alma descendía a la región inferior, hasta llegar al Amenti o sala del tribunal de Osiris, juez supremo que, asistido por 42 asesores, decidía la suerte futura de la misma. De aquí que el Amenti fuera llamado el “país de verdad de palabra”. El Amenti estaba personificado en el panteón egipcio por una diosa llamada Amen-t con la cabeza coronada por el grupo jeroglífico del Occidente, y por otra diosa de tocado isiaco llamada Merseker, es decir, «amante del silencio
Y para el momento en que se debía pasar por el juicio de Osiris, para el momento en que pesarían el corazón en una balanza infalible, sin mentira, el viajero al más allá debía repetir en su interior una y otra vez: “Corazón mío, corazón de mi madre, no te alces contra mí, no depongas en contra de mí”.
Vivimos ansiando la verdad (menos cuando la mentira nos sirve como instrumento de ventaja): la verdad en los otros y alguna vez también en nosotros mismos.
El que es la Verdad nos ha explicado bien dónde se encuentra la buena educación: la verdad que debemos ofrecer en el momento de la pesada de nuestro pobre corazón, en el juicio definitivo. Será un repaso a nuestra buena educación, es decir, a la grandeza o la pequeñez de nuestro corazón. Se nos llenará el corazón de la infinita ternura del Padre (“¡Benditos de mi Padre!”) si dimos un vaso de agua al sediento (¡por un vaso de agua un Reino!), un poco de pan al que se nos acercó con hambre, un saludo para el que se nos cruzó en el camino, una visita al solo y al enfermo, un silencio ante el silencio del que calla, una palabra al que sufre si nuestra palabra no le escuece en la herida, respeto y apoyo al que sigue mi mismo camino, una sonrisa al que vive buscando la aurora, una mirada al hermano que está junto a mí, mi tensión interior por saber que existen los demás, tenerlos en cuenta, atenderlos, servirles, convertir el agua sencilla de las cosas pequeñas en el vino nuevo que llena los odres nuevos del Reino, lavar los pies al que creo que es menos que yo, pero al que elevo en un trono de estima cuando me arrodillo ante él, dar la vida por los amigos, regalándonos sin que nos duela morir.