viernes, 25 de marzo de 2011

El respeto...


Hace algunas semanas seres procedentes de las cloacas o de algún zoo de puertas abiertas (¡universitarios, no!) invadieron las capillas de dos centros educativos. De todos es conocido el hecho.
Podemos asegurar que no eran universitarios por muchas y fuertes razones. Una de ella es que los hechos tuvieron lugar en dos universidades. Y en ellas hay un responsable último y responsables intermedios (educadores, como se exige y supone a quienes forman hombres y mujeres y no domesticadores de animales) que velan porque en el ámbito universitario no tengan lugar actos parecidos a aquelarres de hienas. Es decir, usan todos sus recursos para que no invada su recinto la marabunta.
Un universitario es una persona educada. O, si todavía le falta algo para serlo, está en camino de lograrlo. Es más, se supone que en ese camino, ya a las alturas de la universidad, se va adelante con un bagaje de educación notable.
Un universitario, ya antes de serlo, es persona. Y la persona sabe que el rasgo más elemental de comportamiento cuando se forma parte de un grupo humano (las piaras son otra cosa) es el respeto. No a las ideas, que no existen por sí mismas, sino que se tienen. Y bien puedo no tener las ideas que tienen otros. Pero respeto, sí. Respeto a la Naturaleza, al derecho de cada uno, a las personas.
Las dictaduras, cuando fueron iniciativa de cerebros desbocados, no fueron y no son respetuosas. Un universitario, que estudia el mundo que contempla en la historia y en la cruda realidad que le rodea, conoce bien los rasgos de los dictadores. Y entre ellos está el de no tener respeto a las personas. Van a lo suyo que es prevalecer. Prevalezco porque sé que yo tengo el poder, tengo la razón, tengo la fuerza, tengo las ganas, tengo necesidad de suprimir al que no piensa como yo, al que no se calla bajo mi bota…      
Un universitario sabe que la ciencia (que es lo que se ofrece y busca en la universidad) está estructurada sobre el respeto. El que impone (sea catedrático o alumno), el que excluye (esté aprendiendo o crea que está enseñando), el que descalifica (tenga o no, o crea tenerlo, título para ello) no es persona. Será o querrá ser león jefe de la manada, o procesionaria que abre camino vertiendo babas de adhesión, pero no persona, porque no tiene respeto, porque ignora que hay otros y que cualquier otro quiere ser y tiene derecho a ser él mismo. Respetando a su vez, claro está.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Olvidar, ahogar, destruir

Flavio Pagano es un joven e inquieto emprendedor (y no empresario) italiano (Nápoles 1962). Fue editor (¡a los 23 años!), se volcó en la musicología, pasó al relato, al teatro, a la televisión, al periodismo… Hace algunas semanas publicó una novela a la que puso por título Muchachos borrachos  (Ragazzi ubriachi).
Pudiera llamarse tesis. Con dos ideas centrales: los jóvenes (muchos jóvenes, afortunadamente no todos, ni mucho menos), fruto de una sociedad saciada de vacío, tratan de disolver su propia historia interior, presente y futura, bebiendo "para olvidar una vida que no han vivido todavía". O buscan el riesgo como un sustitutivo o una solución de su propio vacío; y los adultos “ofrecen sólo confusión y debilidad”.
Más que comentar, vale que leamos su propio comentario. Nos valdrá como estímulo para juzgar si lo que dice nos afecta, por qué nos afecta y en qué medida, y qué debemos hacer para que nuestra historia y la historia de nuestros hijos (y de nuestros nietos) tengan otro sesgo.
“Bajo la futilidad aparente de las razones que dan o tienen para beber hay un vacío inquietante. No les vale ya beber para alegrarse y pasar un rato de juerga. Pasan a emborracharse y a regar su vida con un sollozo de rabia”. Ni la familia ni la escuela ni la sociedad ni la política ni el arte ni el deporte les dan referencias en qué apoyarse. “Los muchachos borrachos forman parte del pueblo de los invisibles, de los que, para sentir que existen, tienen que quemar un contenedor en una manifestación o vomitar en el retrete de un bar”.
Es frecuente que en las familias se dé, de un modo abierto o sordo, “un choque entre personas que se buscan desesperadamente. Todo sucede en una familia "normal", donde no hay problemas económicos ni  un nivel cultural insuficiente. Es ahí donde el alcohol muestra su insidia. Porque no produce escándalo, no parece una cosa peligrosa. Los padres subestiman con frecuencia las señales de crisis de sus hijos. Son ellos los primeros en estar borrachos. Borrachos de aburrimiento, de frases hechas, de ideas sin raíces, de palabras. Los padres de hoy frecuentemente son en realidad eternos hijos. Lo que un muchacho necesita es el ejemplo… Antes de hablar con los hijos hay que escucharlos, verlos. Estar presentes. Proponer reglas y dar el ejemplo de la propia persona. La clave es esa. Si no, las palabras, que son un mundo maravilloso, se convierten en cháchara. Hace falta amor y también firmeza”.

