sábado, 4 de junio de 2011

Alergias.


Me imagino el Diccionario de la RAE como un altísimo y atento mirador desde el que se pueden descubrir las palabras que se nos han metido en pocos años en el almacén de nuestro glosario. Una de ellas, escrita y, desde luego, usada y abusada, es alergia. Antiguamente (y el antiguo del que hablo no es tan antiguo) no había alergias. Quiero decir que nadie se enteraba de que padecía una alergia. Uno tenía un catarro primaveral; otro, un constipado otoñal; otro, unos granitos en el brazo que producían un rebelde y fastidioso picor; otro, molestias digestivas que atribuía a la acidez y otro, una gastroenteritis (por no usar otro vocablo más… sonoro que se encuentra, naturalmente, en el Diccionario de la RAE).     
Ahora nos alertan: “¡Cuidado, urbanitas: que se nos vienen encima como un alud el eccema atípico; que dentro de una década serán pocos los niños que se liberen de la rinitis alérgica y del asma alérgico; que nuestros niños están respirando en  un mundo “estéril” en el que el organismo no aprende a defenderse; que el sistema inmunitario se está volviendo loco; que la flora bacteriana intestinal ha cambiado y se ha empobrecido; que vivimos una vida de calidad presuntamente mejor, pero que es un gimnasio blando que vale cada día menos ante el karate o el jujutsu de los depredadores!”.  
Y las mamás, alarmadas porque ven por todas partes alergenos, ocupadas en acudir con el pequeño luchador a las pruebas específicas, obsesionadas en sus sueños con una anafilaxia, en busca de antihistamínicos, corticoideos, leucotrienos, anticongestionantes… saben más en la materia, de palabra, claro, que el más versado en el tema de su denominación y origen.
¿Les preocupa igualmente el futuro de su niño en aspectos más profundos? Tal vez la obsesión en este caso es que no sufran, que no conozcan el dolor, que no se asomen a la desgracia, que no sepan de la muerte. O que, ante una vida que empieza y que se promete feliz, traten de mantenerla así concediendo, dando, “que no le falte nada”, dejando que se acostumbre a un sí indefinido que, al principio es regalo; después, otorgamiento; más tarde, concesión; a cierta edad, transigencia; más adelante, aguante resignado; a continuación y por siempre, una cruz.
La ausencia de educación o su escasez nacen de que los padres no han pensado que su primer deber era que, además de ser modelos que tener en cuenta, tenían que robustecer su inmunización ante lo que en el aire exterior que necesariamente deben respirar, deben ser ellos mismo y no víctimas del contagio de la inmersión. El hijo es una copia del padre en sus rasgos físicos y en sus gestos psíquicos. Pero es natural que también lo sea en la asunción o la deserción del esfuerzo, en la rectitud o el retorcimiento de las intenciones, en la transparencia o la falsía de las palabras, en la adhesión o la deslealtad de los compromisos, en la exactitud o la chapucería en el trabajo, en la serenidad o la tensión de la vida familiar, en la presencia o la ausencia entre los que ama, en la fidelidad o la infidelidad a los suyos. 
Y cuando no se ha tenido en cuenta que era posible prevenir y robustecer ante las alergias que rondan en la historia, después todo se va en lamentar: ”¡Este hijo mío!”, “¡Parece mentira!”, “¿A quién sale este bestia?”.

jueves, 2 de junio de 2011

Un móvil de madera.

