sábado, 4 de agosto de 2012

¿Se hunde el Coliseo?


La noticia es que desde hace un año se ha observado en él una inclinación de 40 centímetros en la parte por donde no hay circulación. Pero Rossella Rea, directora del excepcional anfiteatro con veinte siglos de vida, no manifiesta preocupación. Y dice que ahora están más atentos para ver si este cambio cambia o deja de darse. Pero es natural: todo lo viejo llega a cansarse y a cojear.   
Tito Flavio Vespasiano lo comenzó en el año 72 y lo acabó su sucesor Tito ocho años después. De ese monumento dicen algunos que es bellísimo, otros que no lo es tanto, pero que es imponente y los que lo visitan quedan impresionados por la mole del  “mármol” travertino empleado (100.000 metros cúbicos), por sus medidas (189 metros de largo por 156 de ancho, 57 de altura y 524 de la elíptica), por su capacidad (50.000 y hasta 73.000 según cálculos), por su inauguración (9.000 bestias y 2.000 gladiadores en los 100 días que duró), por su historia (luchas, espectáculos, caza de animales, ejecuciones, reproducción de batallas, obras de teatro clásicas, naumaquias…) y por los terremotos (1231,  1255, 1349) y expolios que sufrió.
Tal vez no se tenga en cuenta que está construido donde antes hubo un lago y antes todavía un estanque. El lago era el que Nerón quiso para su Domus Aurea. Sobre el fondo de arcilla azul, una vez lanzada el agua al Tíber por canales subterráneos, se ahondó hasta 6,5 metros y se hizo una fosa de 62 metros de ancha, llena de ese hormigón romano que parece eterno y leucitita volcánica sobre lo que levantaron tres metros de toba y una peana de bloques de travertino de 90 centímetros. Y encima lo que se ve y lo que se adivina porque se vino abajo.
Consejo inoportuno: Léase de nuevo despacio, si place, para enterarse bien y no marearse.
Nada de lo anterior debe servir para apresurar un viaje a Roma antes de que se caiga ese precioso instrumento de la historia. En cambo sí urge tener en cuenta lo del lago. Al menos a mí me preocupa. Porque cuando me abofetean las noticias que engendran  corrientes de aire más o menos vendavales me pregunto: Ese imperio que se hunde, ese negocio que hace agua, esa asociación que se descompone, esa familia que se resquebraja, ese matrimonio que se viene abajo, esa crisis que parece que da nombre a todo… ¿no se habrá forjado sobre un cimiento superficial, un proyecto inane, un deseo injusto, egoísta, malévolo, un pacto de puro interés propio?
¡Las familias, las familias…! ¿Son algo más que un ayuntamiento de gustos, un tinglado de atracciones, un contubernio de miserias? En muchos casos se demuestra que sí: un programa tan noble como es construir un monumento de amor lo asaltan dos incompetentes que justifican su asalto al santuario del más alto valor humano, porque se lleva, porque me gusta, porque tengo derecho, porque me da la gana… 

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