lunes, 21 de marzo de 2011

La tierra tiembla


Desde las 08.55.38 (hora local) del 09.03.2011 hasta las 07.06.11 del 16.03.2011 las sacudidas que se sucedieron cerca de Honshu (costa Nordeste del Japón: 40º N – 140º E) fueron 502. Así lo comunica el U.S. Geological Survey y sabemos casi todos.
El día 11 hubo 130, de las que una, la de magnitud 9.0, a la que llamamos ingenuamente “el terremoto de Japón”, despertó de la relativa tranquilidad de su sueño  a los japoneses de aquella latitud a las 05.46.23. Porque de las 502 de esos ocho días sólo 4 habían alcanzado o superado levemente la magnitud 6.0. Creyeron que era uno más de los vaivenes de todos los días.
Ellos saben que “la Tierra tiembla” no es sólo el título de una vieja y dramática película de Visconti, sino una realidad natural e igualmente dramática de esta Tierra en que posamos nuestros pies. La Tierra tiembla desde que existe. Y tiembla el Sol y tiemblan las estrellas. Y no está en nuestras manos detener ese proceso que pertenece a la naturaleza de su ser. La Tierra es así de bella porque ha vivido temblando desde hace miles de millones de años.
Pero hay sacudidas que nos interesan profundamente sobre las que sí podemos (¡y debemos!) alargar nuestras manos y, sobre todo, nuestro corazón. Son las de una tierra bendita, fruto del amor, que son los hijos, que viven y crecen movidos por las sacudidas de su naturaleza o las de su entorno. En esa tierra hemos puesto la riqueza de su herencia. Y tal vez nos hemos quedado pasmados cuando hemos visto en su historia las pequeñas sacudidas de su personalidad (la ruptura del gracioso capullo para que empiece a lucir al sol la flor; la crisis de su belleza para dejar que se forma el fruto) o las que recibe del vaivén de eso que no existe y que llamamos cobardemente sociedad para sacudirnos la responsabilidad de educar o de no haber educado. No nos damos cuenta de que estamos ausentes de la vida de nuestros hijos. Algunos de ellos afirman que nunca han hablado con su padre. Le han dicho “cosas” y han recibido muchos sermones. Pero nunca han tenido la oportunidad de sentir que su padre (y su madre) “es” para él; que la comunicación es, no sólo una necesidad, sino el placer de crecer gustando del aliento de quienes le dieron la vida por amor y deben seguir dándosela con el amor equilibrado de cada gesto en una relación mutuamente creadora. 
Y si ante una tragedia como la de Japón lo único que oyen decir es que “¡es terrible!”, “¿qué nos puede suceder a nosotros?”, “¿llegarán hasta aquí los efectos?”, “¿podrá pasar en nuestras centrales nucleares lo mismo?”, estamos sembrando dos tristes semillas: la del miedo que parece ser el único sentimiento que nos queda hoy ante todo (y que está abonando con tanto agrado la mal llamada por unos “opinión pública” y por otros “el alma del pueblo” y algunos irresponsables nucleares); y el egoísmo, que nos envuelve ya hasta la asfixia en su manta protectora, como si pudiésemos ser hombres, ser humanos, crecer y madurar encerrados en la estéril cloaca del “nosotros, nosotros mismos, sólo nosotros”.

sábado, 19 de marzo de 2011

¡No nos mires!


Katia Molodovsky (1894-1972), hebrea rusa, fue una excelente poetisa, seleccionada  para la obra monumental promovida por el National Yiddish Book Center de los Estados Unidos y finalizada el año 2001, que reúne las “cien mejores obras de la moderna literatura judía”.
La oración que podemos leer a continuación nos ayuda a penetrar un poco en el alma de un pueblo elegido, amado y perseguido en la historia por el dolor.

