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lunes, 20 de junio de 2011

El tamarino.


El respetable Saguinus mystax (FOTO DE CARNET)

¡De verdad que no me gusta hablar mal de nadie! Ni siquiera decir lo que voy a decir, que no es sino lo que los observadores del tamarino bigotudo saben de este platirrino cuya foto les ofrezco. Le pueden llamar también, sin miedo a equivocarse, pichico barba blanca, bebeleche, tití de mostacho o, con más propiedad - ¡y dignidad! - Saguinus mystax, como lo llaman los zoólogos. No voy a decir todo lo que sé, que es muy poco,  ni mucho menos todo lo que saben sus estudiosos.
Se mueve en el Amazonas común a Perú, Brasil y Bolivia. Y se mueve en las alturas, es decir, que se anda por las ramas. Porque no les gusta bajarse de su alta esfera, situada en los árboles, entre los 9 y 17 metros – y en algún caso mucho más - de altura sobre el nivel de la  vida vulgar. Son una especie de primates muy selecta que no se roza con la gleba. Cada grupo defiende su territorio natural que llega hasta las 50 hectáreas (¡aéreas, claro!).       
Su vida social, pues, es muy aristocrática. Basta decir que forman grupos reducidos (no más de 16 ejemplares), constituidos por pocas familias. Un ejemplar adulto mide unos 25 centímetros sin contar la cola, de otros 15; y pesa alrededor de 400 gramos. Tal vez por la insignificancia de su arqueo intenta presumir o meter miedo con su descomunal bigote blanco.
Una de las últimas cosas que se han observado en su comportamiento (¡increíble para  tan solemne mostacho!) es que alguna vez, probablemente en un ataque de ira, de envidia o de revancha, matan a la cría de la vecina. 
Los chinos, capaces de meter en pocas palabras mucha sabiduría, dicen que la violencia es el refugio de las mentes pequeñas. ¿Será el caso del bebeleche? Porque eso de cargarse al hijo del vecino sin otra razón que la de que le cae mal daría la razón a los chinos. Es verdad que la columna dorsal que aguanta nuestro caminar por esta tierra de encuentros es el egoísmo. Pero su ataque gratuito, la agresión sistemática, el clamor de protesta, la queja como nana infantil, la descalificación de todo lo que no gusta o parece contrario a los propios planteamientos o que no coincide con los criterios que habitan la mente, aparte de ser una forma de dictadura fascista, es una demostración de la angostura, de la pequeñez de la mente, como dice el chino.    
Tal vez el progreso se ha confundido de destinatarios y ha ido a parar a humanos, platirrinos o catirrinos, que confunden ir adelante con arremeter contra el que camina al lado.

viernes, 22 de abril de 2011

Tiresias.


