domingo, 19 de agosto de 2012

Amor y... pedagogía (naturalmente).


Todos ustedes conocen a Luis Apolodoro Carrascal, hijo de don Avito Carrascal y de Marina (que le tuerce el rumbo cuando estaba a punto de llegar, con carta de petición, hasta la madre ideal, sana, fuerte ¡y dólico-rubia!, Leoncia, con la que don Avito pensaba forjar un genio). La realidad es que Luis Apolodoro crece bajo la doble presión de don Avito, que le enseña a saber, y de Marina, que se empeña en que aprenda a amar, como todo hijo de vecino.
Don Fulgencio, brillante como su nombre indica, filósofo y amigo de don Avito, le llega a convencer al genio en ciernes (cuando ha amado y perdido a Clara, amor de su vida) de que debe lograr el amor a la libertad y el odio a la muerte, suicidándose, pero dejando un hijo para "seguir vivo" de algún modo. Encarga de eso a una de las sirvientas de su casa y se ahorca. Ese amor a la libertad y ese odio a la muerte logran derrotar así a la pedagogía.
«¡Todo han querido convertírmelo en sustancia sin dejar nada al accidente! Hasta cuando me dejaban por mi propia cuenta era por sistema!». Esa era la decepción de un humano programado para genio y quedado en piltrafa. Y su “padre” literario, el mismo don Miguel de Unamuno, sumaba convicciones: «Ni lo humano, ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el adjetivo sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere - sobre todo muere -, el que come y bebe, y juega, y duerme, y piensa, y quiere; el hombre que se va y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano».
Cuando las familias se forman sin hermanos; cuando estorban los hijos porque no se sabe ser padre ni madre; cuando se construye el futuro del hijo sin saber y sin querer darle lo único que hace hombre al hombre, que es el amor, se puede estar creyendo que ya se tiene al hombre-genio, al hombre-al-día, al ser deseable como lo quería don Avito; o al hombre libre porque vence a la pedagogía y a la muerte suicidándose, meta de don Fulgencio.

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