Como todo el mundo sabe, Roland Garros jugaba
al tenis. Pero no tanto ni tan bien como para que al Gobierno francés le
pareciese oportuno dar su nombre al estadio que todos conocemos. La historia es
que en 1927 Jacques Brugnon, Jean Borotra, Henri Cochet y René Lacoste (“Los cuatro mosqueteros”) habían ganado a Estados Unidos la Copa Davis ¡en su casa!
(en la de los americanos). Y se dijeron: “Necesitamos un digno estadio para la
revancha (revanche en francés) de los
vencidos (¡Si pueden!)”. Cedieron a la Federación francesa de tenis tres
hectáreas y le pusieron el nombre de un joven luchador, en el aire, caído en
batalla en 1918. Fue un pionero (pionnier
en francés: un peón del ejercito,
como nuestro gastador en los Tercios
de Flandes - véase el Tesoro de la lengua
castellana, ya con cuatro siglos: el
soldado que trabaja con pico y pala - de la aviación).
Había nacido el 6 de octubre de 1888 (Saint
Denis). Se apasionó de la aviación, el 23 de septiembre de 1913, cruzó el mar
Mediterráneo en seis horas, trastornó el arte (¿arte?) de la guerra con un
nuevo modo de ataque de los aviones con ametralladora. Cayó, fue hecho
prisionero, escapó… y sobre las Ardenas (norte de Francia) fue derribado el 5
de octubre de 1918 del avión y de esta vida. Treinta años.
Rafael Nadal nació el 3 de Junio de 1986; hoy
tiene 27 años. Leer la lista de triunfos en su vida de tenista llega a
confundir a quien no está acostumbrado, como me pasa a mí, a trazar día a día
el perfil de un ganador. Como, además, se leen nombres de lugares, de campos de
juego, de tierras batidas, azules, césped, cemento… es fácil quedar aturdido.
Pero saber que desde muy joven soñó con jugar
y vencer y que le resulta tan natural ser honrado, luchador, sencillo, cercano,
superior al dolor, amigo de los contendientes, nada engreído, rico en afecto y
en sonrisa, constante en su ser joven, generoso, incansable, trabajador… le
hace grande en mi estima y afecto.
Como los jóvenes de hoy. Vivimos un tiempo en
el que la honradez y el esfuerzo, la entrega al duro trabajo de la formación y
perfeccionamiento en su calidad de hijos, compañeros, de estudiantes estudiosos
y de trabajadores denodados nos hace prever un futuro bien asentado en la
probidad y el servicio, en el desprendimiento y la entrega a los demás.
Y todo ello gracias a vosotros, padres, que
habéis entendido bien que el mayor tesoro de vuestras vidas son y serán
vuestros hijos y vuestros nietos; que os habéis preparado y os seguís
perfeccionando como sus mejores entrenadores en la vida con el sentido del
deber, del respeto, del esfuerzo, de la grandeza de espíritu, del altruismo y
del amor.