Así es: el teléfono móvil TOUCH WOOD SH-08C es de madera. Por fuera. Por dentro tiene un alma como la de cualquier otro teléfono móvil. Pero hay algo más: la operadora NTT Docomo ideó un atractivo método para su propaganda. En un bosque de la isla sureña de Kyushu, una de las cuatro islas grandes de Japón (tiene otras tres mil de pequeño calibre) ha levantado un monumento musical. Es una marimba gigante, es decir, un xilófono formado por tantas cajitas de resonancia como notas tiene el décimo movimiento de la bellísima Cantata BWV 147 de Juan Sebastián Bach, Jesús alegría de los hombres, que empieza con las palabras “Jesús, acepta mi alegría”. Una bolita va rodando de caja en caja y al caer en cada una de ellas produce la nota correspondiente. Hay al final algunas, me parece, un poco desafinadas, pero es tan poco y son tan pocas en el conjunto que se puede dar por correcto en su intención.     
Alguno ha protestado por el sacrificio de tantos árboles como han hecho falta para la confección de tan singular órgano. Tal vez sea una acusación exagerada. No es difícil contar en el video que gira por la red el número de cajas y, sin duda, no es como para temer la deforestación de los bosques de Kama.   
Kenjiro Matsuo ha hecho un bonito trabajo. Aparte del tino en cortar maderas, unir piezas, probar tonos, medir distancias, calcular desniveles e introducir silencios, es el producto de una mente inventiva, original y valiente; paciente y exigente. Puede despertar la duda y el temor de que la intemperie dañe un trabajo tan arduo. Pero siempre cabe adaptarlo a las medidas de un museo.       
Sin embargo el aspecto más notable de su valor, más allá del arte, la técnica y la habilidad, es que ha colocado en medio del bosque un canto a la alegría usando para ello a la creación, es decir, el mismo bosque, que ha aprendido a cantar esta otra creación, la música  del hombre. Si en las invenciones y en el extrañamente llamado progreso contasen siempre esos valores, probablemente el sonido del mundo sería fuente de serenidad y de paz.

martes, 31 de mayo de 2011

Confiar da confianza.


Tenéis sin duda presente cuántas veces nuestros hijos o nuestros educandos manifiestan su miedo a no ser entendidos, atendidos, estimados. Se preguntan: “¿Les parece bien a mis padres lo que hago? ¿Por qué todo lo que hago o digo les parece mal? ¿Por qué me corrigen siempre o me riñen? ¿Me quieren?” Un niño o adolescente o joven sumido en ese pozo de incertidumbres no puede verse como una persona normal. No es capaz de decirse: “¡Se acabó! En adelante voy a hacer lo que me dé la gana sin que me importen lo que digan mis padres”. Y entonces  se va modelando como un muñeco sin alma, sin nervio, sin resolución. O sí que es capaz. Y entonces empieza un camino, primero, secreto, y poco a poco, insultante y empapado de tristeza, distancia, decepción, rebeldía y… ¡cuántas veces!, delincuencia. 
En último término todo se juega en la relación “comercial” entre actuación y aplausos o entre actuación y pitadas de la vida. Es verdad que no se puede elogiar lo condenable. Y que muchas de las aberraciones en la conducta de los hijos nace de que se les ríe, se les jalea, se les aprueba todo. Pero no podemos olvidar que el papel de jueces supremos que los hijos atribuyen a sus padres no puede ejercerse como el que, ante el delito, impone una condena; sino como el del maestro que en el taller de pintura elogia un acierto, echa una mano, añade una pincelada, se manifiesta contento con el resultado, aunque diga: “¿No crees que habría que aliviar esta sombra?”.     
Carl Ransom Rogers nació en 1902 en Estados Unidos. Después de un largo recorrido por diversos estudios y por la vida y, tanteando seriamente en el mundo al que por fin se entregó, la psicología, estableció el punto de arranque del movimiento de la Psicología Humanista: Es la empatía la actitud que hace posible la comunicación entre una persona con problemas y su terapeuta y, como es deducible, entre los seres humanos.
Los niños (y toda persona en las etapas de maduración psicológica) sienten la necesidad de que se estime positivamente su actitud ante las experiencias que va teniendo. Pero igualmente necesitan que lo que hacen satisfaga a los demás, sobre todo a los que son para ellos guías y modelos o deben serlo.
Los padres-padres buscan momentos oportunos para comentar con el hijo el avance en su formación, en su cultura, en sus relaciones, en su capacidad de juicio y criterio, en sus conocimientos, en sus gustos y en la orientación de su  vida. Puede ser que el padre no sea el mejor maestro, pero si es padre-padre es el maestro que prefiere el hijo, porque es el maestro al que quiere. Don Bosco sabía y decía que la educación es cosa del corazón. Por eso fue el educador al que querían sus muchachos y al que acabaron llamando padre.

domingo, 29 de mayo de 2011

Stand by me...


