La riqueza que se expande del sueño que Juan
Bosco tuvo a los nueve años nos hace comprender que la “Mujer de aspecto
majestuoso, vestida con un manto que brillaba por todas partes como si cada uno
de sus puntos fuese una fulgurante estrella” que se presentó ante su mirada,
era una Madre, era la Madre a la que Mamá Margarita le había enseñado a invocar
tres veces al día.
«No con golpes, sino con mansedumbre y amor
tendrás que ganarte a tus amigos» le enseña a cumplir lo que se le ordena. La
mansedumbre y el amor son los tesoros vivos con que una Madre inunda una casa y
las vidas de los que viven en ella. Y prosigue como una Madre preocupada por el
crecimiento espiritual y corporal de su hijo: «Este es tu campo: mira dónde
tendrás que trabajar. Hazte humilde,
fuerte y robusto, y lo que en este momento ves que sucede a estos
animales, deberás hacerlo tú por mis hijos».
¡Mis
hijos!…
“En aquel momento… me eché a llorar y pedí a la Señora que hablase de modo que
la entendiese, porque yo no sabía lo que podía significar. Entonces Ella me
puso la mano sobre la cabeza y me dijo: «A su debido tiempo lo comprenderás
todo».
En 1877 redactó un breve
tratado sobre El Sistema Preventivo en la
educación de los jóvenes. En él volcó, en la medida que daba de sí el
escrito, su corazón. Un corazón abierto para jóvenes que se acercaron a él o
que él fue a buscar entre los más abandonados de Turín desde 1841 a los que les
faltaba el cariño de la familia y una madre. Un compañero de Domingo Savio
escribiría más tarde: “Yo estaba a gusto en el Oratorio, pero mis
pensamientos y mi corazón estaban siempre en mi madre, sobre todo por la tarde
cuando empezaba a oscurecer. Por eso a las 5, cuando llegaba al estudio, lo
primero que hacía era conversar un poquitito con ella diciéndole muchas cosas
por escrito en el mismo cuaderno de apuntes, vertiendo en ella como si la
tuviese presente todo mi corazón. Después me secaba las lágrimas y me ponía a
trabajar en el mismo cuaderno que servía, por eso, al mismo tiempo para los
desahogos del corazón y los deberes de clase”.
Razón, religión y cariño era la
síntesis de su “sistema”. Y María, la Reina, la Maestra, la Madre de Dios, la
Madre de todos, que compendiaba todos los cariños de todas las madres
ausentes.