En todo el mundo
católico el próximo día 20, domingo, es DOMUND. Se llame así o con otro nombre.
Desde hace más de 80 años el Papa Pío XI propuso que este domingo de octubre se
vistiese de fiesta misionera. Pero “las misiones” son esa oleada de fe y amor
(FE + CARIDAD = MISIÓN es el lema de este año) con que mujeres y hombres
inundan desde hace más de veinte siglos el mundo.
Porque hombres y
mujeres de toda clase y condición que escuchan en lo más hondo de su entraña la
voz del primer misionero, Jesús, viven llevando por todas partes el gozo
inigualable de la noticia de que Dios es Amor y ama a todos los hombres. Y de
que quiere que todos los hombres se amen.
Lo hacemos (o no
lo hacemos) aquí al lado, con nuestra familia, nuestro amigos, nuestros
compañeros de trabajo, cuando sonreímos, nos interesamos por ellos, por el
resultado de la última exploración médica que sufrieron, o nos alegramos de que
les haya tocado la primitiva (aunque no nos inviten a un café), o cuando les
invitamos a un café porque nos ha tocado el cupón o no nos ha tocado nada.
Creer y amar es llenar el mundo de todo lo contrario que tantas veces el mundo
respira. Y ya sabéis cómo respira el mundo.
Hay otros
misioneros que van más lejos. Destinan su vida o parte de su vida, con toda su
fuerza, toda su esperanza, toda su fe ¡y todo su amor! a caminar junto al que
cojea tomándole del brazo; o poniendo en su mente proyectos y medios para salir
de su engañosa incapacidad; o despierta en él el sentimiento de que con los
instrumentos que al mismo tiempo le ofrecen pueden construir un mundo nuevo en
la aparente esterilidad de su escenario.
Es verdad que
nos piden un euro (y a lo mejor damos dos o cinco o cien) para que ese
misionero que necesita instrumentos pueda construir el mundo nuevo con que
sueñan él y su amigo el cojo. Pero lo más importante es que, al dar, sea yo el
que recibe el regalo de un rayo de luz y una llama de amor que transformen mi
alicorto respiro.