Ben E. King (Benjamin Earl Nelson)

Un viejo góspel de 1955 se convirtió, años más tarde, por obra de Jerry Leiber y Mike Stoller, en la archiconocida canción Stand by Me que grabó en 1961 Ben E. King y que cantaron después de él muchos más. Según una revista musical, ocupa el lugar 121 en la lista de las 500 mejores canciones de todos los tiempos.
Contemplando una de sus interpretaciones, simultánea y sucesiva, por varios cantantes en diferentes partes del mundo que todos recordáis, se despiertan ideas y pensamientos que pueden resultar sugerentes.
En primer lugar cabe ver en sus palabras, más allá del sentido que quiera dárseles, un sentimiento  de cercanía, casi de posesión, de seguridad, de absolutización que impresiona. Necesito a “mi amor” cerca de mí. Se necesita, se pide  y se está seguro de su cercanía aunque las mayores desgracias, los más perfectos cataclismos acaben con todo.
Ni la oscuridad ni el desplome de los cielos ni el miedo ni las mayores preocupaciones podrán turbar el deseo de tenerte.
El atormentado estribillo, reforzado por su estructura de monosílabos, es con ellos golpes de martillo que afianzan tu presencia, mi querido, mi cariño, mi amado. 
¿Pero es seguridad lo que se canta o es miedo a perderlo? Yo diría que en el fondo resuena el eco original del canto espiritual. El cantor tiene la seguridad de que Dios está junto a él, dentro de él. Pero necesita pedírselo por el miedo a no merecerlo, a perderlo. La confianza no es absoluta aunque se sepa que Dios derrama e inspira confianza total.
La genialidad de hacerlo cantar por todo el mundo despierta, además, la sensación de que no hay distancias: no hay fronteras cuando se invita a un canto de amor. Todos saben ese canto y se sienten felices al construir un coro que hace que todos los hombres sean uno. Y que canten, porque no sólo el canto es la expresión más fuerte del amor, sino que cuando el canto es amor convierte en realidad el sueño de Dios.

viernes, 27 de mayo de 2011

La Envidia: ¿endemia? ¿pandemia? ¿se cura?


1969 ¡En la Luna!

