August Franciszek Maria Anna Józef Kajetan
Czartoryski Muñoz y Borbón, IIº conde de Vista Alegre (y a la muerte de su
madre, Iº duque del mismo título) se hizo salesiano. ¡Y cómo le costó! Había
nacido el 2 de agosto de 1858 en el palacio Lambert de París. Su madre, María
de los Desamparados Muñoz y Borbón (hija del matrimonio de la viuda de nuestro
Fernando VII, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, con Agustín Fernando Muñoz
y Sánchez) fue la primera esposa en 1855 del Príncipe
Wladislaw Czartoryski, duque de Klewan.
Todo ese cruce de apellidos y
títulos fue lo que hizo muy duro para Don Bosco
aceptarlo como miembro de su “humilde Congregación”, como decía porque
sinceramente así la sentía. Se encontraron por primera vez en Lambert el 18 de mayo
de 1884. Don Bosco había ido a pedir dinero para dar de comer a sus pobres
muchachos y Augusto, con 25 años, quedó fascinado y sintió que Dios le llamaba
a hacerse salesiano.
Como Don Bosco empezó diciendo
que no le parecía oportuno y pasó a darle largas (“… rece, espere, piense en su
familia”), el entonces todavía príncipe obtuvo del Papa León XIII esta
decisión: “Vaya a Turín, lleve mis saludos
a don Bosco y dígale que el Papa desea
que le acepte en su Congregación".
El 13 de junio de 1887, Don
Bosco le recibió y le dijo: "Bien, lo acepto. Desde este instante, usted
forma parte de nuestra sociedad y pertenecerá a ella hasta la muerte".
El 24 de septiembre Don Bosco
(le quedaban al santo cuatro meses de vida) le impone la sotana en la Basílica
de María Auxiliadora. El 2 de octubre de 1888 profesa como salesiano. El 2 de
abril de 1892 recibe la ordenación sacerdotal. Y muere tuberculoso, como su
madre, un año más tarde: 8 de abril. Fue beatificado por Juan Pablo II el 25 de
abril de 2004.
Cuando, a pesar de la niebla,
se ve claramente a Cristo que llama, no hay ni nobleza humana, ni presidencias
de consejos de administración, ni palacios, ni riqueza, ni lisonjas, ni
prometedores “partidos”… que corten el paso hacia el encuentro con el Maestro
que sonríe y acoge.
Nos resulta fácil achacar a
mil razones la falta de respuesta a esas llamadas. No hay más que una:
construimos un mundo lleno de nieblas, si no de tinieblas. En él nuestros
hijos, niños, adolescentes, jóvenes, no aciertan a distinguir la entereza de
Dios que los ama y la firmeza de Cristo que los invita de la falsedad de las
sombras y la frialdad de las nubes.
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