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martes, 16 de septiembre de 2014

Una empresa.

Ya se sabe. Una empresa es una iniciativa (empresa viene de emprender, comenzar…) que busca producir bienes de uso o consumo. Pretende prestar un servicio público y social y facilitarlos a quien no puede llegar a tener esos bienes con sus propios medios. ¿Quién se hace un coche para transportar mercancía o para viajar? Hay empresas que los fabrican y a ellas se acude ¡Elemental! Y del mismo modo que el que transporta en su camión fruta al mercado y así se gana la vida y trata de ahorrar para mejorar su flota, lo hace el que la vende. Generalmente (¿y por qué no todas?) las empresas se hacen para producir riqueza para sí mismas que revierte en el bienestar de la sociedad en las que se mueven. Una sociedad que no alienta la existencia y el trabajo de los emprendedores es una sociedad que se ahoga a sí misma.
Hay también empresas u organizaciones que buscan alentar la cultura. Otras, la dignidad de los ciudadanos o, al menos, de los socios que las forman. Otras, la belleza, el arte, el deporte...
Los que leen estas líneas se mueven con el grato recuerdo de Don Bosco. Saben que fue un sacerdote que se entregó a los muchachos arrinconados de Turín. Vivió con ellos y aprendió de ellos. Y ellos aprendieron de él a ser buenos cristianos, es decir, capaces de amar. Y honrados ciudadanos, es decir, capaces de mejorar la sociedad en la que vivieron.
Los que leen estas líneas saben que estamos celebrando el segundo centenario del nacimiento de ese generoso emprendedor (16 de agosto de 1815), ese pobre hombre y rico creyente que, en la visita a los muchachos amontonados en la cárcel, quiso hacer para ellos y para todo el que lo siguiese una empresa. Una empresa de bienes, pero no para el uso ni el consumo, sino para la dignidad de la vida y la grandeza del amor. Es decir, una empresa de santidad.         
La iglesia católica tiene para algunos de ellos títulos clásicos que los proponen como ejemplos de ese negocio de amor: nueve santos (el mismo Don Bosco, María Mazzarello, colaboradora suya en la fundación de las salesianas;  Domingo Savio, un joven valiente y excepcional en amar y servir; Luis Versiglia y Calixto Caravario, asesinados por defender la dignidad de unas muchachas; y cerca de ellos José Cafasso, Luis Orione, Luis Guanella y Leonardo Murialdo) más ciento doce beatos, once venerables y veintinueve siervos de Dios.

Y a la cabeza de todos ellos, la madre de Don Bosco, a la que con toda razón llamaban los huérfanos y pobres muchachos del arroyo y seguiremos llamando nosotros Mamá Margarita.

viernes, 18 de julio de 2014

Lutetia.