Se lee en revistas especializadas que Buzz Aldrin (Edwin E. Buzz Aldrin, nacido en 1930) había sido el mejor en todo y siempre. Voló en 66 misiones de combate en la Guerra de Corea y fue una de las figuras más importantes en el Programa Apolo de llegada a la Luna en 1969 como piloto de la tripulación de la misión de Apolo XI, siendo la segunda persona en pisar la Luna después del comandante de la misión, Neil Armstrong. Pero a su regreso a la tierra entró en una profunda depresión y unos meses más tarde empezó a tener problemas con el alcoholismo. Parece que ese proceso, que supo, quiso y pudo  superar, se debió a no haber sido el primero. Ser el primero en pisar la Luna fue un acontecimiento en la historia de los avances del hombre en conocer el universo.
Cuando San Agustín, agudo y buen conocedor del corazón del hombre, experto en historias humanas a partir de la suya, decía de la envidia que «es fiera que arruina la confianza, disipa la concordia, destruye la justicia y engorda toda especie de males» decía muchas verdades muy redondas y muy seguidas. 
En realidad, es una enfermedad. Y aunque se ha dicho muchas veces que es la endemia más grave del alma española, hay que pensar que es una pandemia que acompaña al hombre (¡y a la mujer!) en todas partes desde que existimos.
«La envidia - escribía Plinio el joven (¡qué noble la estirpe la de los Plinios, viejos y jóvenes!) -  y aun su apariencia es una pasión que implica inferioridad dondequiera que se encuentre».
Pero si creemos que San Agustín y Plinio tenían razón, será provechoso que, para nuestra propia educación y la educación de los que aprenden de nosotros, tengamos presente una advertencia de las que dictan los sabios, quedando por decir otras, muchas y más importantes,  que también dicen y que es fácil evocar.
La envidia anida en el instinto de quien vive buscando junto a otros. Es un impulso natural y “social”. Por lo cual, cuando formamos y nos formamos, no podemos poner por delante de todo (ni detrás) la convicción de que se debe vivir intentando ser el mejor. Estaríamos admitiendo la propia inferioridad y restando confianza en sí mismo. Porque ¿quién llega a creerse el mejor sin llegar a ser uno de los más tontos? 
Ser uno mismo es la meta del proyecto de sí que se vive cada día. Implica autoestima, es decir, confianza en sí mismo, que se alimenta con el afecto (¡el afecto!: porque se da afecto invenciblemente al que es “él mismo” y no pretende ser o parecer más que los otros) de los que nos rodean. Se ama al que muestra ser lo que es. Se rechaza, se aleja, se condena y, desde luego, no se ama al que se adorna para “parecer”.  
Cuando Gertrudis le dice a Hamlet que “parece”… éste contesta: “Yo no sé parecer sino ser”.  No era el mejor, ni se lo creía, pero por encima de todo quería ser el que era.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Matar el tiempo.


No recuerdo si fue en el Catón de los niños, de Saturnino Calleja (dulce, amable compañero, fuente de todo saber, enciclopedia universal de mis años infantiles) o en otro de aquellos libros familiares, donde vi una figura que me infundió terror (tendría yo cuatro años…): un niño, armado con una escopeta, estaba en disposición de disparar contra un reloj de arena. Y figuraba, además, la solemne definición de aquel acto: MATAR EL TIEMPO.      
Mi terror (mi dominio de la metáfora era, más o menos, como ahora, muy cortito)  me asediaba por dentro con perfiles sin explicaciones: “¡Un niño con una escopeta! ¡Un niño en actitud de matar, él solo, decidido, sin que nadie le dijese nada! ¡Quería matar a aquel extraño reloj que yo no había visto nada más que en dibujo! ¿Mataba al tiempo disparando sobre un reloj de arena? ¿Y qué pasaba después? ¿Buscaba más relojes? ¿Se acababa el tiempo cuando matase al último? ¿Cómo es el tiempo? ¿Qué es el tiempo? Si aquel niño no lo mataba, ¿lo mataría una persona mayor? ¿Y por qué querían matar al tiempo?”.
Yo entonces no tenía idea de lo que era el tiempo. Ni ahora tengo idea de lo que es.  Pero he tenido que vivir la vida y aunque la vida es otro misterio, he tenido que  experimentar en qué se emplea. En mí y en otros. Y he visto que la vida se desenrolla como una bobina de papel. Y que el rollo de algunos acaba pronto y que el de otros, aunque es largo, sigue en blanco. En otros hay borrones y otros lo llevan roto. He visto obras de arte, proyectos y realidades, belleza y grandeza, miseria y mezquindad, garabatos como si se estuviese esperando no tener que escribir ni dibujar ya nada, porque es pesado comprometerse en plasmar algo serio. O se estuviese también esperando a que otro hiciese lo que uno no quiere hacer o no sabe o no puede. Tal vez muchas de estas acciones y omisiones tengan que ver con el tiempo y se parezca a matarlo.
¡Pero qué felices nos hacen los que se afanan (con el gozo de estar viviendo de verdad, de estar creando, de estar sirviendo, de estar amando) para poder regalar a los otros, sacada casi de la nada, una obra de arte!.