El 29 de Diciembre de
1880 se estrenó en el Théâtre des Bouffes Parisiens de París una
ópera cómica de Edmond Chivot con libreto de Alfred Duru y Henri Charles
Chivot. El título era La Mascotte. Parece que la palabra que le daba
título pasó a aplicarse muy pronto en otras lenguas (Mascot en Inglés, Mascota
en Español) para significar, como dijo bastantes años más tarde la Real
Academia Española, Animal de compañía y también Persona, animal o cosa que
sirve de talismán, que trae buena suerte.
Aseguran los estudiosos
que ya por el año 9000 aC, año más año menos, había animales domesticados
que hacían compañía al hombre, le ayudaban, lo defendían. No es muy diferente
hoy, aunque la amistad entre seres vivos se da de un modo más vistoso entre el
hombre y el perro. Hasta el punto de que se puede afirmar sin gran desvío que
el hombre y el perro se aman. Los expertos en esto afirman que la compañía de
un perro puede ayudar a que aumente o madure su inteligencia emocional.
Decía aquella niña que, con su familia y el
veterinario, esperaban el efecto final de una inyección a un perro aquejado de
cáncer: “Los perros mueren con doce años porque no necesitan tanto tiempo como
nosotros para ser buenos”.
Dios nos dio un maravilloso regalo al crear a
los perros. Son capaces de sentir amor de una forma tan profunda y noble que en
muchos casos son modelos, maestros y médicos para los hombres. Ellos también tienen su cielo tras la muerte…
¡Seguro!
La mayor riqueza que puede obtener el hombre es
el amor. El saldo al final de su vida está en cuánto ha amado y ha sido amado.
Es el único valor que vale para la eternidad. Siendo inconmensurable la
creación de Dios, se puede decir que el mayor de sus inventos es el Amor.
¿Quién sino Él puede inventar algo así? Pensemos lo que sería la vida del
hombre sin Amor.
Si amamos a los perros y ellos nos aman, ¿cómo no amar a los demás hombres?
Si amamos a los perros y ellos nos aman, ¿cómo no amar a los demás hombres?