Mostrando entradas con la etiqueta compasión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta compasión. Mostrar todas las entradas

miércoles, 22 de mayo de 2019

El jugador educado.


Aunque sean cosas del pasado sirven para iluminar el futuro. Y, en todo caso a nosotros educadores, para subrayar lo que tiene de noble un gesto en algo tan duro y aparente, y de algún modo tan acalorado como el fútbol.
El hecho fue, ya en tiempo muy lejano (en la temporada del 2007 al 2008), que el jugador egipcio Mohamed Salah bin Ghaly, jugando con el Liverpool contra el Waltfor, le hizo cuatro goles al entonces portero del equipo contrario, el griego Orestis Karnezis.
Cuando al final del partido el árbitro pitaba que ya estaba todo hecho, Salah pensó que faltaba una cosa. Y se fue hacia el portero Karnesis y le pidió perdón por haberle metido cuatro veces el balón en la portería. Así lo interpretaron muchos de los  testigos, amigos o enemigos de aquellos goles. Uno de ellos escribía. “Es difícil no querer a Salah”.
La “buena educación” suele heredarse. Y si los padres son y están bien educados  orientan a sus hijos desde muy pequeños hacia actitudes y gestos que manifiesten la nobleza del corazón. Un mal educado no tiene un corazón noble. Prevalecerán en su corazón los sentimientos de “a mí qué me importa”, “allá él”, “se lo ha ganado”, “me tiene sin cuidado”…
Porque la raíz está ahí: que si crezco modelando mi corazón en el respeto, el aprecio, la estima, la compasión (que significa sufrir con otro),  el altruismo, “tú el primero”… estoy dando a mi corazón, mi conducta y mi trato a los demás lo más rico que hay en mí: “El sentido del otro”. 

lunes, 18 de marzo de 2019

Compadecer... y estar cerca.


Sin duda conoces esta foto y has leído algunos de los comentarios que despierta en quien la contempla y conoce su historia. La tomó, según consta, el fotógrafo inglés Phil Hatcher-Moore en 2012 (17 de julio) en el Parque Nacional Virunga de la República del Congo.
Este parque tiene una larga historia cercana al siglo. Y es Patrimonio de la Humanidad desde hace casi cuarenta años. Defiende una amplia variedad animal de especies en peligro de extinción.
Porque la dañina y sinvergüenza raza humana de cazadores furtivos hace que algunas de las especies allí presentes, especialmente hipopótamos y gorilas de la montaña, puedan desaparecer.
Patrick Karabaranga, guardia del Virunga, alivia la tristeza de un amigo suyo, un joven gorila, cuya madre ha sido víctima de los furtivos. Su brazo sobre el hombro del joven gorila es mucho más que un testimonio, un motivo de elogio y una espontánea condena. Me hace pensar y preguntarme. 
El sentimiento de compasión ¿sigue existiendo? ¿O antes de esa pregunta hay que preguntarse antes si existen todavía los sentimientos? ¿Si la suficiencia con que crecemos y nos relacionamos es motivo para que crezcamos con la ataraxia que nos hace superiores a cualquier flaqueza?
Enseñamos a decir ante las desgracias de amigos y enemigos, cercanos y lejanos: “¿A mí qué más me da?”. Y aconsejamos: “¡Tú no te metas en nada y verás que nadie se mete contigo!”.  
Y no educamos o acompañamos en la senda de lo que creemos maduración, haciendo desaparecer de nuestro diccionario existencial, de nuestro mundo espiritual palabras y realidades como simpatía, cariño, afecto, cercanía, apoyo, interés, identificación, altruismo, unión, acompañamiento, soporte, alivio, defensa, ayuda…    

lunes, 22 de octubre de 2018

El Otro: la meta de nuestro ser.


