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martes, 7 de junio de 2016

Horror Vacui

Aristóteles, al que llamamos el estagirita (porque nació en Estagira de Calcídica, asomada al golfo Estrimónico del mar Egeo) hace ya 2.400 años escribió mucho. Dicen que más de doscientos tratados. De todo lo habido. En su Física, uno de esos tratados, afirmaba que “la naturaleza aborrece el vacío”. Como la afirmación es atrevida y hasta un tanto ambigua, han dicho lo mismo o lo contrario otros pensadores de todo tiempo y espacio. Escribió también De lineis insecabilibus, que rozaba un poco el tema. E insistía en que la belleza es unidad de partes si está dotada de táxis (correcta distribución), symmetría (correcta proporción) y to horisménon (contención: ni grande ni chica, que no se salga de los márgenes).
Hay quien dice que la expresión latina que encabeza este escrito, muy aristotélica, es de Mario Praz, un pensador italiano, que la empleó ante el ahogo que se sentía en las manifestaciones sociales de la era victoriana inglesa.
Yo me aventuro a atribuírsela, si no en la expresión, sí en sus preceptos, a Marco Vitruvio Polión, arquitecto, escritor, ingeniero y tratadista romano del siglo I aC. Escribió, inspirado en los griegos, diez libros De Architectura. De él se conserva, en ruinas, excavadas en 1960, cerca de Pésaro, la basílica del Fanum Fortunae en honor de Augusto. Un modelo de elegancia y sencillez.
Observa la vida actual de grandes y chicos. Bien pudiera pensarse que los criterios de Aristóteles y de Vitruvio, maestros en todos los siglos, pudiesen aplicarse en muchas manifestaciones de nuestra vida, aunque no tengan que ver con la arquitectura. En construcciones suntuarias, en casas normales, en casas modestas, en jardines, en armarios, estanterías, mesitas, cocinas, cajones, bolsillos… el buen gusto, la sobriedad, la parsimonia, el ahorro, el sentido común, hasta la comodidad y la táxis, la symmetría y el to horisménon fallan porque falla el criterio sólido y práctico de la existencia. Tantas cosas inútiles, adquiridas por contagio (“porque lo tiene el vecino”), o por capricho (“… es tan bonito”), por puro gusto (“qué ganas tenía de hacerme con ello”), por orgullo (“para que se enteren”), por envidia (“no voy a ser manos”)… en el fondo, por impersonalidad (“no voy a ser el único que no…”). Es decir, porque no soy capaz de ser yo mismo y, porque presumiendo de libertad, me atan “los otros”.

sábado, 26 de mayo de 2012

Diccionario RAE.


Cuando me pregunto sobre el origen de la palabra arrendajo (que acabo de usar y voy a seguir usando) recurro al Diccionario de la Real Academia Española, que sabe mucho de arrendajos y de otras cosas, y leo que me dice de un modo conciso y terminante: de arrendar. Pero como el arrendajo es un ave y tiene sus costumbres, vuelvo a mi fuente de inspiración, la RAE, y leo: Ave del orden de las Paseriformes, parecida al cuervo, pero más pequeña, de color gris morado, con moño ceniciento, de manchas oscuras y rayas transversales de azul, cuya intensidad varía desde el celeste al de Prusia, en las plumas de las alas. Abunda en Europa, habita en los bosques espesos y se alimenta principalmente de los frutos de diversos árboles. Destruye los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad, y aprende también a repetir tal cual palabra.
Nunca he visto un arrendajo (salvo en imagen), pero he quedado casi fascinado ante el aire que me da la Academia de un pájaro tan bonito como el arrendajo: “… de color gris morado, con moño… (he omitido aquí lo de ceniciento para que no desmerezca de nuestra estima), de manchas oscuras y rayas transversales de azul, cuya intensidad varía desde el celeste al de Prusia, en las plumas de las alas. ¿Se lo imaginan?: sobre un fondo gris morado destacan unas rayas transversales celeste y Prusia. Y sigue:   Abunda en Europa, habita en los bosques espesos y se alimenta principalmente de los frutos de diversos árboles ¡No me lo nieguen!: ¡Qué buen gusto al escoger casa y al programar su alimento!
Pero se me cae el alma cuando sigo: “Destruye los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad, y aprende también a repetir tal cual palabra”. Es un alivio saber que llega a articular palabras, aunque con sólo unas cuantas palabras no llegue a tener un discurso propio. Pero lo de “destruir los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad” no me va: ¿Cómo un pájaro tan bien dotado por fuera alberga por dentro esa tendencia irreprimible a destruir el nido ajeno, precisamente el de algunas aves canoras? ¿Envidia? ¿Camuflaje sonoro? ¿Rabia? ¿Ansia por destruir lo que existe, lo bueno, lo bello? ¿Falta del sentido de respeto al otro porque ofende su amor propio? ¿Desfachatez para destruir o hacer propio lo que le irrita por no tenerlo él? ¿Vagancia en sus deberes y explotación del fruto producido por el esfuerzo de otros?
Y mi desánimo llega a los niveles del sucio asfalto (¡se me acabó el nido, se me hundieron mis ilusiones, se deshizo mi entusiasmo ante un ave tan pájaro!) cuando la ciencia y la RAE me dicen que ¡imita para sorprender con mayor seguridad!
¿Han dado por la vida con algún arrendajo con faldas y pantalones? ¡Cuidado con ellos porque parece que arrendajo viene de arrendar, que no significa sólo pagar un alquiler, sino también arremedar, es decir, remedar, imitar. No vaya a darse que en vez de dignos ciudadanos sean pájaros de cuenta.

