La noticia es que desde hace
un año se ha observado en él una inclinación de 40 centímetros en la parte por
donde no hay circulación. Pero Rossella Rea, directora del excepcional
anfiteatro con veinte siglos de vida, no manifiesta preocupación. Y dice que
ahora están más atentos para ver si este cambio cambia o deja de darse. Pero es
natural: todo lo viejo llega a cansarse y a cojear.
Tito Flavio Vespasiano lo
comenzó en el año 72 y lo acabó su sucesor Tito ocho años después. De ese
monumento dicen algunos que es bellísimo, otros que no lo es tanto, pero que es
imponente y los que lo visitan quedan impresionados por la mole del “mármol” travertino
empleado (100.000 metros cúbicos), por sus medidas (189
metros de largo por 156 de ancho, 57 de altura y 524 de la elíptica), por su
capacidad (50.000 y hasta 73.000
según cálculos), por su inauguración (9.000 bestias y 2.000 gladiadores en los
100 días que duró), por su historia (luchas, espectáculos, caza de
animales, ejecuciones, reproducción de batallas, obras de teatro clásicas, naumaquias…) y por los terremotos (1231, 1255, 1349) y expolios que sufrió.
Tal vez no se tenga en cuenta
que está construido donde antes hubo un lago y antes todavía un estanque. El
lago era el que Nerón quiso para su Domus
Aurea. Sobre el fondo de arcilla azul, una vez lanzada el agua al Tíber por
canales subterráneos, se ahondó hasta 6,5 metros y se hizo una fosa de 62
metros de ancha, llena de ese hormigón romano que parece eterno y leucitita
volcánica sobre lo que levantaron tres metros de toba y una peana de bloques de
travertino de 90 centímetros. Y
encima lo que se ve y lo que se adivina porque se vino abajo.
Consejo inoportuno: Léase de
nuevo despacio, si place, para enterarse bien y no marearse.
Nada de lo anterior debe servir para apresurar un viaje a Roma antes de
que se caiga ese precioso instrumento de la historia. En cambo sí urge tener en
cuenta lo del lago. Al menos a mí me preocupa. Porque cuando me abofetean las
noticias que engendran corrientes de
aire más o menos vendavales me pregunto: Ese imperio que se hunde, ese negocio
que hace agua, esa asociación que se descompone, esa familia que se
resquebraja, ese matrimonio que se viene abajo, esa crisis que parece que da
nombre a todo… ¿no se habrá forjado sobre un cimiento superficial, un proyecto
inane, un deseo injusto, egoísta, malévolo, un pacto de puro interés propio?
¡Las familias, las familias…! ¿Son algo más que un
ayuntamiento de gustos, un tinglado de atracciones, un contubernio de miserias?
En muchos casos se demuestra que sí: un programa tan noble como es construir un
monumento de amor lo asaltan dos incompetentes que justifican su asalto al
santuario del más alto valor humano, porque se lleva, porque me gusta, porque
tengo derecho, porque me da la gana…
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