Emmanuel Levinas está cerca de nosotros, ya que nos dejó hace poco más de veinte años. Y porque fue un pensador profundo, original, rompedor, lo traigo de nuevo aquí por lo que tiene de orientador de nuestro pensamiento de formadores de hombres, tal vez desconcertado.
Judío lituano pagó esta condición en un campo de concentración como prisionero francés, habiendo perdido a casi toda su familia por esa misma desoladora sinrazón.
Lévinas aseguraba que su patria, Lituania, “es el país en el que el judaísmo crítico conoció el desenvolvimiento espiritual más elevado de Europa”.
En este modesto rincón de pensamiento basta subrayar algo que tiene peso y valor en nuestra estimulante tarea de reflexionar y educar.
Nos viene a sugerir que la ontología de su maestro Heidegger conduce a una postura en la que cuenta, sobre todo, el poder y conduce, sin remedio, hacia el ateísmo y el egoísmo.
La sociedad actual en este mundo existente en el que respiramos tantas decisiones descabelladas y tantos razonamientos de producción personal produce hombres con una impersonalidad árida, neutra y sinuosa.    
¿Qué nos toca hacer para evitarlo? Porque podemos colaborar en el esfuerzo por lograrlo. La fórmula que nos propone para cerrar esa puerta abierta hacia la nada es ser y enseñar a ser-para-el-otro.
Los que creemos en Cristo como Maestro, los que vivimos adheridos a él como parte de su Vida, constatamos, también con Lévinas, que el único camino para salvar todo es vivir des-interesadamente.
Es, nos dice Cristo, la única forma de hacer realidad el proyecto del Creador: ser para el otro, vivir para el otro, dar la vida por el otro.
Los hombres grandes que han vivido, casi siempre sometidos a persecución y a incomprensión han creído y vivido así.
Cuando, al educar, nos acercamos al tesoro que se nos confía, los jóvenes, debemos vivir con entusiasmo y hace vivir esa convicción: ¡Se puede!

jueves, 10 de febrero de 2011

¿Compadecer? "¡No quiero compasión!"


Alguna vez que nos hemos acercado a una persona que sufre, sobre todo cuando sufre por un mal profundo del espíritu, cuando desaparece de su vida un ser al que quiere, hemos oído: “¡No quiero compasión!”.
Hay un refrán que dice “ojos que no ven, corazón que no siente”. Yo había meditado muchas veces sobre el dolor de Cristo al caer bajo el peso de la cruz. Pero ese dolor nunca fue tan fuerte como el que sentí una mañana de invierno en que vi a un hombre joven y hermoso, pobremente vestido, cruzar la calle de la mano de su hijito. El hombre resbaló y cayó al suelo de una manera aparatosa. Entonces sentí como que aquel hombre era la figura del propio Cristo y todo el dolor, la humillación que él debió sentir la sentí yo como una meditación religiosa con doble sentido. El sufrimiento por aquel hombre y el pensar en el sufrimiento de Jesús al caer con la cruz a cuestas.
Compadecer es el sentimiento más profundo hacia otro: es participar de lo más profundo de la vida: el sufrimiento.
Es verdad que si la compasión son sólo palabras o sólo cumplimiento se presenta como una irrisión y la respuesta justa es “¡Tú qué vas a sentir!”. Pero cuando conocemos a la persona que se nos acerca con un silencio entrañable, con un abrazo sincero, debemos aceptar su gesto como la parte de fuerza que nos ha abandonado en el momento del golpe.
Debemos recordar sus miradas de amistad y sus actitudes de cariño sincero. No todo es fingimiento en la sociedad en que vivimos. No todos los que nos dicen que nos quieren mucho mienten al decirlo.     
¿Por qué recibimos con agrado y agradecimiento cuando aciertan con un regalo que nos hacen (y con protestas: “¿Por qué te has molestado?”) y no somos capaces de aceptar el regalo más acertado, más profundo y sincero como es el de querer hacer verdad la definición que de la amistad hacía el poeta Horacio: “¡Mitad de mi alma!”. 
¡Cuánto nos cuesta amar de verdad! Pero también ¡cuánto nos cuesta dejar que nos quieran!