Seguramente has leído en la prensa el caso de los “ángeles de
Barbakeios”. Te lo copio si no te ha llegado. El
“poder adquisitivo” de las familias ha caído en Grecia un 40% desde 2008 y en
paro está el 27% de la población. Se usa la leña para calentarse, porque no hay
dinero para la calefacción. En el viejo mercado de Barbakeios se agolpa la
gente desde la seis de la mañana desde hace siglos para comprar pescado, carne,
verduras, pan, queso… y se mezclan voces, ruidos, colores y olores.
El pasado domingo, 22 de diciembre, las cosas
eran como siempre, pero en esta ocasión, para la preparación de la Nochebuena
familiar, se miraban las cosas, los precios y las básculas con mucho cuidado
para no pasarse del escaso gasto posible. Cuando “hete aquí” (así se dice al
llegar a un cierto punto en los cuentos de hadas) que aparecieron a media
mañana, sin saberse de dónde, ni quiénes eran, ocho mujeres vestidas de negro
que se situaron junto a otras tantas cajas de pago. Cuando se acercaba una (o
uno) a pagar el minúsculo corte de carne que llevaba a su casa, los “ángeles de
Barbakeios” (así las han llamado después), no sólo pagaban el coste de lo que
ya llevaban, sino que invitaban a los asombrados compradores a que comprasen lo
que quisiesen pagándolo ellas igualmente.
El director del mercado declaró a una cadena de TV: "Esta
escena increíble siguió durante casi una hora. Al menos 320 personas han hecho
la compra gracias a la generosidad de las señoras de negro y al final, según
nuestros cálculos, han regalado cerca de 16.000 euros de carne".
Después sucedieron cosas menos maravillosas. Cuando corrió la
noticia de la aparición de las misteriosas dadivosas por las calles al pie de
la Acrópolis, empezó a crecer el número de
compradores, a aumentar el apretón de la gente y… las ocho bienhechoras desaparecieron en silencio como
habían llegado dejando el comentario sobre su intervención.
Esto, aquí, no es una gaceta de prensa, ni una
invitación a suponer quiénes serían, ni una reflexión sobre las crisis y sus
parches, sino una insinuación a que una auténtica iniciativa de las personas es
(o debe ser) un aliento de su espíritu, un gesto de solidaridad, no sólo en dar
y en darse, sino en unirse y organizarse para hacerlo. Y muchas cosas más que
el inteligente y generoso lector siente bullir en sí.