Ulises, hecho el sacrificio, invoca a Tiresias
En la enmarañada mitología griega que heredaron, corrigieron y aumentaron los romanos, sobresalen, entre todos los adivinos, Tiresias y Calcas. A los dos se les puede dar diploma de honor. Los demás, a lo más, quedaron con un honorable accesit. Aunque Mopso, nieto de Tiresias, hizo que Calcas, experto en ver el futuro en la guerra de Troya,  muriese de dolor al tener que aceptar su superioridad.
Tiresias lo pasó muy mal a pesar (o debido precisamente a ello) de su prestigio como vidente. Atenea lo convirtió en mujer cuando era joven. Pero, arrepentida, le devolvió a su ser primero siete años más tarde. Y lo dejó ciego por su curiosidad de verla en el baño. A Tiresias recurrió el trágico Edipo para conocer su oscuro origen y el porqué de su torcida conducta. Tiresias aconsejó al joven Odiseo en el Hades sobre el regreso a su adorada isla de Ítaca.
Y a Tiresias recurren los conocedores del genoma por lo de Edipo: ¡complejo de Tiresias!; y los psiquiatras por la condición del ciego que no ve el presente mientras adivina el futuro. Es decir, la situación de los que ven lo que no ven los demás porque son ciegos o, de otro modo y más exactamente, los que se ciegan ante otras cosas cuando tienen clara su visión sobre una concreta. ¡El complejo de Tiresias! 
Algo parecido nos sucede a todos con frecuencia cuando defendemos con tanta pasión nuestra verdad. Hasta el punto de matar o matarnos. Nos cegamos para cualquier otra “verdad” que no sea la nuestra. Se trata de un conflicto entre “yos”. O del ejercicio (parece ser que necesario o al menos higiénico) de llevar la contraria.  
 ¿A qué se debe? Las razones pueden ser muchas y sería bueno ver todas. Pero nuestra “verdad” llega a poco, si es que es verdad de verdad y si es verdad que llega. Contentémonos con ello. Quien es capaz de poseer la verdad puede ampliar este comentario. 
Defendemos hasta la muerte (mejor la del oponente) nuestra verdad, porque nos creemos más que él. O porque creemos que sólo nosotros tenemos derecho a pensar, a opinar, a expresarnos. O porque nos produce tanto placer vivir chinchando, que no somos capaces de renunciar a él. O porque vivimos tratando de acomodar el mundo a nuestro gusto, de moldearlo según nuestro criterio, de colorearlo de acuerdo con nuestro daltonismo. O porque no sabemos hacer otra cosa. O porque estamos insatisfechos de la vida y de la historia y de todo y no podemos aceptar que haya algo que esté bien. O porque destruir nos gusta tanto, que apenas aparece algo o alguien en quien asestar nuestra maza, nos entregamos con placer a no dejar títere con cabeza. O porque nos sabe a derrota dar el visto bueno a lo que no  hemos pensado o dicho o hecho nosotros. O porque somos idiotas. En el buen sentido de la palabra. O en el malo.    

miércoles, 20 de abril de 2011

Hacer daño.

Es el propósito de los que programan una procesión atea en Madrid para el próximo Jueves Santo. Ese proyecto despierta en las personas normales y sanas de corazón, mente e hígado un sentimiento de estupor. ¿Es posible que yo vaya por la calle, en Madrid, y me cruce con personas que necesitan vomitar sobre los otros la amargura de la bilis de su desarreglo interior? ¿Cómo son por dentro? ¿Hay peligro de que, de repente, den salida a su instinto de morder? ¿Dormirán bien? ¿O se lo impedirá el desasosiego que les producen los cálculos sobre el riesgo de hacer lo mismo ante la mezquita de la M30?
Matar a Dios fue el deseo que tuvo Caín y que creyó satisfecho matando a su hermano. A pesar de que había oído antes en su extraño corazón el susurro amable de Dios: «¿Por qué andas irritado y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a tu puerta está el mal, acechando como fiera que te codicia y a quien tienes que dominar».
«Hacer daño» no es un proyecto humano. Y menos de quien lleva adelante un ejercicio de amor a los demás dando de comer en tiempo de crisis, mermando un poco los propios haberes para los que no tienen más que deberes, dedicando un poco de su vida como voluntario en atender a enfermos contagiosos o no, yendo a esos países en los que reina la tiranía egoísta y capitalizadora que se vuelca en forma de hambre sobre el pobre pueblo. ¡Y vaya si es pobre: de comida, de libertad, de opinión, de movimiento, de dignidad...!  
Los que programan hacer daño y reírse de un Mártir del amor que enseñó a todos los hombres a amar; a perdonar; a poner la otra mejilla cuando ya nos han herido; a tomar, como parte de  nuestro paso por este precioso mundo de amor, dar la vida por el otro; a ser perseguidos como lo fue Él; a pedir a Dios, a quien queremos por encima de todo, que perdone a los que nos matan, porque no saben lo que hacen… ¿de qué pechos mamaron ese instinto de destrucción?; ¿en qué escuela de valentía y generosidad se han formado?; ¿en qué filas militan?; ¿quién les paga?; ¿tienen psiquiatra?; ¿qué país quieren construir?; ¿qué mundo quieren embellecer?