Lo pasó muy mal San Patricio, escocés de
familia cristiana, cuando, siendo casi un niño, 16 años y de nombre Maewyn, y
casi en la aurora del cristianismo en el siglo IV, fue vendido como esclavo por
unos irlandeses. Pero el muchacho, que fue siempre paciente y aguerrido, pudo
huir. En Francia, a donde logró llegar, se hizo monje. Y el gran San Germán (el
de Auxerre, no el de París, que vino un poco más tarde) le ayudó a madurar su
decisión de servir a los intereses de Dios. Completó después en Roma sus
estudios y su formación como pastor bueno y allí recibió la ordenación
sacerdotal. El Papa Celestino lo envió como obispo misionero a Irlanda, todavía
no evangelizada. Y allí, cultivando la amistad humana y el amor cristiano con
los jefes de tribu y con la gente sencilla en un lenguaje sencillo y
convincente del corazón, fue labrando la nación como un baluarte de la fe.
Añado esta oración que se le atribuye. En
este gozoso tiempo de Pascua que vivimos estos días, podemos vestirnos de
blanco con los sentimientos, propósitos y deseos que vierte.
Que
Cristo esté junto a mí - Cristo delante de mí -
Que Cristo
esté detrás de mí – Rey de mi corazón -
Que
Cristo esté dentro de mí – Que Cristo esté debajo de mí -
Que
Cristo esté por encima de mí – Que nunca se aparte.
Cristo
sobre mi mano derecha - Cristo sobre mi mano izquierda -
Cristo
alrededor de mí - Escudo en mi lucha-
Cristo
al dormirme - Cristo al sentarme-
Cristo
al despertarme – Luz de mi vida.
Que
Cristo esté en todos los corazones – pensando en vosotros -
Que
Cristo esté en todas las lenguas – hablando de vosotros.
Que
Cristo sea la vista - en ojos que me miran -
en
oídos que me oyen – Que Cristo esté siempre.