Dicen los que entienden que en el sistema solar hay unos 25 millones de asteroides, metálicos o silíceos, de más de 100 metros. El de nuestra foto se llama Lutecia, del tipo M (metálico), que tiene la forma irregular que se puede apreciar y mide, más o menos, 132 kilómetros de largo. Dicen que tiene cuatro mil millones de años. Se llama Lutetia (el nombre que le dio Julio César a la actual París) porque en París lo descubrió el 15 de noviembre de 1852 Hermann Mayer Salomon Goldschmidt, un alemán que fue a la capital del arte para aprender a pintar, pero que se dedicó definitivamente a mirar el cielo desde el balcón de su casa (¡y descubrió 14 asteroides!, incluida Lutetia).
Otro nombre amable: Rosetta. Es el de aquella piedra, parte de un cipo de Tolomeo V de Egipto, hoy en el Museo Británico, con un mismo texto escrito en tres “lenguas” (jerogífico, demótico y griego) que descubrió en 1799, como quien no quiere la cosa, en el delta del Nilo, el soldado francés Jean-François Bouchard. Como sabes, fue el estudioso Jean-François Champollion el que descubrió poco después, en 1822, el significado del jeroglífico y de la “lengua” egipcia, valiéndose del griego correspondiente en la misma piedra.        
Y Rosetta llamó la ESA (Agencia Espacial Europea) a la sonda espacial que hizo esta foto, entre otras cien más, hace cuatro años. Pasó muy cerquita, a 3170 kílómetros, de Lutecia, camino del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko sobre el que un módulo de “aterrizaje” intentará posarse este año.
¿A qué viene todo este absurdo viaje por el mundo cercano, el tiempo misterioso y el arcano espacio? Es fruto de la preocupación que me viene cuando contemplo junto a tantos mundos llenos de talento, dedicación, constancia, esfuerzo, entrega,  insomnio… y observo a muchos jóvenes que carecen de espíritu. Les falta curiosidad por saber, por aprender, por investigar, por acercarse a la Vida, a la Naturaleza, a la Historia con avidez como el que sabe que es parte de ellas y debe sentirse parte interesada por ellas. No ya – o solo – porque la vida vacía deja de ser vida y se convierte en muerte mal disimulada. No ya – o solo – porque estudio es crecer en el conocimiento del “aire” que nos rodea y gracias al cual vivimos.
Hay quien no ha oído nunca que vivimos recibiendo y que debemos vivir dando. Que somos o debemos ser fuente. Que no nacemos para hacer vida propia del programa “¡Ahí me las den todas!”. Como Teresa nos encarece al escribir a su marido Sancho Panza, al saber que le han hecho gobernador de una Isla, mira tú por dónde, precisamente “Barataria”: «Sanchica hace puntas de randa, gana cada día ocho maravedís horros, que va echando en una alcancía para ayudar a su ajuar; pero ahora que es hija de gobernador tú le darás la dote sin que ella lo trabaje. La fuente de la plaza se ha secado, un rayo cayó en la picota y allí me las den todas». 

jueves, 20 de diciembre de 2012

Intuír.



Para pasar por tren de Frutigen a Raroña, en Suiza, se abrió en los Alpes, en 2007, un túnel de unos 35 kilómetros de longitud: Es el túnel de Lötschberg. Al horadar la montaña se tuvo la desagradable sorpresa de dar con una suave corriente de agua a 18 grados y un caudal de 70 litros por segundo. Un agua tan caliente para un lugar donde la temperatura ronda los 4 grados, no se podía derivar hacia el cercano río truchero. Pero el ingeniero jefe del túnel, Peter Hufschmied, casado con una rusa, tuvo una idea, según cuentan las crónicas de los hechos: criar esturiones siberianos.
Los esturiones siberianos, de hasta un metro y 200 kilos, fueron desapareciendo por las intensas campañas de pesca de los últimos años. Y por ello se introdujeron en Europa, en los años 70 del siglo pasado, piscifactorías de este apreciado productor del caviar.
Tuvo vista Hufschmied y los 35.000 esturiones que se mueven en los 2.700 metros cúbicos de agua templadita de las piscinas de la empresa Tropenhaus Frutigen y de los que se obtuvieron este año 800 kilos a 3.000 euros el kilo. 
Suena raro: desde los Alpes suizos se envía caviar a Estados Unidos, Alemania y Asia. Y dentro de poco serán 60.000 esturiones que producirán tres toneladas de caviar que enviarán a un mercado más amplio.
Es tan límpida la lección de las aguas de Lötschberg y tan estimulante la intuición de Hufschmied que ha parecido oportuno traerlas aquí.
¡Cuántas veces nos quedamos pasmados ante hechos que parecen obstaculizar nuestros pasos y que, sin embargo, habrían podido transformarse en una llegada victoriosa a una noble meta! Solemos sucumbir al frecuente recurso de la cantilena de la ”mala suerte”. Con tal de no confesar que somos perezosos o pusilánimes o romos en percibir una luz inesperada en medio de lo que nos parece que es todo oscuridad.
Y, no obstante, el triunfo de personas que empezaron con nada en el bolsillo y todo en su cabeza y en su corazón, debería hacernos abandonar el pelotón de los resignados, de los quejicas y de los derrotistas para convertirnos en hombres decididos a construir  de tantas formas un mundo mejor y una sociedad más briosa. Sobre todo en nuestro papel de padres y educadores deberíamos despertar en nuestros hijos y discípulos el arrojo de los innovadores, de los emprendedores, de los audaces.