"Dios de misericordia, escógete otro pueblo mientras tanto.
Nosotros estamos cansados de morir y de muertos, no tenemos ya oraciones.
Escógete otro pueblo mientras tanto.
No tenemos ya sangre para el sacrificio.
Nuestra casa se ha convertido en un desierto.
La tierra escasea de tumbas para nosotros;
ya no hay para nosotros cantos fúnebres ni himnos de lamento en los viejos libros.
Dios de misericordia, santifica otra tierra, otra montaña.
Nosotros hemos cubierto ya todos los campos y cada piedra con ceniza santa.
Con viejos y con jóvenes y con niños se ha pagado
cada letra de tus diez mandamientos.
Dios de misericordia, desfrunce tus ardientes cejas y mira los pueblos del mundo,
dales profecías y "días de temor".
Se murmura tu palabra en toda lengua, enséñales las obras, los caminos de tentación.
Dios de misericordia, danos vestidos ásperos de pastores de rebaños,
de herreros con martillo, de lavanderas, de trabajadores del cuero y más sencillos aún.
Y haznos otro favor, Dios de misericordia, quítanos este aire de sabios”.

Otro hebreo, dos mil años antes, José de Nazaret, había sentido el mismo peso de la misma cruz. Pero su vida estuvo volcada en aceptar en silencio la defensa de la Vida, de la belleza, del Bien y del Amor, perseguido por la envidia, la persecución, los celos, la violencia y la muerte.  Hoy lo admiramos, tratamos de  aprender algo de él y le pedimos que siga junto a nosotros que tan sobrados andamos de palabras y tan pobres estamos de lealtad, de honradez y de apertura y de entereza a los proyectos de Dios.

viernes, 18 de marzo de 2011

Y se hundió!

En 1628 se hundió el Vasa. Se construyó mal, dicen los entendidos; se botó peor, dicen los historiadores; y se hundió bien, muy bien, en su primer viaje, al escorar y llenarse de agua en la bahía, a dos millas (marinas, claro) de su “cuna”, los astilleros de Estocolmo. El rey Gustavo II Adolfo tenía prisa por verlo gloriosamente lucido por las aguas de todo el mundo y, sobre todo, por enfrentarlo a los polacos en la Guerra de los Treinta años.  Al cabo de los siglos - en 1961 después de purgar su titanismo (¿recuerdan el Titanic?) en el limbo de sus 333 años de ostracismo submarino - se recuperó. Y ahí está en su Vasamuseet (el único barco que tiene un museo para él solo) de Estocolmo, luciendo su gloria de ser nave, su largo sabor a fango y su vergüenza de no haber servido nada más que para vergüenza del rey.  
¿Conocen ustedes a hombres hundidos? ¿Han visto alguna vez a jóvenes reposando en el lodo? Casi siempre están así por culpa de sus constructores. Creyeron sus padres que bastaba con tener apariencia (como los 54 metros del Vasa), dos pies para pisar el mundo (como su corta manga de menos de 12 metros), amplia bambolla para sorber los vientos (como los 1.275 metros cuadrados de velamen), y más que suficiente fiereza para enfrentarse con quien fuese (como aquellos 64 cañones de bronce) y se encontraron con que una leve brisa los escoró en la vida y se llenaron del lastre de la muerte.
Hacer hombres es una tarea preciosa, una profesión sublime, un programa superior a cualquier otro de los que existen. ¿Pero cuántos responsables hay que entren en la dura escuela de formarse para ello? A medida que pasa el tiempo y se suceden las generaciones, las oleadas de padres improvisados son más numerosas. Y sus hijos, desarbolados o con heridas en su calado, ceden rápidamente y se convierten en despojos de un museo triste como es el de los sin-ganas, sin-ilusiones, sin-amor, sin-vida.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Más datos salesianos.

