Plinio el Viejo (Cayo
Plinio Cecilio Segundo nada menos), que fue un prodigio de observación, estudio,
honradez y sabiduría como escritor, gobernante y militar, murió víctima de la
erupción del volcán Vesubio en agosto del año 79 cuando iba en una nave a
rescatar a las víctimas de la playa de Stabies. Dejó una riquísima herencia de
escritos de los que se conservan sólo, desgraciadamente, los 37 libros de
Historia Natural. En uno de ellos, el 35, refiriéndose al pintor griego Apeles,
del que dice que no dejaba pasar un día sin pintar algo, escribió esas palabras
tan conocidas nulla dies sine línea,
con las que nos estimula, aún hoy, al trabajo constante, del que él fue tan
buen ejemplo.
La vagancia no es
ajena a la naturaleza humana. Es vago el que cree no necesitar nada. Y hay
muchos tontos que lo creen: - Si ya tengo todo, ¿para qué moverme en búsqueda
de algo que no necesito? Algunos estudiosos de la motivación dicen que a ésta
la mueve la emoción.
Sabemos muy poco de
los animales, aunque creamos saberlo casi todo. Y esos estudiosos afirman que
un animal al que se le facilita satisfacer todas sus necesidades sucumbe
rápidamente. Como parece que los animales no sienten emoción, los saciados no
se mueven fácilmente con esfuerzos gratuitos.
El hombre es, sobre
todo, un fantástico cofre de emociones. Y es más hombre-hombre (porque hay
también hombres-menos hombres) cuando encauza sus emociones en la búsqueda de
su perfección. Y se somete al ejercicio de sus cualidades (aun sin pensar que
con ello está caminando hacia su excelencia) por el placer de recrearse, de
crear.
Investigar, estudiar,
trabajar, servir, crear, añadir, completar, culminar fueron los verbos que
vivieron tanto Plinio como su admirado Apeles.
El gran Maestro, el
buen Amigo, Jesús de Nazaret, nos lo enseñó con la parábola de los talentos
confiados para que produjesen riqueza.
¿Qué estoy haciendo
yo con los talentos que me han confiado?