viernes, 27 de mayo de 2011

La Envidia: ¿endemia? ¿pandemia? ¿se cura?


1969 ¡En la Luna!

Se lee en revistas especializadas que Buzz Aldrin (Edwin E. Buzz Aldrin, nacido en 1930) había sido el mejor en todo y siempre. Voló en 66 misiones de combate en la Guerra de Corea y fue una de las figuras más importantes en el Programa Apolo de llegada a la Luna en 1969 como piloto de la tripulación de la misión de Apolo XI, siendo la segunda persona en pisar la Luna después del comandante de la misión, Neil Armstrong. Pero a su regreso a la tierra entró en una profunda depresión y unos meses más tarde empezó a tener problemas con el alcoholismo. Parece que ese proceso, que supo, quiso y pudo  superar, se debió a no haber sido el primero. Ser el primero en pisar la Luna fue un acontecimiento en la historia de los avances del hombre en conocer el universo.
Cuando San Agustín, agudo y buen conocedor del corazón del hombre, experto en historias humanas a partir de la suya, decía de la envidia que «es fiera que arruina la confianza, disipa la concordia, destruye la justicia y engorda toda especie de males» decía muchas verdades muy redondas y muy seguidas. 
En realidad, es una enfermedad. Y aunque se ha dicho muchas veces que es la endemia más grave del alma española, hay que pensar que es una pandemia que acompaña al hombre (¡y a la mujer!) en todas partes desde que existimos.
«La envidia - escribía Plinio el joven (¡qué noble la estirpe la de los Plinios, viejos y jóvenes!) -  y aun su apariencia es una pasión que implica inferioridad dondequiera que se encuentre».
Pero si creemos que San Agustín y Plinio tenían razón, será provechoso que, para nuestra propia educación y la educación de los que aprenden de nosotros, tengamos presente una advertencia de las que dictan los sabios, quedando por decir otras, muchas y más importantes,  que también dicen y que es fácil evocar.
La envidia anida en el instinto de quien vive buscando junto a otros. Es un impulso natural y “social”. Por lo cual, cuando formamos y nos formamos, no podemos poner por delante de todo (ni detrás) la convicción de que se debe vivir intentando ser el mejor. Estaríamos admitiendo la propia inferioridad y restando confianza en sí mismo. Porque ¿quién llega a creerse el mejor sin llegar a ser uno de los más tontos? 
Ser uno mismo es la meta del proyecto de sí que se vive cada día. Implica autoestima, es decir, confianza en sí mismo, que se alimenta con el afecto (¡el afecto!: porque se da afecto invenciblemente al que es “él mismo” y no pretende ser o parecer más que los otros) de los que nos rodean. Se ama al que muestra ser lo que es. Se rechaza, se aleja, se condena y, desde luego, no se ama al que se adorna para “parecer”.  
Cuando Gertrudis le dice a Hamlet que “parece”… éste contesta: “Yo no sé parecer sino ser”.  No era el mejor, ni se lo creía, pero por encima de todo quería ser el que era.