Este animal que
preside la lectura de hoy es un ser admirable. Vive en fondos marinos de Nueva
Zelanda a mil metros de profundidad hasta donde no le ha interesado a nadie
llegar hasta hace poco. Lo llaman, me parece, blopfish. Es pacífico y digno. Y, según nuestros estrechos
criterios estéticos, muy feo.
No hay ser vivo que
no sea, como el blopfish, pacífico.
¡En principio! La violencia de algunos animales los mueve a actuar como
animales: depredadores, voraces, sañudos, reivindicativos, agresivos… todo lo
que quieras, pero siempre en el ejercicio forzado de su animalidad. Nunca son
viles. Un león ataca a un antílope porque necesita hacerlo para vivir. Un tigre
que ataca, despedaza y se come un bisonte cumple con su deber. Y un cocodrilo
como el de la derecha hace suyo a un aborregado ñu que intenta, como todos,
atravesar un río.

Hay quien se recrea
en sentirse rey del pensamiento, dispensador de opciones políticas, de fórmulas
económicas, morales, sociales, inquisidor de intenciones ajenas y tristemente
vil payaso del gran circo del
mundo.