viernes, 11 de noviembre de 2011

El Kilo.


¿Recordáis aquel lingote de platino e iridio (¡nada menos que de platino e iridio!) que se conserva celosamente en la Oficina de pesas y medidas de Sevres, París, Francia, desde 1889? Ya sabéis que, como otras muchas cosas, ya no es lo que era. Van ahora, lo pesan y comprueban que ha perdido la razón de su ser: ¡Ya no es un kilo! Ahora es un kilo menos 50 microgramos. Es verdad que un microgramo es una cosa pequeña. Pero sólo cuando se trata de pesar una barra de pan o doscientos gramos de caramelos. Porque un microgramo menos de caramelos es sólo, si nos lo pesan a la baja, una milmillonésima parte de un kilo o la millonésima de un gramo. Aunque sean 50 microgramos, que es la sisa que ha sufrido el sufrido y presumido lingote de Sevres.
¡Pero que “el kilo” ya no sea un kilo sino 999.999.999.950 microgramos es una broma! Por muy gordo que lo hagan tantos nueves, ya no es un kilo, es decir la masa de un litro de agua destilada a 4ºC y una atmósfera de presión, que era algo familiar: un poco de agua fresquita cerquita de una playa .
Y ahora quieren proponernos otra unidad (¡aquella era una herencia de la revolución  francesa!) basada en el número de Avogadro y en la constante de Planck: átomos de carbono y quanta de energía. Y eso después de que hace cincuenta años quisieron definir a su hermano, el metro–patrón, como 1.650.763,73 veces la longitud de onda de la línea espectral rojo-anaranjada (transición entre los niveles 2p10 y 5d5) del átomo de kriptón-86. ¿Habrá maestros que logren hacer aprender esa definición?  
Y nosotros, los ya maduros, ¿acabaremos sabiendo qué es un kilo?
Lo mismo me pasa a mí con el amor. Ahora que todo es objeto de mercado, de compra y venta, de toma y daca, de hipotecas e intereses, de déficit y de balances, de bolsa y rating, de manos por debajo de la mesa, de escaparates y muestrarios… ¿qué ha quedado del amor?
El Maestro del Amor, Jesús, siempre presente, Él mismo Amor, lo definió de un modo muy sencillo, pero definitivo: dar la vida. Él lo vivió así. Y es verdad que hay en nuestra luminosa historia humana de ayer y de doy, como lo habrá en la de mañana, muchas personas que lo están haciendo. Aman dando la vida. Porque el que ahorra la vida la está perdiendo. Mientras que los que la dan están alcanzando la plenitud. Es ley de amor. Es ley de vida. Hasta los zánganos de una colmena nos lo enseñan.

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