De los 15.952 salesianos en el mundo, en España trabajan algo más de 1.200, que dirigen 362 obras en las que se atiende a unos 400.000 destinatarios. Por una parte, en España hay 100 colegios, entre ellos 36 con Formación Profesional, donde estudian cerca de 90.000 alumnos y trabajan unos 6.000 profesores.
Además, funcionan 103 centros juveniles, en los que participan 24.000 jóvenes acompañados por 2.500 animadores. Otra de las tareas que realiza la Congregación en nuestro país es el trabajo en 92 parroquias o iglesias públicas. También existen cerca de 40 plataformas sociales o centros de atención para jóvenes en riesgo de exclusión.
Los novicios en todo el mundo rondan el número de 481.
Y los obispos y cardenales son 119. Los primeros se encuentran, casi todos, en las regiones más pobres: Asia e Hispanoamérica.
Salesianos Sacerdotes 10.507
                Coadjutores  1.915.
Países en los que trabajan los salesianos: 130.
Número de Provincias y Viceprovincias 89
Salesianos Italia-Medio Oriente        2.356 (-78)
                   Europa Norte                  2.459 (-24)
                   Europa Oeste                  1.502 (-52)
                   América Norte-Centro      1.569 (-71)
                   América del Sur              2.090 (-44)
                   África-Madagascar           1.432 (+35)
                   Asia Este – Oceanía         1.438 (+30)
                   Asia Sur                          2.584 (+12).
En la Casa General y la Universidad Pontificia Salesiana (Roma) hay 213
La Provincia  con más Salesianos Piamonte-Valle de Aosta: 537
                    con menos, Hungría: 39
La Provincia con más novicios Vietnam: 38.
En la India hay: 10 Provincias/ 337 casas/ 2.504 Salesianos (de éstos, 126 Novicios)
En Italia hay:    6 Provincias/ 2.395 profesos y 16 Novicios.

lunes, 14 de marzo de 2011

Caminar, caminar...


Acabo de contemplar una viñeta inteligente, sorprendente: presenta a un hombre en una silla de ruedas tirada por un perro casero. ¿A dónde lo lleva? ¡A ningún sitio! El perro patalea en una cinta de correr.
Puede parecer extraño que los santos toquen temas que parecen propios de una clínica de rejuvenecimiento. Pero, no. Los santos vivían la realidad de la vida en la cercanía a los hombres y de ellos tuvieron siempre cuidado y atendieron santamente a su salud. Don Bosco, un santo que “lo hizo todo con lógica”, como dijo una vez un buen conocedor suyo, escribía a este propósito: 
El movimiento es lo que más aprovecha para la salud. Tengo realmente motivos para reconocer que viene de esto. Siendo yo seminarista, y en los primeros años de mi sacerdocio, siempre andaba delicado; después me moví mucho y me puse de nuevo bueno. Recuerdo todavía que una vez anduve con don Francisco Giacomelli más de veinte millas piamontesas en un día. Salimos de San Genesio para hacer unos recados en Turín y volver después a Avigliana. Otras veces salía de Turín e iba a I Becchi en seis horas y hacía a pie las doce millas sin casi parar un instante. Aún ahora, cuando me siento muy cansado y oprimido, salgo, voy a ver a algún enfermo hasta el Po o hasta Puerta Nueva y no tomo ningún vehículo, de no ser necesario por la importancia de un trabajo, las prisas o el peligro de faltar a una cita. Yo soy del parecer de que una causa, y no indiferente, de la falta de salud en nuestros días procede de que no se hace el movimiento que antaño se hacía. La comodidad del ómnibus, del coche, del ferrocarril quita muchísimas ocasiones de dar paseos, aun breves, mientras hace cincuenta años se tenía por paseo el ir de Turín a Lanzo a pie. Me parece que el movimiento del ferrocarril y de los coches no le basta al hombre para encontrarse bien. Aprovecha, por ejemplo, excitar el sudor en los pies y este efecto no se obtiene estando sentados; además, el movimiento que parte del pie, esa pequeña sacudida que se da al cuerpo al golpear el suelo con los pies, me parece que excita todo el cuerpo y le da vigor.
El ejercicio físico es un consejo que todos los médicos, o casi todos, dan para arreglar cualquier mal del cuerpo o casi todos. Pero es que con ese ejercicio del cuerpo y sus consecuencias valiosas vienen otros ejercicios no menos necesarios y beneficiosos: de la mente, de la voluntad, de la capacidad de observar la Naturaleza y gozar con ella, de ejercitar cuando es posible el compañerismo y la solidaridad.