Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), un grande de la literatura inglesa del siglo XX, convertido al catolicismo en 1921, era un hombre sobresaliente, no sólo por su estatura y corpulencia (le faltaban siete centímetros para los dos metros y pesaba 134 kilos), sino por su valentía, su fortaleza al superar los severos muros que se le presentaban en su camino hacia la conversión, su sentido del humor y su mentalidad siempre abierta.
Afirmaba que su conversión al catolicismo se debía, entre otros factores, a dos hechos, de los que uno, referido a María, lo reflejaba así: «... un místico católico escribía: “Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender».
Su devoción a la Virgen en la que le acompañaban sus amigos, también convertidos, Maurice Baring y los PP. John O’Connor y Ronald Knox, lo expresaba interpretando un verso de la Eneida de Virgilio (Maria undique et undique coelum, que se traduce Mares doquier y por todas partes cielo) de este modo: María por todas partes y por todas partes cielo.
El padre Vincent McNabb, otro de sus amigos, relataba así su último encuentro con Chesterton: «Fui a verlo cuando murió. Pedí estar solo con el hombre moribundo… Era sábado y pensé que quizás en otros mil años Gilbert Chesterton podría ser conocido como uno de los cantores más dulces de aquella hija de Sión siempre bendita, María de Nazareth. Sabía que las calidades más finas de los Cruzados eran uno de los tesoros de su gran corazón, y luego recordé la canción de los Cruzados, la Salve Regina, que nosotros los Blackfriars cantamos cada noche a la Señora de nuestro amor. Le dije a Gilbert Chesterton: "Escuche usted la canción de amor de su madre." Y canté a Gilbert Chesterton la canción del Cruzado: “¡Salve, Reina Santa!”».
¡Ojalá en nuestra vida esté siempre presente la Auxiliadora de Dios, como la definía Chesterton, la Señora de nuestro amor, como los Frailes Negros la tenían en sus vidas!; ¡ojalá nos convirtamos, como Cruzados de la fe, en dulces cantores de aquella Hija de Sión siempre bendita, María de Nazaret! ¡Y ojalá sigamos recordando y cantando la bellísima elegía de los hijos a su Madre como es la Salve, Reina y Madre tan filial, tan entrañable, tan española!
Y, sobre todo, ¡ojalá podamos repetir con claridad, acompañados por tal Madre en el paso definitivo hacia la Vida, lo que en la oscuridad de sus ensueños, semiconsciente, dijo: “El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras: cada uno debe elegir de qué lado está”!