Flavio Pagano es un joven e inquieto emprendedor (y no empresario) italiano (Nápoles 1962). Fue editor (¡a los 23 años!), se volcó en la musicología, pasó al relato, al teatro, a la televisión, al periodismo… Hace algunas semanas publicó una novela a la que puso por título Muchachos borrachos (Ragazzi ubriachi).
Pudiera llamarse tesis. Con dos ideas centrales: los jóvenes (muchos jóvenes, afortunadamente no todos, ni mucho menos), fruto de una sociedad saciada de vacío, tratan de disolver su propia historia interior, presente y futura, bebiendo "para olvidar una vida que no han vivido todavía". O buscan el riesgo como un sustitutivo o una solución de su propio vacío; y los adultos “ofrecen sólo confusión y debilidad”.
Más que comentar, vale que leamos su propio comentario. Nos valdrá como estímulo para juzgar si lo que dice nos afecta, por qué nos afecta y en qué medida, y qué debemos hacer para que nuestra historia y la historia de nuestros hijos (y de nuestros nietos) tengan otro sesgo.
“Bajo la futilidad aparente de las razones que dan o tienen para beber hay un vacío inquietante. No les vale ya beber para alegrarse y pasar un rato de juerga. Pasan a emborracharse y a regar su vida con un sollozo de rabia”. Ni la familia ni la escuela ni la sociedad ni la política ni el arte ni el deporte les dan referencias en qué apoyarse. “Los muchachos borrachos forman parte del pueblo de los invisibles, de los que, para sentir que existen, tienen que quemar un contenedor en una manifestación o vomitar en el retrete de un bar”.
Es frecuente que en las familias se dé, de un modo abierto o sordo, “un choque entre personas que se buscan desesperadamente. Todo sucede en una familia "normal", donde no hay problemas económicos ni un nivel cultural insuficiente. Es ahí donde el alcohol muestra su insidia. Porque no produce escándalo, no parece una cosa peligrosa. Los padres subestiman con frecuencia las señales de crisis de sus hijos. Son ellos los primeros en estar borrachos. Borrachos de aburrimiento, de frases hechas, de ideas sin raíces, de palabras. Los padres de hoy frecuentemente son en realidad eternos hijos. Lo que un muchacho necesita es el ejemplo… Antes de hablar con los hijos hay que escucharlos, verlos. Estar presentes. Proponer reglas y dar el ejemplo de la propia persona. La clave es esa. Si no, las palabras, que son un mundo maravilloso, se convierten en cháchara. Hace falta amor y también firmeza”.